¿Qué es la religión en el buen sentido? El inextinguible impulso, sostenido contra la realidad, de que ésta debe cambiar, que se rompa la maldición y se abra paso a la justicia. Donde la vida está, hasta el más pequeño gesto, bajo este signo, allí hay religión.
Y ¿qué es religión en el mal sentido? Este mismo impulso pervertido en afirmación, en proclamación, y por tanto en transfiguración de la realidad a pesar de todos sus flagelos; es la vana memoria de que el mal, el sufrimiento, el horror, tiene un sentido, bien gracias al futuro celestial. La mentira no necesita siquiera de la cruz.
M. Horkheimer
En muchas ocasiones se ha denostado de manera prejuiciada a la Iglesia, se ha contado una narrativa mediática poco imparcial de las cosas; no dejamos de asumir y pedir perdón, como toda institución humana, de sus fatales errores, pero se ha mitificado la vivencia eclesial, porque se ha tratado de sesgar la realidad del quehacer social de la iglesia. Siendo razonablemente críticos, podremos darnos cuenta del beneficio e incidencia de nuestra institución a favor del bien común de la sociedad.
Sin nuestra institución no podríamos de entrada comprender muchas aportaciones a la humanidad, que surgen precisamente de nuestra matriz institucional, además de innumerables contribuciones culturales. Sin embargo, me interesa en este artículo reflexionar sobre la contención político-social que realiza la iglesia para nuestra nación. No podríamos hablar de la reconstrucción del tejido social, sin un actor tan importante como la iglesia; es como tratar de emprender un proyecto nacional sin la colaboración educativa. Es imposible -aunque ha existido algunos intentos históricos, que han fracasado- desarraigar la dimensión religiosa. Contextualizándolo a nuestra realidad nacional, nuestro país es un profundamente religioso, por lo cual, sería un grave error extirpar un órgano tan vital como la iglesia, o de igual manera excluirlo de las políticas públicas de un país con las peculiaridades religiosas como el nuestro.
A pesar de nuestros atisbos legales no reconciliados, la práctica social demuestra la inseparable vinculación de la comunidad y sus actores sociales con la iglesia. La identidad nacional no puede ser resignificada en su profundidad sin la vinculación con nuestra institución. Existe por lo tanto, un imaginario colectivo religioso que no se ha tomado en cuenta para la restauración nacional, este es un punto medular para el establecimiento de una pacificación nacional.
Mientras se logran limar asperezas por tantos desencuentros de modelos laicistas, la iglesia continua siendo un espacio como ninguna otra institución, donde la mayoría de la población se reúne para celebrar la alegría de la fe, se encuentra con otros miembros de la colonia en la iglesia para ser agentes comprometidos con una diversidad de propuestas espirituales en beneficio de los matrimonios, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos; la iglesia es un espacio de encuentro de millones de personas que a diario se reúnen para orar, consolarse, apoyarse, sentirse reconocidos, aceptados, animados, sanados; ninguna otra institución como la nuestra reúne todos los días y a toda hora, a tanta gente para encontrarse como hermanos. No hay un programa social que haga tanto beneficio social como lo hace nuestra madre iglesia. Sin ella, la violencia y desesperanza se desbordaría más de lo que aún estamos viendo. La iglesia contiene el dolor de millones, y trata en sus posibilidades de brindarle auxilio a sus búsquedas y necesidades, reconstruyendo como prioridad su corazón para dar lugar a nuevos sujetos de transformación familiar así como líderes de incidencia social.
Es tiempo de vernos más allá de nuestros prejuicios y reconocer lo bueno de los demás actores sociales. Colaborando reconciliados, conseguiremos la paz nacional.