Los sismos de septiembre de 2017, y en especial el del 19 de ese mes, dañaron profundamente el patrimonio de las familias morelenses, y en general de la sociedad civil, al grado de que hoy, a dos años del trágico episodio, aún no se ha podido reconstruir la infraestructura básica del Estado.
Los daños principales se produjeron en las casas más humildes de la sociedad, pero no afectaron mayormente a las zonas residenciales. Esto nos habla de que existe gran vulnerabilidad de la vivienda popular, así como de la estructura escolar. También han sido fuertemente afectados las construcciones y edificios que representan un valor cultural en el Estado, principalmente iglesias y conventos.
En 2017, Rosario Robles, entonces secretaria de Desarrollo Territorial y Urbano (Sedatu) aportó cifras provisionales al registro del desastre. Según ella, hubo 3 mil 193 viviendas dañadas. De ellas, la mayoría ya no eran habitables, pues 1 mil 489 tenían daños parciales que impedían habitarlas, además de 349 que habían sufrido pérdida total. Solo 1 mil 355 tenían daño parcial, pero seguían siendo habitables.
Un año después, en 2018 los registros arrojaban un total de 23 mil casas afectadas en Morelos, lo cual puso en evidencia el tamaño y gravedad de los daños. Una situación que no ha dejado de estar presente en nuestras colonias populares, ejidos, rancherías y poblados menores.
Sobre el tema de la reconstrucción de viviendas y escuelas se han tejido miles de discursos, incluyendo funcionarios públicos que ofrecen –de vez en vez—que ahora sí se va a proceder a la reconstrucción. Pero la situación de abandono sigue prevaleciendo, y muchas familias siguen viviendo a la intemperie, sobre todo en la zona sur del Estado, que fue la más castigada.
Las escenas de dolor, abandono y coraje son comunes en la región de Jojutla. Los edificios principales siguen caídos al igual que las viviendas. Es vergonzoso que México tenga hoy un lugar especial entre las naciones, pero no haya podido reconstruir una parte de su propio territorio.
En la pasada administración se especuló con los bienes destinados a la reconstrucción y con los alimentos que la gente necesitaba. Hubo caravanas de camionetas que procedían de Chihuahua y Sonora, con jóvenes que vinieron a dar su esfuerzo solidario en favor de la reconstrucción. Pero los alimentos se almacenaban para ponerles marca oficialesca que muchos reprocharon al anterior equipo gobernante.
Hoy las cosas siguen igual. Promesas, discursos y medias verdades que no logran calmar el dolor ni la desesperación de la gente. Pero los funcionarios se siguen ostentando como seres magnánimos, preocupados por su pueblo y capaces de los mayores esfuerzos para conseguirlo.
Nada de eso es verdad. En Morelos no hay dinero para la reconstrucción, ni los funcionarios del gobierno actual realizan esfuerzos en serio para allegarse los recursos y cumplir las prolijas promesas que han formulado en diversos escenarios.