/ miércoles 27 de marzo de 2024

¿El fin del sueño americano con Trump?

Ana Leroy

En el verano del 2016 tuve una conversación con un colega estadounidense – en aquél entonces mi jefe, hoy, mi amigo. Le dije: Pinta para que Trump gane la elección presidencial en noviembre 8 del 2016. Se volteó a verme incrédulo pensando que eso no era posible. Lo imposible sucedió.

Hoy, estamos a casi seis meses de presenciar la revancha de Donald Trump contra Joe Biden y la elección pinta igual. Queda al criterio de los lectores si pinta bien o mal para México y el mundo.

En las encuestas Trump lleva la delantera por dos o tres puntos frente a un presidente en funciones que pierde popularidad a pasos agigantados.

¿A qué se debe la pérdida de popularidad del presidente Biden si logró sacar al país de la pandemia, retomando el rumbo económico y creando millones de nuevos empleos?

El ciudadano promedio de clase media está enojado. La pandemia dejó secuelas económicas importantes y acabó por darle al traste al sueño americano: la brecha entre ricos y pobres es mayor – y la clase media se achicó incrementando el número de pobres debajo la franja de la pobreza y el número de indigentes: 12.4 por ciento de la población vive en la pobreza de acuerdo con cifras del Buró del Censo del 2022.

El dinero no alcanza. Menos en una sociedad capitalista donde el ciudadano aprende a vivir endeudado y los bancos premian el endeudamiento con más endeudamiento. Los precios de la canasta básica siguen por los cielos y no van a regresar a los niveles pre-pandémicos. Las grandes ciudades están trastocadas por la indigencia y la drogadicción, sobre todo en la costa oeste del país.

Aunque hay mucho empleo, el ciudadano promedio vive cansado, enfermo (el 60 por ciento de los adultos tiene un tema de salud crónico), tiene dos trabajos y se dedica a pagar deudas y cuentas médicas. Si ya tiene una casa, es afortunado. Si no la tiene, tardará por lo menos cinco años o una década para poder comprarla.

Este ciudadano es también egoísta y localista: le gusta traer dinero en la bolsa y que sus impuestos financien buenas escuelas, universidades, carreteras, seguridad e infraestructura donde vive. No viaja al extranjero y no le gusta ver que el gobierno financie guerras en otros países o en un muro inútil en la frontera con México. No le interesan las prioridades de seguridad nacional de la Casa Blanca en Ucrania, Israel, Corea del Norte o Taiwán.

Ante esta cruda realidad –cruda, claro, para un país desarrollado-, el ciudadano de clase media que votó por Biden en 2020, hoy se la está pensando. Han pasado cuatro años y el ciudadano está igual o peor: gana igual, pero le rinde menos, y hoy no puede tan fácilmente hacerse de una casa: las tasas de interés siguen altísimas y los precios de las casas por los cielos. El sueño americano de “comprar una casa” por primera vez hoy es inalcanzable.

Aunado a lo anterior, los grandes problemas del país están lejos de resolverse (tiroteos, aborto, indigencia, grandes corporaciones que no pagan los impuestos que deberían) y el país está inmerso en varios conflictos internacionales que cuestan miles de millones de dólares y a la luz del ciudadano no tienen sentido en la localidad donde vive.

En este escenario, de pronto, el otro candidato, que ya fue presidente, errático, desafiante de las instituciones y los procesos electorales democráticos, y con cargos criminales por haber metido las manos en la elección anterior, no resulta “tan mala opción”.

El país está dividido y lo sé porque vivo en una ciudad pequeña, de 100,000 habitantes al norte de Seattle, y donde la mitad de mis amigos no van a votar por Biden. Van a decir que qué clase de amigos tengo. Les explico.

El estado de Washington – donde resido- es un estado muy progresista, abierto y liberal en el espectro político. Las grandes ciudades, como Tacoma y Seattle, son mayoritariamente demócratas pero los condados rurales en el centro y el este del estado son recalcitrantemente conservadores y “Trumpistas”. Sales de la ciudad y te adentras en “Trumpland”: pancartas de MAGA por todos lados.

El 12 de marzo hubo elecciones primarias para los dos partidos (demócratas y republicanos). Trump se llevó 76.2% de los votos (538, 433), mientras que su ex-contrincante Nikki Haley se llevó 19.5% (149,085 mil votos). Joe Biden se llevó 84.5% de los votos (751,224) pero hubo un porcentaje significativo (9.9%) de votantes indecisos (“uncommitted”) que no le dieron su voto a Biden (88,054 votos).

La primaria de Washington no es la muestra más representativa de la realidad política electoral a nivel nacional. El estado es mayoritariamente demócrata, muy liberal sobre todo en las ciudades, no es un estado bisagra (“swing”) y apenas cuenta con 12 votos electorales. La realidad política en los otros 51 estados es muy diferente. Pero solo en este estado Trump logró conseguir 581,433 votos en la primaria estatal.

La pregunta del millón de dólares es por quién votarán aquellos que no votaron por Trump en las primarias a nivel nacional y le dieron su voto a la republicana Nikki Haley (la ex-candidata se llevó 2 millones de votos a nivel nacional) y por quien votarán los indecisos (“uncommitted” (por lo menos otros 2 millones) que están furiosos con Biden por su apoyo incondicional a Israel en una invasión cruenta y deshumanizada en la franja de Gaza.

Para la gran mayoría de los estadounidenses, la vida hoy es más dura que hace cuatro años y reprueban el trabajo de la administración actual con Biden. En esa lógica, “mejor votar por Trump que reelegir a Biden”.

¿Puede Trump regresarle a los Estados Unidos el sueño americano? La respuesta es no. Queda pendiente ahondar en esta respuesta la próxima vez en este espacio.

ANA LEROY es consultora senior en comercio internacional y disputas México-EUA. Es profesora de asignatura en la Licenciatura de Negocios Globales de la Universidad Iberoamericana, la pueden seguir como @AnaMoralesLero1

Ana Leroy

En el verano del 2016 tuve una conversación con un colega estadounidense – en aquél entonces mi jefe, hoy, mi amigo. Le dije: Pinta para que Trump gane la elección presidencial en noviembre 8 del 2016. Se volteó a verme incrédulo pensando que eso no era posible. Lo imposible sucedió.

Hoy, estamos a casi seis meses de presenciar la revancha de Donald Trump contra Joe Biden y la elección pinta igual. Queda al criterio de los lectores si pinta bien o mal para México y el mundo.

En las encuestas Trump lleva la delantera por dos o tres puntos frente a un presidente en funciones que pierde popularidad a pasos agigantados.

¿A qué se debe la pérdida de popularidad del presidente Biden si logró sacar al país de la pandemia, retomando el rumbo económico y creando millones de nuevos empleos?

El ciudadano promedio de clase media está enojado. La pandemia dejó secuelas económicas importantes y acabó por darle al traste al sueño americano: la brecha entre ricos y pobres es mayor – y la clase media se achicó incrementando el número de pobres debajo la franja de la pobreza y el número de indigentes: 12.4 por ciento de la población vive en la pobreza de acuerdo con cifras del Buró del Censo del 2022.

El dinero no alcanza. Menos en una sociedad capitalista donde el ciudadano aprende a vivir endeudado y los bancos premian el endeudamiento con más endeudamiento. Los precios de la canasta básica siguen por los cielos y no van a regresar a los niveles pre-pandémicos. Las grandes ciudades están trastocadas por la indigencia y la drogadicción, sobre todo en la costa oeste del país.

Aunque hay mucho empleo, el ciudadano promedio vive cansado, enfermo (el 60 por ciento de los adultos tiene un tema de salud crónico), tiene dos trabajos y se dedica a pagar deudas y cuentas médicas. Si ya tiene una casa, es afortunado. Si no la tiene, tardará por lo menos cinco años o una década para poder comprarla.

Este ciudadano es también egoísta y localista: le gusta traer dinero en la bolsa y que sus impuestos financien buenas escuelas, universidades, carreteras, seguridad e infraestructura donde vive. No viaja al extranjero y no le gusta ver que el gobierno financie guerras en otros países o en un muro inútil en la frontera con México. No le interesan las prioridades de seguridad nacional de la Casa Blanca en Ucrania, Israel, Corea del Norte o Taiwán.

Ante esta cruda realidad –cruda, claro, para un país desarrollado-, el ciudadano de clase media que votó por Biden en 2020, hoy se la está pensando. Han pasado cuatro años y el ciudadano está igual o peor: gana igual, pero le rinde menos, y hoy no puede tan fácilmente hacerse de una casa: las tasas de interés siguen altísimas y los precios de las casas por los cielos. El sueño americano de “comprar una casa” por primera vez hoy es inalcanzable.

Aunado a lo anterior, los grandes problemas del país están lejos de resolverse (tiroteos, aborto, indigencia, grandes corporaciones que no pagan los impuestos que deberían) y el país está inmerso en varios conflictos internacionales que cuestan miles de millones de dólares y a la luz del ciudadano no tienen sentido en la localidad donde vive.

En este escenario, de pronto, el otro candidato, que ya fue presidente, errático, desafiante de las instituciones y los procesos electorales democráticos, y con cargos criminales por haber metido las manos en la elección anterior, no resulta “tan mala opción”.

El país está dividido y lo sé porque vivo en una ciudad pequeña, de 100,000 habitantes al norte de Seattle, y donde la mitad de mis amigos no van a votar por Biden. Van a decir que qué clase de amigos tengo. Les explico.

El estado de Washington – donde resido- es un estado muy progresista, abierto y liberal en el espectro político. Las grandes ciudades, como Tacoma y Seattle, son mayoritariamente demócratas pero los condados rurales en el centro y el este del estado son recalcitrantemente conservadores y “Trumpistas”. Sales de la ciudad y te adentras en “Trumpland”: pancartas de MAGA por todos lados.

El 12 de marzo hubo elecciones primarias para los dos partidos (demócratas y republicanos). Trump se llevó 76.2% de los votos (538, 433), mientras que su ex-contrincante Nikki Haley se llevó 19.5% (149,085 mil votos). Joe Biden se llevó 84.5% de los votos (751,224) pero hubo un porcentaje significativo (9.9%) de votantes indecisos (“uncommitted”) que no le dieron su voto a Biden (88,054 votos).

La primaria de Washington no es la muestra más representativa de la realidad política electoral a nivel nacional. El estado es mayoritariamente demócrata, muy liberal sobre todo en las ciudades, no es un estado bisagra (“swing”) y apenas cuenta con 12 votos electorales. La realidad política en los otros 51 estados es muy diferente. Pero solo en este estado Trump logró conseguir 581,433 votos en la primaria estatal.

La pregunta del millón de dólares es por quién votarán aquellos que no votaron por Trump en las primarias a nivel nacional y le dieron su voto a la republicana Nikki Haley (la ex-candidata se llevó 2 millones de votos a nivel nacional) y por quien votarán los indecisos (“uncommitted” (por lo menos otros 2 millones) que están furiosos con Biden por su apoyo incondicional a Israel en una invasión cruenta y deshumanizada en la franja de Gaza.

Para la gran mayoría de los estadounidenses, la vida hoy es más dura que hace cuatro años y reprueban el trabajo de la administración actual con Biden. En esa lógica, “mejor votar por Trump que reelegir a Biden”.

¿Puede Trump regresarle a los Estados Unidos el sueño americano? La respuesta es no. Queda pendiente ahondar en esta respuesta la próxima vez en este espacio.

ANA LEROY es consultora senior en comercio internacional y disputas México-EUA. Es profesora de asignatura en la Licenciatura de Negocios Globales de la Universidad Iberoamericana, la pueden seguir como @AnaMoralesLero1