/ jueves 5 de septiembre de 2024

Días de soltar / Agandalle clásico

Ayer en la madrugada, aplicando unas chicanadas propias de los peores momentos de la mafia en el poder, se aprobó por MORENA y sus aliados la Reforma al Poder Judicial. Nadie duda se necesite una reforma en el Poder Judicial de México.

La última relevante fue en 1994 en el sexenio de Zedillo, que mejoró la columna vertebral de los juzgadores con detalles como disminuir la cantidad de Ministros en la corte, establecer una carrera judicial meritocrática, entre otros que en general le daban mayor legitimidad y confianza. 20 años después los beneficios de esa reforma son evidentes. Hasta antes del sexenio de AMLO, el Poder Judicial era, de entre los 3 poderes tradicionales, el que mayor confianza daba. La Suprema Corte de Justicia defendió el matrimonio entre personas del mismo sexo, la libertad al desarrollo de la personalidad en el consumo de mariguana, entre otros asuntos relevantes de la vida pública del país. A cada presidente le tocaba nombrar entre 1-3 ministros, con aprobación del Senado, lo que permitía que la conciencia de la más alta esfera judicial fuera reflejando el voto de los mexicanos a través de esa selección indirecta. Eso es una ingeniería legal sana, que balancea el poder. Además, en estas dos décadas han llegado a los espacios de decisión judicial personas con muchos años de carrera a través de filtros como exámenes de oposición que disminuyen la probabilidad cualquier improvisado sea Juez. Desgraciadamente, también son evidentes los pendientes en este órgano de poder. La corrupción es innegable, particularmente en los estratos más bajos del Poder Judicial. El problema es que la reforma de AMLO no plantea solución alguna a esos detalles; y por el otro lado, destruye la estructura que si ha funcionado.

El de AMLO ha sido un sexenio que le habla a los pobres del país. A los más necesitados, y eso se lo celebro. El mérito de Andrés es voltear a ver a un sector de la población que había estado olvidado por mucho tiempo y su premio es el apoyo de ellos, que le permite tener mayoría en el legislativo y conservar el ejecutivo. Lo que le reclamo, es que esa comunicación solo la ha usado para distorsionar la realidad mientras él y los suyos se aprovechan del poder. Mejoras marginales en salarios no son suficientes para contrastar con la pérdida de instituciones como el Seguro Popular, y sin embargo, él dice que “Estamos mejor que Dinamarca”. Las entregas de dinero de los Programas sociales, si bien alivianan a la banda, no resuelven el problema de fondo que instituciones como el CONEVAL alcanzan a diagnosticar, y el lo que quiere es quitarles recursos a los órganos autónomos.

Pero probablemente lo peor de esta reforma, es como fomenta la polarización del país. Él que sufrió de los abusos del sistema, en vez de tomar el camino digno y corregirlo, ahora es quien abusa del él. Ello genera una histeria colectiva, que enfrenta a la población del país por sus diferencias: en vez de reconocerlas y encontrar puntos medios, estamos en pie de guerra entre mexicanos.

A Andrés la historia lo juzgará como el fenómeno que es. Sí, ya pasó a la historia, pero no necesariamente con 10. El México que necesitamos no es uno donde las diferencias nos enfrenten, sino uno en el que esas diferencias nos sumen. Hay una deuda histórica con los sectores más bajos de la población, que los partidos políticos no supieran reconocer y eso es lo que le abrió las puertas a la demagogia de Andrés. MORENA, después de un sexenio, puedo decir con seguridad que adoptó esas malas prácticas de las que siempre se quejó. El agandalle en el poder legislativo de las últimas semana es un ejemplo claro de ello. Ese bono democrático no les va a durar para siempre, y nuestro reto como oposición, más allá de cederle el liderazgo a los Alitos y Markitos, es no aplaudirle al poder estos agandalles y el atoles con el dedo, pero tampoco debemos celebrarle a la oposición los discursos sin fondo, para taparle el ojo al macho, porque por eso estamos como estamos.

¿Dónde están los nuevos liderazgos? Que no por jóvenes, sino porque proponen algo nuevo, transparente y decente, merecen sentarse en esa mesa a negociar el futuro del país.

Ayer en la madrugada, aplicando unas chicanadas propias de los peores momentos de la mafia en el poder, se aprobó por MORENA y sus aliados la Reforma al Poder Judicial. Nadie duda se necesite una reforma en el Poder Judicial de México.

La última relevante fue en 1994 en el sexenio de Zedillo, que mejoró la columna vertebral de los juzgadores con detalles como disminuir la cantidad de Ministros en la corte, establecer una carrera judicial meritocrática, entre otros que en general le daban mayor legitimidad y confianza. 20 años después los beneficios de esa reforma son evidentes. Hasta antes del sexenio de AMLO, el Poder Judicial era, de entre los 3 poderes tradicionales, el que mayor confianza daba. La Suprema Corte de Justicia defendió el matrimonio entre personas del mismo sexo, la libertad al desarrollo de la personalidad en el consumo de mariguana, entre otros asuntos relevantes de la vida pública del país. A cada presidente le tocaba nombrar entre 1-3 ministros, con aprobación del Senado, lo que permitía que la conciencia de la más alta esfera judicial fuera reflejando el voto de los mexicanos a través de esa selección indirecta. Eso es una ingeniería legal sana, que balancea el poder. Además, en estas dos décadas han llegado a los espacios de decisión judicial personas con muchos años de carrera a través de filtros como exámenes de oposición que disminuyen la probabilidad cualquier improvisado sea Juez. Desgraciadamente, también son evidentes los pendientes en este órgano de poder. La corrupción es innegable, particularmente en los estratos más bajos del Poder Judicial. El problema es que la reforma de AMLO no plantea solución alguna a esos detalles; y por el otro lado, destruye la estructura que si ha funcionado.

El de AMLO ha sido un sexenio que le habla a los pobres del país. A los más necesitados, y eso se lo celebro. El mérito de Andrés es voltear a ver a un sector de la población que había estado olvidado por mucho tiempo y su premio es el apoyo de ellos, que le permite tener mayoría en el legislativo y conservar el ejecutivo. Lo que le reclamo, es que esa comunicación solo la ha usado para distorsionar la realidad mientras él y los suyos se aprovechan del poder. Mejoras marginales en salarios no son suficientes para contrastar con la pérdida de instituciones como el Seguro Popular, y sin embargo, él dice que “Estamos mejor que Dinamarca”. Las entregas de dinero de los Programas sociales, si bien alivianan a la banda, no resuelven el problema de fondo que instituciones como el CONEVAL alcanzan a diagnosticar, y el lo que quiere es quitarles recursos a los órganos autónomos.

Pero probablemente lo peor de esta reforma, es como fomenta la polarización del país. Él que sufrió de los abusos del sistema, en vez de tomar el camino digno y corregirlo, ahora es quien abusa del él. Ello genera una histeria colectiva, que enfrenta a la población del país por sus diferencias: en vez de reconocerlas y encontrar puntos medios, estamos en pie de guerra entre mexicanos.

A Andrés la historia lo juzgará como el fenómeno que es. Sí, ya pasó a la historia, pero no necesariamente con 10. El México que necesitamos no es uno donde las diferencias nos enfrenten, sino uno en el que esas diferencias nos sumen. Hay una deuda histórica con los sectores más bajos de la población, que los partidos políticos no supieran reconocer y eso es lo que le abrió las puertas a la demagogia de Andrés. MORENA, después de un sexenio, puedo decir con seguridad que adoptó esas malas prácticas de las que siempre se quejó. El agandalle en el poder legislativo de las últimas semana es un ejemplo claro de ello. Ese bono democrático no les va a durar para siempre, y nuestro reto como oposición, más allá de cederle el liderazgo a los Alitos y Markitos, es no aplaudirle al poder estos agandalles y el atoles con el dedo, pero tampoco debemos celebrarle a la oposición los discursos sin fondo, para taparle el ojo al macho, porque por eso estamos como estamos.

¿Dónde están los nuevos liderazgos? Que no por jóvenes, sino porque proponen algo nuevo, transparente y decente, merecen sentarse en esa mesa a negociar el futuro del país.