“Una medalla no vale la vida de un ser humano, y no es la justicia para ese ser humano. ¿Con qué se puede resarcir el daño?, nada más que con la justicia, y esa demanda la mantenemos firme”, ha señalado doña Rosario Piedra Ibarra.
Esta señora emblemática, incansable, perseverante, indomable, rebelde, recibió, la semana pasada, del Senado de la República, a través de su hija, María del Rosario Piedra Ibarra, la Medalla Belisario Domínguez, como “un justo reconocimiento a su incansable lucha y activismo de más de cuatro décadas en favor de presos, desaparecidos y exiliados políticos”.
Es, efectivamente, un reconocimiento para quien sigue luchando y ha sido la voz de quienes no la han tenido para poder exigir justicia y se respeten sus derechos humanos.
Doña Rosario ha sido una sembradora de conciencias, de razones, de rebeldía, de insurrección, pero también de esperanza, una líder que decidió compartir esta distinción con las otras madres que, como ella, sus hijos e hijas están desaparecidos que, como ella, llevan décadas persistiendo en la búsqueda de sus descendencias, que como a ella nadie las doblegó.
Esa mujer menuda de estatura, de apariencia frágil, pero enorme en espíritu, de gran templanza, siempre acompañada de la imagen, de la fotografía de su hijo desaparecido en abril 1974, Jesús Piedra Ibarra, acusado de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Desde aquel entonces, cuando Jesús ya no regresó a su casa, luego de que salió a comprar queso y aceite que le encargó su mamá, el peregrinar de doña Rosario no fue de horas, días, semanas, meses, años, décadas; hasta la fecha persiste. Ha reclamado a los gobiernos, al Ejército, a la Marina por el paradero de su hijo, de sus hijos, porque a los otros desaparecidos los hizo suyos.
En abril de 1977 fundó el Comité Pro-Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos, conocido como Comité ¡Eureka!, donde se sumaron familias de personas desaparecidas o presos políticos durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, símbolo, ambos, de la represión en México.
En la memoria social, se le recuerda vehemente, arriba de templetes, en los techos de camiones reclamando “alto a la represión”, demandando, desde Luis Echeverría hasta Vicente Fox: "Señor presidente, le exijo ver con vida a mi hijo", pero también pidiendo la aparición de los otros jóvenes, hombres, mujeres desaparecidos: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”
Doña Rosario fue dos veces candidata presidencial, pero no porque quisiera el poder por el poder. Ella sabía que su participación en las elecciones era únicamente testimonial, era una plataforma de información, de denuncia, que la población supiera lo que los otros candidatos no se atrevían a exigir, no intentaban a denunciar, que en México había presos políticos, presos de conciencia y que muchos eran torturados, y que muchos estaban desaparecidos. Fue cuatro veces postulada al Premio Nóbel de la Paz.
Doña Rosario no se amilanaba a pesar de que siempre los agentes del CISEN la perseguían, estaban detrás de ella, pero también le daban la cara para que se asustara, para que desistiera de su lucha. Nunca lo hizo; no la vencieron.
Llevó a cabo huelgas de hambre para exigir una amnistía para los presos políticos, lucha que ganó en 1978, cuando el gobierno concedió la amnistía para presos políticos, pero por desgracia no le fue aclarado cuál había sido el destino de Jesús, ni la de muchos otros, desapariciones que sumaban varios cientos de personas.
Igual, y a pesar del paso de los años, le reclamó a Ernesto Zedillo Ponce de León y a Vicente Fox Quezada su falta de autoridad para hacer justicia en los crímenes del pasado y por no atender el reclamo en aquellos momentos donde también se denunciaban desapariciones, torturas y muertos.
Quien la visitó o entrevistó en su casa de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, recuerda la su colección de objetos simbólicos de su lucha: fotos, carteles, cirios y una corona de espinas. “La corona de espinas es un símbolo de la tortura, me la regalaron unos amigos y las cruces también representan algo similar. A Espartaco lo crucificaron, a los rebeldes, a los romanos los crucificaban. No soy religiosa, pero me impresiona mucho la vida de Cristo como ser humano”, le dijo a una reportera.
En las paredes de esa vivienda que habitó por varios años, diversas crónicas recuerdan las fotografías que, por el paso del tiempo, “han adquirido una tonalidad sepia”: Doña Rosario sonriente con Edward Kennedy, con Fidel Castro, con Cuauhtémoc Cárdenas, con Manuel Clouthier, con el subcomandante Marcos -quien la llamaba “Mamá Piedra”-, con las Madres de la Plaza de Mayo.
En la vieja casona de Xicoténcatl, sede antigua del Senado, tal vez como nunca, se escuchó, aunque no en la voz de doña Rosario, pero sí en la de su hija Claudia, su espíritu indomable, de exigencia a su propio “amigo” como le llamó al presidente Andrés Manuel López Obrador: “a un año de que entró en funciones, el gobierno que `creyeron firmemente que sería el añorado´, no ha sido así. Las familias del Comité Eureka “hoy seguimos igual, recibiendo escarnio y burla de los funcionarios”.
Doña Rosario no se doblegó, ni antes, ni ahora; no rindió pleitesía al Senado otorgante de la presea ni al gobierno en turno, ni al mismo presidente de la República, con quien a pesar de la amistad que pueda tener, lo comprometió:
"Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo, no permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia.
"No quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada, por fin, los ha cubierto con su velo protector".
Una tarea muy difícil de cumplir, particularmente para un gobierno de izquierda, comprometido con la lucha de doña Rosario por la verdad y la justicia; un desafío, sobre todo, cuando los gobiernos represores seguramente debieron de haber borrado las huellas, las pruebas de dónde quedaron los cientos de desaparecidos políticos durante el tiempo de la guerra sucia.
Ojalá el presidente pueda devolverle a doña Rosario la presea que le dejó en custodia junto con el paradero de su hijo, de sus hijos.