/ miércoles 14 de agosto de 2019

Anotaciones para una pastoral de adicciones

Diócesis de Cuernavaca

Toda la comunidad en su conjunto es interpelada por las actuales dinámicas socioculturales y formas patológicas derivadas de un clima cultural secularizado, marcado por el capitalismo del consumo, la autosuficiencia, la pérdida de valores, el vacío existencial, la precariedad de los vínculos y las relaciones.

Papa Francisco

El incremento devastador de las adicciones en menores de edad, está siendo una tormentosa realidad de muchas familias. Las adicciones de drogas y alcoholismo, están poniendo en riesgo la convivencia social, vulnerando no sólo a la institución familiar, sino la correcta funcionalidad de todas las demás instituciones. Ante dicha problemática de salud pública, la iglesia debe asumir con mayor compromiso la prevención y el acompañamiento a las dependencias que trastornan los vínculos comunitarios.

Con mayor frecuencia, acuden a nosotros personas y familias afligidas por un tema de adicción. Desde la fe, piden como ayuda desesperada un juramento, una oración, una dirección espiritual, pero esto, no suele ser del todo suficiente, para extirpar de raíz la dinámica oscura que se ha establecido como conducta de vida. Consecuentemente, estás personas terminan en graves recaídas, orillando a sus familias a optar por alejarse de dicha relación tóxicodependiente, anexándolos o abandonándolos.

Sin duda alguna, la iglesia ha colaborado desde siempre con varias organizaciones en la prevención e intervención de adicciones, aunque quizá, ante tal hecatombe, debamos emprender una pastoral de adicciones que nos permita involucrarnos más en los procesos de acompañamiento. Esto se ha vuelto una demanda del pueblo de Dios, de la cual, no podemos hacernos ajenos. No basta rezar, sino dar propuestas factibles para sanar el corazón de tantas familias laceradas por estas enfermedades del alma.

Por tal motivo, habría que ir replanteando la forma de dar el auxilio espiritual ante estos casos específicos de adicciones, tendríamos por lo tanto, hacer una vinculación multidisciplinaria del acompañamiento. Aún no tenemos los agentes necesarios para realizar una pastoral de adicciones por parroquia, pero podríamos desde ahora iniciar con un protocolo básico de intervención.

De tal modo, que cada caso sea acompañado espiritualmente, pero a la vez, se le ponga en contacto con grupos de autoayuda dónde podrán recibir el apoyo necesario, no sólo del que tiene el problema adictivo, sino en un proceso integral con toda la familia. Esta colaboración conjunta permite desmitificar los prejuicios que existen con ciertos grupos de autoayuda, y le da confianza a la gente de asistir a ellos, sin ser juzgados. La promoción de estos grupos de recuperación, es un beneficio común para todos.

También cabe señalar como anotación de esta pastoral de adicciones, la elaboración de un programa de prevención en nuestros adolescentes y padres de familia. Nosotros no necesitamos convocatoria alguna, sólo necesitamos integrar este programa a nuestra formación catequética. Estoy convencido que esto revitalizara nuestra catequesis, haciéndola cercana al dolor que padece una gran parte de nuestros feligreses.

Ahora más que nunca, requerimos implementar acciones pastorales a favor de la reconstrucción del tejido social. No podemos ser indiferentes ante las venas abiertas de nuestro pueblo. Nuestra fe en el resucitado, debe estar hilada, con el compromiso de hacer algo con las llagas de los crucificados por las adicciones. Sin tocar las llagas del crucificado, muchos incrédulos como Tomás, no creerán. Hemos de ser una iglesia que haga creer con propuestas concretas de recuperación.

Toda la comunidad en su conjunto es interpelada por las actuales dinámicas socioculturales y formas patológicas derivadas de un clima cultural secularizado, marcado por el capitalismo del consumo, la autosuficiencia, la pérdida de valores, el vacío existencial, la precariedad de los vínculos y las relaciones.

Papa Francisco

El incremento devastador de las adicciones en menores de edad, está siendo una tormentosa realidad de muchas familias. Las adicciones de drogas y alcoholismo, están poniendo en riesgo la convivencia social, vulnerando no sólo a la institución familiar, sino la correcta funcionalidad de todas las demás instituciones. Ante dicha problemática de salud pública, la iglesia debe asumir con mayor compromiso la prevención y el acompañamiento a las dependencias que trastornan los vínculos comunitarios.

Con mayor frecuencia, acuden a nosotros personas y familias afligidas por un tema de adicción. Desde la fe, piden como ayuda desesperada un juramento, una oración, una dirección espiritual, pero esto, no suele ser del todo suficiente, para extirpar de raíz la dinámica oscura que se ha establecido como conducta de vida. Consecuentemente, estás personas terminan en graves recaídas, orillando a sus familias a optar por alejarse de dicha relación tóxicodependiente, anexándolos o abandonándolos.

Sin duda alguna, la iglesia ha colaborado desde siempre con varias organizaciones en la prevención e intervención de adicciones, aunque quizá, ante tal hecatombe, debamos emprender una pastoral de adicciones que nos permita involucrarnos más en los procesos de acompañamiento. Esto se ha vuelto una demanda del pueblo de Dios, de la cual, no podemos hacernos ajenos. No basta rezar, sino dar propuestas factibles para sanar el corazón de tantas familias laceradas por estas enfermedades del alma.

Por tal motivo, habría que ir replanteando la forma de dar el auxilio espiritual ante estos casos específicos de adicciones, tendríamos por lo tanto, hacer una vinculación multidisciplinaria del acompañamiento. Aún no tenemos los agentes necesarios para realizar una pastoral de adicciones por parroquia, pero podríamos desde ahora iniciar con un protocolo básico de intervención.

De tal modo, que cada caso sea acompañado espiritualmente, pero a la vez, se le ponga en contacto con grupos de autoayuda dónde podrán recibir el apoyo necesario, no sólo del que tiene el problema adictivo, sino en un proceso integral con toda la familia. Esta colaboración conjunta permite desmitificar los prejuicios que existen con ciertos grupos de autoayuda, y le da confianza a la gente de asistir a ellos, sin ser juzgados. La promoción de estos grupos de recuperación, es un beneficio común para todos.

También cabe señalar como anotación de esta pastoral de adicciones, la elaboración de un programa de prevención en nuestros adolescentes y padres de familia. Nosotros no necesitamos convocatoria alguna, sólo necesitamos integrar este programa a nuestra formación catequética. Estoy convencido que esto revitalizara nuestra catequesis, haciéndola cercana al dolor que padece una gran parte de nuestros feligreses.

Ahora más que nunca, requerimos implementar acciones pastorales a favor de la reconstrucción del tejido social. No podemos ser indiferentes ante las venas abiertas de nuestro pueblo. Nuestra fe en el resucitado, debe estar hilada, con el compromiso de hacer algo con las llagas de los crucificados por las adicciones. Sin tocar las llagas del crucificado, muchos incrédulos como Tomás, no creerán. Hemos de ser una iglesia que haga creer con propuestas concretas de recuperación.

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