/ sábado 30 de octubre de 2021

Las enchiladas de Leonor

Hay barrios que esconden tesoros, tesoros preciados, que resisten el tiempo, que sobreviven y que quizás nunca morirán…

Enclavado en la calle de Matamoros, a unos metros de El Calvario, este localito alberga desde hace 40 años uno de los secretos mejor conservados de Cuernavaca… las enchiladas y chilaquiles de Leonor.

La doña hoy no está en la cocina, el virus la mantiene atrincherada, pero ese no es pretexto para que los gordos no disfruten de su magia. Por eso llega en las tardes nomás a preparar la salsa, esa de la receta que ha mantenido cautivos a sus clientes por casi cuatro décadas.

Cómo la carta es corta, no se necesita tanto para poner en dilema a cualquier barriga… y es que Leonor solo ofrece enchiladas, chilaquiles y unos sopes exquisitos y si así los pides, bien doraditos.

Al final siempre vuelvo a caer en la tonta y sensual receta de las enchiladas, y salivo como perro de Pavlov al escuchar el roce del cucharón en la olla y al percibir el olor del aceite que hierve de gusto para recibir un huevo revuelto que al final, solo sirve de descanso al sabor intenso de los tomates verdes y el chile, mezclados a la perfección con la receta secreta, que Leonor guarda con celo.

Y aunque lucho contra la gula, ese deseo desordenado me arranca desorbitado y me obliga a lamer cada gota hasta que no queda nada, más que las ganas de regresar el tiempo unos minutos, y pedirle otra dosis más a Leonor.

Las enchiladas y chilaquiles de Leonor no se ven a simple vista y es que las mesas de lámina de la coca y el local que ha acumulado el tiempo parecen esconderlas… como el tesoro que son.


Hay barrios que esconden tesoros, tesoros preciados, que resisten el tiempo, que sobreviven y que quizás nunca morirán…

Enclavado en la calle de Matamoros, a unos metros de El Calvario, este localito alberga desde hace 40 años uno de los secretos mejor conservados de Cuernavaca… las enchiladas y chilaquiles de Leonor.

La doña hoy no está en la cocina, el virus la mantiene atrincherada, pero ese no es pretexto para que los gordos no disfruten de su magia. Por eso llega en las tardes nomás a preparar la salsa, esa de la receta que ha mantenido cautivos a sus clientes por casi cuatro décadas.

Cómo la carta es corta, no se necesita tanto para poner en dilema a cualquier barriga… y es que Leonor solo ofrece enchiladas, chilaquiles y unos sopes exquisitos y si así los pides, bien doraditos.

Al final siempre vuelvo a caer en la tonta y sensual receta de las enchiladas, y salivo como perro de Pavlov al escuchar el roce del cucharón en la olla y al percibir el olor del aceite que hierve de gusto para recibir un huevo revuelto que al final, solo sirve de descanso al sabor intenso de los tomates verdes y el chile, mezclados a la perfección con la receta secreta, que Leonor guarda con celo.

Y aunque lucho contra la gula, ese deseo desordenado me arranca desorbitado y me obliga a lamer cada gota hasta que no queda nada, más que las ganas de regresar el tiempo unos minutos, y pedirle otra dosis más a Leonor.

Las enchiladas y chilaquiles de Leonor no se ven a simple vista y es que las mesas de lámina de la coca y el local que ha acumulado el tiempo parecen esconderlas… como el tesoro que son.


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