“Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”, esa es la frase que acuñó Pitágoras hacer más de 24 siglos. Cierto es que ha desencadenado un debate intenso desde el punto de vista de las teorías de la educación, algunas cuestionando si debe educarse para obedecer o para dudar. Sin embargo, el significado de esta frase encuentra un sentido relevante en materia penal cuando cada día conocemos la historia de las personas adolescentes y adultos que han cometido un delito.
Pero, ¿qué es lo que encontramos más allá de la responsabilidad penal? Simple, el retrato del entorno familiar, social, educativo y comunitario de las personas, su proceso de desarrollo, en suma, la construcción medioambiental de ese adolescente o adulto, que en la mayoría de las ocasiones explica porque actuaron contrario a las normas a pesar del consabido castigo.
Es en ese momento en el que empezamos a preguntarnos ¿quién falló?, ¿los padres?, ¿la escuela?, ¿la comunidad?, ¿las autoridades? o ¿todos?, porque a cada uno le corresponde aportar algo a la vida de cada persona, por eso la frase de Pitágoras tiene un profundo sentido de responsabilidad de los adultos en la sana crianza de la niñez.
El Diccionario de la Real Academia, define ‘educar’ como a acción de dirigir, encaminar, doctrinar, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etcétera. Esta premisa, que parece lógica, no lo es tanto cuando esa responsabilidad recae en uno o pocos de los involucrados en tan compleja tarea.
Así, en muchas ocasiones, la educación en el hogar está a cargo sólo del padre, de la madre o un familiar; en la escuela en algunos maestros, en los centros deportivos en entrenadores, sin empatía ni perspectiva de infancia, en instancias religiosas adultocentristas, incluso en instituciones gubernamentales dedicadas al cuidado y protección de la niñez que rigorizan la función.
Pero, por regla general, la mayoría tiene la intención de que los niños, niñas y adolescentes (NNyA) aprendan a seguir normas para su convivencia social y familiar, el problema es que son trasmitidas de una manera forzada, con la promesa de castigos si no se cumple con lo establecido. Un claro ejemplo en las escuelas, es el uso obligatorio del uniforme y un estilo de corte de cabello, que de no atenderse tiene efectos de sanción.
Esta práctica ha persistido bajo la consideración de que dará como resultado adultos “consientes”, cuando bajo ese método lo único que logramos es crear adultos obedientes que atienden las normas pero que no entienden por qué y mucho menos saben cuál es el compromiso social que les corresponde asumir.
Ni su responsabilidad ante los desafíos ambientales, sociales y económicos locales, nacionales e internacionales, por eso es frecuente que los adolescentes se revelen a la imposición de normas que sienten que afectan el desarrollo de su nueva identidad, que por cierto, está en desarrollo.
Si bien éste método es útil en la formación de la conciencia para obedecer las reglas, no lo es tanto cuando obviamos u omitimos explicar cuál es el propósito de éstas, que debiera enfocarse al sentido de pertenencia, la identidad, la igualdad, equidad, compromiso social, solidaridad, sostenibilidad, etcétera, y no a la idea de que si hago o dejo de hacer habrá castigo.
SI esto funcionara no habría tantas personas en prisión, porque habría bastado crear la norma para inhibir que se cometiera un delito, con la perspectiva que de no hacerlo se impondrá una pena.
Para superar la necesidad de castigar para formar adultos responsables, la Organización Mundial de la Salud (OMS), desarrolló el decálogo de las “habilidades para la vida”, que con un conjunto de capacidades psicosociales, además de permitirnos mejorar nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás, nos ayudan a construir entornos saludables y de paz, que son:
1. Autoconocimiento. Capacidad de conocerse, de saber las propias fortalezas, debilidades, actitudes, valores y recursos personales y sociales con que uno cuenta para la vida y para enfrentarse a la adversidad. Es descubrir aquello que se quiere y aquello que no.
2. Manejo de emociones y sentimientos. La habilidad para explorar las propias emociones y saber cómo gestionarlas influye en el comportamiento de las personas. Las de más difícil manejo, como la ira y la violencia, pueden tener resultados nocivos para la salud, sobre todo, en los más jóvenes.
3. Manejo de la tensión y el estrés. Es la habilidad de reconocer las circunstancias de la vida que causan estrés para afrontarlas de manera constructiva y eliminarlas o reducirlas de forma saludable.
4. Comunicación asertiva. Capacidad de expresar con claridad lo que se piensa, siente o necesita, autoafirmando los propios derechos, sin dejarse manipular ni manipular a los demás. Es la forma de comunicación más eficiente.
5. Empatía. La habilidad para imaginar cómo es la vida de otra persona y qué siente y ponerse en su lugar para comprender mejor sus reacciones, emociones y opiniones. Tener empatía ayuda a aceptar la diversidad y mejora las relaciones interpersonales. Ser empático también involucra las emociones propias: si se siente lo que sienten los demás es porque se comparten sentimientos.
6. Relaciones interpersonales. Capacidad de establecer y mantener relaciones interpersonales para interactuar de modo positivo con las personas de su entorno, sobre todo familiar, y, a la vez, terminar con las relaciones que sean tóxicas, esto es, que bloqueen el propio crecimiento personal.
7. Manejo de conflictos. Aceptando que el conflicto es parte de la condición humana, el reto está en desarrollar estrategias constructivas, es decir, que ayuden a manejarlos de manera que sean un estímulo para el desarrollo y favorezca el cambio y el crecimiento personal. Esta habilidad, en los jóvenes, ayuda a reducir la ansiedad.
8. Toma de decisiones. La habilidad de escoger ayuda a evaluar las posibilidades y a tener en cuenta las consecuencias asociadas a elecciones, tanto sobre uno mismo como en las personas del entorno.
9. Pensamiento creativo. Para tomar decisiones y solucionar conflictos es necesario explorar todas las alternativas y consecuencias, más allá de la propia experiencia personal.
10. Pensamiento crítico. Es la habilidad que permite analizar de manera objetiva la información disponible junto con la experiencia para llegar a conclusiones propias. Esto ayuda a los más jóvenes a reconocer qué factores influyen en su comportamiento, como los medios de comunicación o su grupo de iguales.
Nos leemos la próxima semana, espero sus comentarios.
Adriana Pineda Fernández – Magistrada Propietaria del Tribunal Unitario de Justicia Penal para Adolescentes del Estado de Morelos