/ viernes 16 de septiembre de 2022

Esquema histórico

Las personas suelen incomodarse cuando les dicen que no son dueños de sus pensamientos. Todavía más cuando eso significa que les fueron impuestos del exterior sin percatarse siquiera. Pero ocurre siempre. La mayoría de nuestros pensamientos, ideas y percepciones están fuertemente influenciados por los ánimos del momento.

Toda época tiene un signo. Y ese signo recubre gran parte del tiempo de la vida de un individuo. Invariablemente, las personas viven sin percatarse de este porque son incapaces de reconocer algo tan generalizado y común en la realidad. Algo parecido como el pez que nunca se llega a enterar que vive en el agua.

Un ejemplo bastante cercano es cuando a cierta edad y en lugares específicos, las personas llegan a coincidir en su forma de pensar. No sólo actúan, se visten o hablan casi igual, también sus ideas, aspiraciones, incluso gustos son similares. Sin darse cuenta, unos a otros se influencian por su generación.

Así funciona el esquema histórico; son patrones que comparten las personas en cierto momento del tiempo y definen, en buena medida, a la época. Por supuesto, los individuos no se percatan porque creen fervientemente que sus experiencias personales son perpetuas y lograrán trascender en la eternidad; y hasta cierto punto tienen razón, pero no de la forma tan mística y romántica que esperan. La efervescencia del momento hace creer que un instante será imperecedero, nublando el juicio de la persona.

Otro ejemplo ilustrativo es durante gran parte del siglo XX, tras la revolución bolchevique, muchos creían vehementemente que la ideología comunista cobraría un triunfo mundial y nada lo detendría, ni siquiera el tiempo; ahora, las discusiones sobre el tema se reducen a círculos bastante dispersos. También ocurrió algo parecido con la religión durante la Edad Media, donde era sumamente común que las personas centraran todos los aspectos de su vida en eso; ahora, la sociedad apenas es creyente o comparten las mismas creencias.

El problema del esquema histórico no es la duración sino la intensidad, ya que todo pensamiento tiene una fecha de caducidad, se quiera o no. Además que ninguna idea permanece sin alteración a lo largo de los tiempos. Pero una vez más, el individuo no se percata de esto y suele caer en un fanatismo exacerbado.

Es realmente difícil admitir que nuestro pensamiento, estilo de vida y hasta valores le pertenecen más a nuestro tiempo que a nosotros mismos, pero reconocerlo nos brinda la seguridad no caer es errores generacionales o baños de pureza ideológicos, que aunque moldean y forman parte de la historia, no dejan de ser reducciones de pensamiento.

Nunca se trata de negar y dudar de todo, sino de reconocer, dentro del gran condicionamiento del esquema histórico, lo que forma parte de nuestro tiempo e inevitablemente cambiará y lo que se resiste al inexorable paso de la historia, pero de todos modos sufrirá. Entonces, una forma de libertad es reconocer la limitación de nuestro tiempo, pensamiento evitando distorsiones.

Las personas suelen incomodarse cuando les dicen que no son dueños de sus pensamientos. Todavía más cuando eso significa que les fueron impuestos del exterior sin percatarse siquiera. Pero ocurre siempre. La mayoría de nuestros pensamientos, ideas y percepciones están fuertemente influenciados por los ánimos del momento.

Toda época tiene un signo. Y ese signo recubre gran parte del tiempo de la vida de un individuo. Invariablemente, las personas viven sin percatarse de este porque son incapaces de reconocer algo tan generalizado y común en la realidad. Algo parecido como el pez que nunca se llega a enterar que vive en el agua.

Un ejemplo bastante cercano es cuando a cierta edad y en lugares específicos, las personas llegan a coincidir en su forma de pensar. No sólo actúan, se visten o hablan casi igual, también sus ideas, aspiraciones, incluso gustos son similares. Sin darse cuenta, unos a otros se influencian por su generación.

Así funciona el esquema histórico; son patrones que comparten las personas en cierto momento del tiempo y definen, en buena medida, a la época. Por supuesto, los individuos no se percatan porque creen fervientemente que sus experiencias personales son perpetuas y lograrán trascender en la eternidad; y hasta cierto punto tienen razón, pero no de la forma tan mística y romántica que esperan. La efervescencia del momento hace creer que un instante será imperecedero, nublando el juicio de la persona.

Otro ejemplo ilustrativo es durante gran parte del siglo XX, tras la revolución bolchevique, muchos creían vehementemente que la ideología comunista cobraría un triunfo mundial y nada lo detendría, ni siquiera el tiempo; ahora, las discusiones sobre el tema se reducen a círculos bastante dispersos. También ocurrió algo parecido con la religión durante la Edad Media, donde era sumamente común que las personas centraran todos los aspectos de su vida en eso; ahora, la sociedad apenas es creyente o comparten las mismas creencias.

El problema del esquema histórico no es la duración sino la intensidad, ya que todo pensamiento tiene una fecha de caducidad, se quiera o no. Además que ninguna idea permanece sin alteración a lo largo de los tiempos. Pero una vez más, el individuo no se percata de esto y suele caer en un fanatismo exacerbado.

Es realmente difícil admitir que nuestro pensamiento, estilo de vida y hasta valores le pertenecen más a nuestro tiempo que a nosotros mismos, pero reconocerlo nos brinda la seguridad no caer es errores generacionales o baños de pureza ideológicos, que aunque moldean y forman parte de la historia, no dejan de ser reducciones de pensamiento.

Nunca se trata de negar y dudar de todo, sino de reconocer, dentro del gran condicionamiento del esquema histórico, lo que forma parte de nuestro tiempo e inevitablemente cambiará y lo que se resiste al inexorable paso de la historia, pero de todos modos sufrirá. Entonces, una forma de libertad es reconocer la limitación de nuestro tiempo, pensamiento evitando distorsiones.