El estado del bienestar entraña la protección de la mayoría débil frente a la minoría fuerte y privilegiada.
Tony Judt
La intencionalidad propia del servicio público es la corresponsabilidad ética de poner el poder económico y político a favor de la comunidad. No obstante, dicha pretensión se confabula en una complejidad de intereses creados de quienes ostentan dichos poderes en desproporción respecto a una justicia social. Desde la mística cristiana coincidimos irrefutablemente con el Estado del Bienestar, pero puntualizando ciertas consideraciones en su implementación, de lo contrario corremos el riesgo de reproducir sistemas viciados con las mismas prácticas del viejo régimen.
Vale la pena hacer una dilucidación crítica en relación al Estado de Bienestar para evitar ciertos equívocos que nos harían retroceder en tal inventiva de un desarrollo social más digno para todos. Si partimos de este loable propósito del Estado de Bienestar, corresponde generar una articulación donde los beneficiados no sean agentes pasivos sino lograr ser incentivados en pro de una conciencia e incidencia social. Inconcebible transmutar la ayuda del Estado en un aparato de asistencialismo o clientelismo como sucedió en el pasado.
Definitivamente la creatividad política ha de ser quien se encargue de proveer un modelo ético en la redefinición de dichas políticas públicas. Considero por lo tanto de suma importancia, habilitar vínculos de reciprocidad en razón al beneficio obtenido, de no ser así, provocamos un acomodamiento de conductas insensibles a la responsabilidad comunitaria, catapultamos el sentido de pertenencia nacional, y esa fuerza social se diluye en una pasividad de participación ciudadana.
Los programas sociales deben estar vinculados a la construcción de ciudadanía, para ello, es necesario que dichos incentivos sean regulados desde el establecimiento de una normatividad para consolidar la cooperación comunitaria, es decir, todo aquel que reciba dicho beneficio debe realizar un servicio social en su localidad. Entonces sí, podríamos legitimar que dichos programas sean expansivos en toda la nación, dada la certeza de saber que quien sea beneficiado, encontraremos en él un ciudadano como un agente de transformación social.
Nuestra tradición apostólica coincide en tal ideal de proveer al más necesitado, y resguardamos estás enseñanzas como doctrina social cristiana, por lo tanto no nos oponemos sino más bien exhortamos a un replanteamiento más integral de su política social para un mayor beneficio nacional. Ejemplo de la ética social cristiana son los padres de la Iglesia, cito sólo algunos de ellos: SAN CIPRIANO (C.200-258): “Cuando los ricos no llevan a la misa lo que los pobres necesitan, no celebran la Eucaristía del Señor”. SAN BASILIO (C.330-379): “No vendas a altos precios, aprovechándote de la necesidad. No aguardes a la carestía de pan para abrir entonces tus almacenes. No esperes, por amor al oro, a que venga el hambre, ni por hacer negocio privado la común indigencia. No seas traficante de las calamidades humanas. Tú miras el oro, y no miras a tu hermano: reconoces el cuño de la moneda y disciernes la genuina de la falsa, y desconoces de todo punto a tu hermano en el tiempo de necesidad.” SAN GREGORIO DE NISA (C.330-394): “Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la riqueza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y cruel, una bestia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar para su uso personal la comida de los otros hermanos”. SAN AMBROSIO (C.340-397): “Cuando alguien roba los vestidos a un hombre, decimos que es un ladrón. ¿No debemos dar el mismo nombre a quien pudiendo vestir al desnudo no lo hace? El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga, sin usar, en tu guardarropa pertenece a quien lo necesita; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo; el dinero que tú acumulas pertenece a los pobres”.