Ahí reside la paradoja de la modernidad, la concentración que se percibe entre el proceso de secularización y la renovación contemporánea de los intereses religiosos. La modernidad ha abolido la religión, pero crea al mismo tiempo la oportunidad de una utopía que en su misma estructura es afín a una problemática religiosa de la plenitud y la salvación (…) En este sentido ha tomado el relevo de la promesa religiosa del Reino y hecho caduca la espera escatológica.
Daniele Hervieu-Leger
Nos encontramos en un momento crucial, donde es preciso fortalecer y reivindicar la mirada espiritual.
Una sociedad posmoderna que ha desgarrado el espíritu humano mediatizándolo, tan solo, ha logrado el vacío imperante que trata de ser llenado con una serie de productos de toda índole para ser saciada la necesidad espiritual. Ante ello, no cabe la menor duda, que el recuperar la riqueza espiritual y contemplar el mensaje de fortaleza que se adquiere, es una prioridad.
Para nosotros católicos, el reto es restablecer de inmediato la formación permanente y actualizada del sentido profundo del misterio de fe. No será tarea nada fácil pero es el reto obligado para lograr, antes que otra cosa, la armonía espiritual. Beber del manantial de nuestra fe y comprender el misterio salvífico desde la realidad acontecida, es darnos la opción de la esperanza.
Presentar a Cristo y su mensaje liberador no podrá tener un eco en una sociedad secularizada, si antes bien, no logramos tener un punto de encuentro para restablecer un diálogo entre la sociedad líquida, como ha llamado Bauman, y la riqueza espiritual que la Iglesia contiene en el misterio de fe.
De modo que, debemos tener la actitud de los primeros cristianos que hicieron precisamente este mismo esfuerzo. Un Justino, Basilio, Atenágoras, Taciano, Tertuliano, Orígenes, entre otros grandes hombres, que en su gran capacidad intelectiva utilizaron el lenguaje conceptual, en ese entonces el discurso filosófico, para lograr anunciar la Buena Nueva y los misterios de fe que van surgiendo mediante la meditación del depósito sagrado de la escritura.
Pienso que sólo de ese modo podremos convencer, porque nuestras categorías religiosas no son las del mundo, este ya ha sido cruelmente despojado de ellas, no anuladas pero si inhabilitadas. Estamos frente a un mundo moderno que racionalizo en extremo, al grado de la cosificación de la vida. Este es el desafío, lograr argumentar hacia el exterior de la Iglesia una mayor apertura de diálogo, sin saturar nuestro diálogo con categorías religiosas que hagan un rechazo inmediato del hombre secularizado.
Tenemos que generar una dialéctica de la secularización, donde el discurso religioso no se excluye, pero va entrando en diálogo con las categorías secularizadas, sobre todo, desde las ciencias sociales y corrientes filosóficas que tienen legitimidad en la sociedad secular. Desde este diálogo afable es como podremos ir restableciendo las bases religiosas en un mundo secular, pero empezando con el esfuerzo de hablar con el propio lenguaje del mundo. No nos ocasiona problemas, al contrario, nos enriquece más en nuestro conocimiento espiritual.
La pastoral tendrá que hacer su parte, pero en lo que ahora nos corresponde, como promotores del misterio de la fe, urge la necesidad de entablar un diálogo comprensivo del hecho religioso desde la maduración de un discurso multidisciplinario. Es tiempo favorable, para atrevernos como san Pablo, a nuevos areópagos seculares.