/ viernes 20 de enero de 2023

Los olvidados siguen olvidados

Dando vueltas por los márgenes de Cuernavaca, en esa franja que ni es Cuernavaca ni es Tepoztlán, donde la gente construyó su casa en un terreno que amenaza con ser parte de un área natural protegida, o la propiedad de un cacique revolucionario que murió intestado. Ahí se topa uno con la realidad que duele. Hay una calle, que de calle solo tiene el nombre, donde viven señoras de la tercera edad, que en algún momento se dedicaron a limpiar casas. Hasta que la edad ya no les dio para agacharse o subir escaleras lo suficientemente rápido para que la patrona se sintiera cómoda. Con un “yo te busco”. Así sin más se acabó el trabajo. “Me descansaron empezando la pandemia y ya no me han vuelto a hablar.”

“Antes una vecina me traía una despensa cada de repente, a ella se las daba otra conocida que trabajaba con el gobierno. Pero también ella se quedó sin chamba y me dejaron de traer la despensa.” Eso platicaba la señora Roge, que mientras se metía a su casa a buscarnos agua caliente, para ofrecernos, aunque sea eso, en su casita de tabiques y lámina galvanizada. “Mi mamá estuvo remal, le salieron unas ámpulas en el estómago por tomar el café tan caliente, que era lo único que había en la casa para comer.” nos decía su hija menor, que vive con ella. Una chica con una sonrisa hermosa, de esas sonrisas que te dicen que no entiende cómo funciona este mundo, por lo que se quedó a vivir mamá y ahora su chamba es acompañarla y cuidarla. “Estuvo en coma y ya no sabíamos si salía de esa. Todavía le debemos al Doctor.” me dice ella, no sé si orgullosa de que salieron de esa o preocupada porque todavía deben. “Aquí necesitamos, primerito, resolver que vamos a comer. No sean malitos, ayúdenos con una de esas despensas.”

Al día siguiente con mucho trabajo caminaron desde temprano, aproximadamente tres kilómetros, para llegar a donde tuvimos un evento. Para ellas, lo más cercano a un trabajo es acompañarnos, con la esperanza de que nos acordemos de ellas y las procuremos, aunque sea con una de esas despensas.

¿Cómo construimos a partir de eso? Esta es una historia de muchas que topamos todos los días, con diferentes nombres, lugares y anécdotas, pero todas coincidentes en la precariedad de la situación, en el riesgo de la circunstancia, en el abandono de las consideraciones. Con temperancia, prudencia y paciencia me responden. El problema es que todo eso se me acaba cuando me acuerdo de Doña Roge, caminando bonachonamente, con la frente sudada y el bastón desgastado, acompañada de la dulce e ingenua sonrisa de su hija. Se me derrite el corazón cuando me sonríen de lejos, me saludan y me acompañan. Pero no me alcanza, a nadie le alcanza. Es más fácil, en el cálculo político, olvidarse de ellas. “Los Olvidados” como diría Luis Buñuel en 1950. Setenta y tres años y parece no encontramos la beta para este problema. ¿Cuáles son nuestras prioridades?

Dando vueltas por los márgenes de Cuernavaca, en esa franja que ni es Cuernavaca ni es Tepoztlán, donde la gente construyó su casa en un terreno que amenaza con ser parte de un área natural protegida, o la propiedad de un cacique revolucionario que murió intestado. Ahí se topa uno con la realidad que duele. Hay una calle, que de calle solo tiene el nombre, donde viven señoras de la tercera edad, que en algún momento se dedicaron a limpiar casas. Hasta que la edad ya no les dio para agacharse o subir escaleras lo suficientemente rápido para que la patrona se sintiera cómoda. Con un “yo te busco”. Así sin más se acabó el trabajo. “Me descansaron empezando la pandemia y ya no me han vuelto a hablar.”

“Antes una vecina me traía una despensa cada de repente, a ella se las daba otra conocida que trabajaba con el gobierno. Pero también ella se quedó sin chamba y me dejaron de traer la despensa.” Eso platicaba la señora Roge, que mientras se metía a su casa a buscarnos agua caliente, para ofrecernos, aunque sea eso, en su casita de tabiques y lámina galvanizada. “Mi mamá estuvo remal, le salieron unas ámpulas en el estómago por tomar el café tan caliente, que era lo único que había en la casa para comer.” nos decía su hija menor, que vive con ella. Una chica con una sonrisa hermosa, de esas sonrisas que te dicen que no entiende cómo funciona este mundo, por lo que se quedó a vivir mamá y ahora su chamba es acompañarla y cuidarla. “Estuvo en coma y ya no sabíamos si salía de esa. Todavía le debemos al Doctor.” me dice ella, no sé si orgullosa de que salieron de esa o preocupada porque todavía deben. “Aquí necesitamos, primerito, resolver que vamos a comer. No sean malitos, ayúdenos con una de esas despensas.”

Al día siguiente con mucho trabajo caminaron desde temprano, aproximadamente tres kilómetros, para llegar a donde tuvimos un evento. Para ellas, lo más cercano a un trabajo es acompañarnos, con la esperanza de que nos acordemos de ellas y las procuremos, aunque sea con una de esas despensas.

¿Cómo construimos a partir de eso? Esta es una historia de muchas que topamos todos los días, con diferentes nombres, lugares y anécdotas, pero todas coincidentes en la precariedad de la situación, en el riesgo de la circunstancia, en el abandono de las consideraciones. Con temperancia, prudencia y paciencia me responden. El problema es que todo eso se me acaba cuando me acuerdo de Doña Roge, caminando bonachonamente, con la frente sudada y el bastón desgastado, acompañada de la dulce e ingenua sonrisa de su hija. Se me derrite el corazón cuando me sonríen de lejos, me saludan y me acompañan. Pero no me alcanza, a nadie le alcanza. Es más fácil, en el cálculo político, olvidarse de ellas. “Los Olvidados” como diría Luis Buñuel en 1950. Setenta y tres años y parece no encontramos la beta para este problema. ¿Cuáles son nuestras prioridades?