/ lunes 13 de enero de 2020

Alternativa

El papel que los medios de comunicación tienen en la construcción de la verdad es un asunto cuya discusión quedó bastante resuelta desde que Habermas nos regaló su impecable y muy discutible, teoría de la acción comunicativa. En ella, el filósofo define la verdad como la suma consensuada de argumentos considerados válidos por una sociedad o un grupo social dominante, y conforme a ella se ha construido el poder simbólico del mainstream (agenda dominante en el discurso social) y con ello se ha contribuido a la creación de múltiples realidades alternas en las que parecen diluirse realidades innegables, como la virtud, el sacrificio, la moral y hasta, paradójicamente, la verdad (entendida como la expresión lingüística de una realidad objetiva).

Los medios de comunicación tienen parte de responsabilidad en el clima de violencia, de enojo, de frustración que parece compartir toda la sociedad; pero no son los únicos. Exponer la verdad como un producto democrático (lo que la gente quiere que sea), y no bajo un criterio científico (lo que realmente es), puede ser responsabilidad de algunos medios de comunicación, particularmente de las redes sociales y el periodismo “amarillo”; pero creer en tal premisa es responsabilidad definitiva de las audiencias.

Ante hechos trágicos, los dueños del discurso buscan con frecuencia diluir sus culpas en acusaciones más institucionales que personales. El patetismo de los tiroteos protagonizados por adolescentes es inmediatamente canalizado acusando a los videojuegos, al Heavy Metal, a la literatura incómoda (Las Uvas de la Ira, El Guardián entre el Centeno); sin reconocerse que cientos de miles de personas en todo el mundo están expuestos voluntariamente a estos contenidos sin tener conductas violentas.

El problema en todo caso no es la ficción de los videojuegos, la música o la literatura, sino la normalización de la violencia que contiene la parte de realidad que se ofrece en la narrativa de la sociedad contemporánea. La ausencia de espacios donde se rescate, reporte, enaltezca la virtud que todavía existe en nuestras sociedades, hace pensar en un ambiente de riesgo inexorable. La actual narrativa social bien podría encabezarse con el “Lasciate ogni speranza”, que adornaba las puertas del infierno de Dante. Tendríamos que reconocer que hay otra forma de vida posible, que no toda esperanza está perdida, que no vivimos en el infierno.

La decisión que tomamos en El Sol de Cuernavaca y El Sol de Cuautla de cancelar los contenidos de sangre y en su lugar ofrecer un periodismo de soluciones, de optimismo, de alternativas a quienes nos leen, ha sido difícil desde la perspectiva de la tradición periodística (durante siglos el periodismo se fundó en dos pilares, los deportes y los hechos de sangre y como muchas otras tradiciones periodísticas no tenían fundamento científico). Desde una perspectiva de responsabilidad social, en cambio, la determinación fue tan sencilla como decir no, como entender que miles de morelenses virtuosos merecen espacios de reconocimiento, de difusión, y la sociedad requiere como nunca de sus ejemplos.


Twitter: @martinellito

Correto: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx