/ jueves 2 de enero de 2020

La paz ciudadana

Si cualquiera trata de buscar la reconciliación, sabe que debe hacerlo sin referencias a las ofensas del pasado. Para resolver la decembrina lucha de los tíos por los bienes del abuelo, debe evitarse cualquier señalamiento sobre quién lanzó la primera injuria. Es mero sentido común sabiduría de abuelita, aplicación de la racionalidad, prudencia o como quiera uno llamarle, pero evitar fijarse en las afrentas verbales pasadas es la condición primaria para construir la paz.

Boquiflojos, los políticos morelenses y sus corifeos parecen dispuestos a ignorar las enseñanzas de la abuela y mantener el distanciamiento entre recriminaciones por los dichos del otro. Enfrascados en esa mezquindad, poco podría esperarse de la clase política. Incapaces de reconciliarse con sus propios grupos, es imposible que lideren o siquiera convoquen a una tarea de pacificación de toda la sociedad, tan urgente para recuperar el desarrollo económico y social de Morelos.

Cuando los políticos (y no la política) fallan en tareas fundamentales, el surgimiento de liderazgos sociales diversos se da con naturalidad. Empresarios, activistas, jerarcas de la Iglesia, se convierten en voces emergentes para la razón y la transformación. Ya desde cercano el fin del 2019 era evidente el resurgimiento de Javier Sicilia como una figura de transformación en el estado. Igual que la voz del Obispo, Ramón Castro, la del poeta activista es necesaria en Morelos; ambos llevan a la mesa temas y formas de discusión urgentes. Sin necesidad de estar siempre de acuerdo con ellos, tendría que reconocerse la urgencia de discutir los temas que incorporan al discurso y mediante los que construyen una legitimidad indiscutible en sus liderazgos. Pero cargar la voz y la responsabilidad de la reconciliación a sólo dos personas parece un exceso, una injusticia. Otros liderazgos son necesarios, empresarios, comunicadores, artistas, jóvenes, académicos. La época del cálculo de posibilidades políticas quedó atrás hace muchos meses. Hemos visto lo que la clase política puede hacer y lo que es incapaz de concretar, apostar a que las cosas pueden mejorar en el gobierno y los partidos políticos resulta absurdo en tanto ninguna señal de cambio se ha ofrecido. Es momento para que los ciudadanos tomen las riendas de una agenda de reconciliación que resulta simple, si entendemos que son los intereses y grupos políticos quienes la hacen ver sumamente complicada.

Restablecer los nexos sociales, recuperar los espacios públicos, construir las condiciones del desarrollo, debiera ser la tarea de los primeros meses del año. Hablar de la paz y establecerla como medio para la búsqueda de la felicidad se ha vuelto el principal pendiente de los ciudadanos morelenses y de ello depende el futuro del estado.

Cada uno de los liderazgos sociales debiera comprometerse a hacer lo que le corresponde en la construcción de la paz. No se trata de encabezar agendas complejas con múltiples condiciones para concretarse, sino de hacer cada uno lo que le toca en las escuelas, las empresas, las calles, las casas, cada día, para favorecer la reconciliación.

Si cualquiera trata de buscar la reconciliación, sabe que debe hacerlo sin referencias a las ofensas del pasado. Para resolver la decembrina lucha de los tíos por los bienes del abuelo, debe evitarse cualquier señalamiento sobre quién lanzó la primera injuria. Es mero sentido común sabiduría de abuelita, aplicación de la racionalidad, prudencia o como quiera uno llamarle, pero evitar fijarse en las afrentas verbales pasadas es la condición primaria para construir la paz.

Boquiflojos, los políticos morelenses y sus corifeos parecen dispuestos a ignorar las enseñanzas de la abuela y mantener el distanciamiento entre recriminaciones por los dichos del otro. Enfrascados en esa mezquindad, poco podría esperarse de la clase política. Incapaces de reconciliarse con sus propios grupos, es imposible que lideren o siquiera convoquen a una tarea de pacificación de toda la sociedad, tan urgente para recuperar el desarrollo económico y social de Morelos.

Cuando los políticos (y no la política) fallan en tareas fundamentales, el surgimiento de liderazgos sociales diversos se da con naturalidad. Empresarios, activistas, jerarcas de la Iglesia, se convierten en voces emergentes para la razón y la transformación. Ya desde cercano el fin del 2019 era evidente el resurgimiento de Javier Sicilia como una figura de transformación en el estado. Igual que la voz del Obispo, Ramón Castro, la del poeta activista es necesaria en Morelos; ambos llevan a la mesa temas y formas de discusión urgentes. Sin necesidad de estar siempre de acuerdo con ellos, tendría que reconocerse la urgencia de discutir los temas que incorporan al discurso y mediante los que construyen una legitimidad indiscutible en sus liderazgos. Pero cargar la voz y la responsabilidad de la reconciliación a sólo dos personas parece un exceso, una injusticia. Otros liderazgos son necesarios, empresarios, comunicadores, artistas, jóvenes, académicos. La época del cálculo de posibilidades políticas quedó atrás hace muchos meses. Hemos visto lo que la clase política puede hacer y lo que es incapaz de concretar, apostar a que las cosas pueden mejorar en el gobierno y los partidos políticos resulta absurdo en tanto ninguna señal de cambio se ha ofrecido. Es momento para que los ciudadanos tomen las riendas de una agenda de reconciliación que resulta simple, si entendemos que son los intereses y grupos políticos quienes la hacen ver sumamente complicada.

Restablecer los nexos sociales, recuperar los espacios públicos, construir las condiciones del desarrollo, debiera ser la tarea de los primeros meses del año. Hablar de la paz y establecerla como medio para la búsqueda de la felicidad se ha vuelto el principal pendiente de los ciudadanos morelenses y de ello depende el futuro del estado.

Cada uno de los liderazgos sociales debiera comprometerse a hacer lo que le corresponde en la construcción de la paz. No se trata de encabezar agendas complejas con múltiples condiciones para concretarse, sino de hacer cada uno lo que le toca en las escuelas, las empresas, las calles, las casas, cada día, para favorecer la reconciliación.