La otra tarde mientras platicaba con amigos, entre anécdota y anécdota, se nos comenzó a aparecer la Cuernavaca de ayer ante nuestros ojos.
Lo cuento en estas líneas para que los nuevos residentes o los muy jóvenes que desconocen el Cuernavaca que fue el siglo pasado sepan que ésta era una ciudad de paz y poesía en la que se podía pasear en el zócalo tranquilamente de día o de noche; estaba abierto a los vehículos ya que frente a la entrada del Palacio de Gobierno había calle y los muchachos podían dar la "vuelta" despacito en coche a toda la plancha zocaleña, mientras en sentido contrario caminaban las muchachas para saludarse entre ellos.
En el restaurante La Central, en la mera esquina de Rayón y Galeana, donde ahora hay una tienda china, nos sentábamos en las mesas de afuera a ver pasar a nuestros hijos marchar en los desfiles del 16 de septiembre por ejemplo. En el entonces Cine Ocampo se podían ver dos películas por el precio de una, pero ¡qué películas! Recuerdo haber visto Esplendor en la Hierba con Natalie Wood y el guapísimo Warren Beatty en 1961 y aunque yo era muy niña, me dejaron entrar al cine aunque decía para adolescentes y adultos.
Sus habitantes eran hospitalarios y al mismo tiempo era común toparse con fulgurantes personalidades. No había supermercados, el primero que yo recuerdo -creo que hubo dos pequeños antes- fue frente a la glorieta de Las Palmas, donde ahora están Los Vikingos, pero había en cambio otras cosas, como por ejemplo un Hotel Bellavista, donde los mayores podían bailar y tomar una copa desde las seis de la tarde. Cuentan que era frecuente toparse con Rosalba Portes Gil, Ariadne Welter, Linda Christian, el Indio Fernández; y ya más locales, con los Deguer, los Orraca, los Abe, los Cortés, Marely y Lolita Palaou, éstas dos últimas, grandes amigas de mis hermanas Mytyl y Mónica. Luis Lerdo de Tejada, primo nuestro, que luego sería dueño de Transcontainer, me cuenta Mónica que los domingos se paseaba en su carro rojo convertible alrededor del zócalo, chuleando a Mytyl, Pilar Orraca y a Blanca Zacarías que a decir de Enrique Mejía y Ruiz de Velasco, ¡eran guapísimas!, sin olvidar al completo clan de los Lavín, con Toto a la cabeza, aunque era de los más chicos, entre otros muchos integrantes del Cuernavaca de ayer.
En el Candilejas, que estaba en la calle de Hidalgo, cuenta Teodoro Lavín, tocaba en el conjunto Rodolfo Becerril Straffon, luego destacado político a nivel nacional y estatal e inolvidable amigo. Al mencionar la palabra Candilejas, comienza Toto a cantar: “En el Candilejas yo te ame…”, y se siguió cantando hasta que colgamos.
En el arranque de la calle Guerrero, estaban las nieves en la heladería el "Popo"; enfrente, doña Lucita vendía sus preciosos huaraches y alpargatas todas bordadas con lentejuelas y también estaba la casa Orraca y el "Chez Gastón", donde tocaba el gran pianista Mascareñas; o ya los más mayores podían ir al "Dorado" del Hotel Marik, el sitio de sitios por excelencia, con velas a media luz y toda la cosa, en donde mi hermana Mónica llegó a ver a Yul Bryner y a Kirk Douglas tomando una copa en las mesas de afuera, ¡ahí sí era otro Cuernavaca!, mencionan quienes lo conocieron, además se contaba con la presencia siempre al día de la dueña, Noemi Rubens.
O se solía ir también frente al cine Morelos, al Hotel Astoria, con Valentina (así se llamaba la dueña), donde era asiduo concurrente Mario Moreno Cantinflas porque los fines de semana servían la más rica paella que recuerde yo. No había Sanborn´s, ni Vip´s ni nada de esas modernidades.
Estaba la fonda Cuernavaca, en la esquina de Matamoros y Aragón, que aún existe. Ahí me invitó a desayunar el inolvidable periodista guerrerense del 1+1 Simón Hipólito en su último viaje que hizo a Cuernavaca, vivía desde hacía décadas en San Francisco desde que lo “sacó” de la cárcel don Sergio Méndez Arceo, lo habían acusado injustamente de guerrillero por caminar cerca del entonces Banamex La Selva al que le habían detonado una bomba casera.
Y seguimos en la próxima.