Todas las civilizaciones han privilegiado la generación de conocimiento. Mayas, chinos, árabes o bosquimanos, nuestra supervivencia como grupo social se basa en la capacidad de entender, interpretar y predecir el entorno.
México no es la excepción. El derecho de los mexicanos a la educación se encuentra plasmado en el artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917 siendo uno de sus ejes emblemáticos. En nuestro país la educación debe ser libre, laica y gratuita. Los particulares podrán impartir educación en todos sus tipos y grados pero que deberán obtener previamente, en cada caso, la autorización expresa del poder público
Para 1980 se garantiza la autonomía universitaria así como la libertad de cátedra y de investigación. Para 1992 se incorpora como criterio orientador que la educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios.
Me pareció necesario hacer este recuento para dar contexto a una reflexión de porqué, a pesar de una legislación pertinente, se percibe una clara degradación de algunos aspectos de nuestro sistema educativo. En los hechos, la heterogénea formación de los docentes lleva a diferencias abismales en la calidad de los mismos programas de estudio entre planteles públicos y privados, urbanos y rurales, presenciales y por telemedios. Las deficiencias las vemos en numerosas expresiones, cuantitativas como la prueba PISA o cualitativas. Como docente les puedo decir que desde hace más de 10 años he detectado un deterioro constante en la capacidad de mis estudiantes para lectura de comprensión, expresión verbal o escrita, capacidad de concentración, además de deficiencias en el uso de herramientas básicas como razonamiento lógico o profesionalizantes como el uso de paquetería de computadora. El exceso de información en la punta de los dedos nos ha vuelto perezosos. Hemos transitado tan rápidamente a una dinámica de búsqueda que olvidamos el razonamiento.
Esta situación tiene consecuencias, el rechazo de una parte cada vez mayor de la sociedad al conocimiento científico por carecer de la capacidad para entenderlo nos está llevando a una crisis inaceptable. El regreso a los combustibles fósiles, el rechazo a las vacunas, la exaltación de aptitudes blandas sobre las técnicas o ingenieriles, el mal uso de los antibióticos, la preferencia de terapias alternativas sobre las científicamente probadas, la alimentación sin proteínas, entre otros. Cada uno de esos aspectos sería grave por sí mismo, todos justos son devastadores.
Hace cerca de 100 años el escritor H.G. Well dijo “La civilización es una carrera permanente entre la educación y la catástrofe”. Para nuestra sociedad esa carrera depende de todos pero muy especialmente de las autoridades. A ellos les exigimos seriedad, responsabilidad y solvencia para dotar a nuestros jóvenes de las herramientas indispensables para su vida. En estos días sabremos por fin el presupuesto estatal para ciencia, tecnología e innovación. La nula respuesta de la Comisión de Hacienda del Congreso de Morelos presidida por la diputada Rosalina Mazari desalienta pero no abate. Las legislaturas cambian, los ciudadanos permanecemos.
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