/ lunes 30 de diciembre de 2019

La marca de la década...

La que está por concluir fue una década de movimientos sociales, empoderamiento ciudadano, boxeo de sombra entre el autoritarismo y la democracia, profundos cambios tecnológicos, escándalos políticos, violencia criminal desencadenada, resistencia a la ciencia, y mucha, muchísima idiotez.

Los años del 2010 al 19, resultaron en el encumbramiento de doctrinas de pensamiento que se consideraban extintas hace décadas y hasta siglos, y para los que la sociedad hipermoderna no conoce antídoto. El cambio tecnológico que encumbró a las redes sociales como herramienta para el mainstream del pensamiento, ofreció a múltiples grupos de mentirosos, con intención o sin ella, un medio para encumbrar sistemas de creencias a menudo conspiracionistas, cuyos efectos sobre las conductas humanas trajeron de regreso enfermedades que se suponían controladas (el dengue es uno de los casos entre las no prevenibles por vacunación, pero también la resistencia a las vacunas entre grandes grupos poblacionales en todo el mundo resulta en el resurgimiento del sarampión, paperas y brotes más intensos de influenza, entre otros males); llevaron al poder a disruptores que han sepultado las prácticas políticas elevando el riesgo de conflictos en todo el planeta; y favorecen la desaceleración en la ampliación de derechos y libertades ciudadanas.

Como nunca antes colecciones bien ordenadas de falacias se hacen pasar por argumentos contra los que el pensamiento racional ha resultado muy poco efectivo. Las mentiras se imponen y detienen incluso el desarrollo de la ciencia (que paradójicamente cuenta hoy con las mejores herramientas de la historia para fortalecer su crecimiento). Los ataques a alimentos modificados genéticamente, que podrían solucionar problemas de desabasto en todo el mundo, han servido para crear una sobreexcitación en grupos sociales que activamente promueven la prohibición de prácticas de modificación genética logrando convencer a gobiernos y lobbies en todo el mundo.

El pulso de la década no puede entenderse sin un entendimiento elemental del funcionamiento de las redes sociales, de sus algortimos que favorecen el reforzamiento de las creencias individuales -por erróneas que éstas sean-, del acceso a las mismas, factores que explicarían por sí mismos la influencia que tienen en la propagación de falacias, de miedos, y en la formación de hábitos terribles, como el de no pensar o considerar que la verdad es una construcción mucho más popular que lógica.

El problema no está en las redes sociales sino en la función que sus audiencias les han conferido. El paradigma de las redes parece más orientado a generar el placer y la satisfacción con uno mismo (se reproducen pensamientos y contenidos similares a los del usuario, lo que hace cuestionarse poco sus propias creencias), que la autocrítica que permite el crecimiento (a menudo doloroso) de la persona.

Más que el contenido de la década, se ha impuesto la arquitectura de la transmisión del mismo, y en ello las redes sociales con todos sus defectos, marcaron toda la década con el sello del espanto. La próxima deberá ser mejor.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

La resistencia a las vacunas resulta en el resurgimiento del sarampión, paperas y brotes más intensos de influenza,