Como cada año, nuestro Seminario Conciliar “San José” de Cuernavaca se encuentra en misión, ahora en la parroquia “San Miguel Arcángel” Jojutla, Morelos, lugar donde hubo la mayor catástrofe provocada por el terremoto del 19-S. Desde que ocurrió tan desastroso acontecimiento que conmociono al país, el seminario ha estado presente sumando esfuerzos organizativos y espirituales para la reconstrucción. No cabe duda que este acercamiento solidario de nuestros futuros sacerdotes al padecimiento de nuestro pueblo por el desastre natural, será de suma relevancia en su formación humana. Requerimos ahora más que nunca, de sacerdotes con sensibilidad social, con “olor a oveja” como nos exhorta nuestro Papa Francisco. Espero como nuestro pueblo de Dios espera de nosotros, que de nuestro Seminario sigan surgiendo hombres consagrados al servicio restaurador no sólo del alma, sino también del compromiso social en la construcción del Reino de Dios en la tierra, desde el amor, la paz y la justicia. Confío que esta experiencia misional bajo tales circunstancias de sensibilidad, curta el corazón de nuestros seminaristas, para no sólo llegar a ser administradores de la gracia sino pastores cercanos a los dolores de nuestro pueblo.
Aunque no es noticia en los medios de comunicación masivos, quiero decir con total convicción y regocijo que debemos estar orgullosos de nuestro Seminario, semillero sacerdotal, allí dónde se forman los futuros sacerdotes para la Diócesis de Cuernavaca. No sólo nuestros muchachos estudian sus dos licenciaturas: filosofía y teología, sino que además tiene una formación integral en todas las demás áreas. Sin duda alguna, es una casa de formación de líderes, que aunque algunos no lleguen al ministerio sacerdotal, no dejan de tener una incidencia social desde otros ámbitos por la completa formación recibida. Por tanto, debemos resaltar el valor significativo de tener un seminario. Es una institución de las pocas que existen en la sociedad, que de verdad ha dado cientos de generaciones de hombres capacitados para servir al pueblo de Dios, ya sea como consagrados o como laicos comprometidos.
Ante una crisis antropológica de las nuevas generaciones de jóvenes, creo que vale la pena valorar esta entrega poco visibilizada mediáticamente, de estos muchachos que están entregando sus mejores años de vida, apostándole a un sueño aún incierto y de largos años (entre 9 y 12 años): ser sacerdote para más amar y servir al pueblo de Dios. En vez de gastar su juventud en los deseos y diversiones, han decidido ofrecerlos en el estudio, la oración, la disciplina, el desprendimiento, la austeridad, la renuncia a una familia, a un negocio o a una carrera de éxito y poder, para entregarse a un seguimiento a la forma de proceder del maestro de Nazareth. Creo que ante una evidente descomposición social y de valores, el tener a estos varones en el seminario, es signo de esperanza, es signo de que aún el proyecto de Jesús, sigue atrayendo a jóvenes, sigue en pie y jamás se detendrá. No son muchos los que llegarán al llamado del sacerdocio, pero Dios no deja de concedernos sacerdotes.
Sé que el equipo formador del seminario, durante los largos años de formación, hacen lo posible para darnos lo mejor de los candidatos a la ordenación, aún así, podemos llevarnos sorpresas inesperadas de inmadurez. Por eso en cada misa celebrada en nuestra Diócesis, todos debemos de rezar la oración por las vocaciones, para que el Buen Pastor, haga de sus elegidos hombres entregados a su llamado, que constantemente se estén reelaborando para dar lo mejor de sí.
Pidamos por ellos y por todos los sacerdotes. Puedo decir con toda seguridad que es mucho más el bien que los sacerdotes hacen, que el mal de unos cuantos. Recordemos que Judas fue un elegido para ser uno de los doce, fue formado y vivió con el mismo Jesucristo, y aún así, fallo. Nuestra formación esta cimentada en la doctrina de la iglesia, fiel a Cristo, pero seguimos siendo libres para ser fieles o traicionar. También nuestro seminario hace todo lo posible para darnos lo mejor como Cristo quiso darnos a sus doce apóstoles. Por eso urge nuestra constante oración por las vocaciones. Estamos redoblando esfuerzos para que nuestra institución a pesar de la crisis que se vive por el pecado de unos cuantos, nos haga un avivamiento de nuestro ser sacerdotal, renovándonos para los nuevos retos de la iglesia. No hay mal que por bien no venga, para los que aman al Señor. Estamos convencidos como nos lo ha enseñado la historia de la iglesia, que de tiempos turbulentos, Dios nos envía grandes restauradores. En esa confianza, sigamos amando a nuestro seminario, porque de allí Dios hará surgir nuevas generaciones sacerdotales para su iglesia.