La violencia de género han permeado en el ánimo de una buena parte de la sociedad, pues es claro que los derechos de las mujeres son violentados de manera sistemática, sin sanción alguna en la mayoría de los casos para sus agresores.
Según la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, de enero a octubre de este año, se registraron 809 feminicidios en todo el país. En este periodo se reconocieron 2 mil 309 casos a nivel nacional víctimas de homicidio doloso; 55 mil 716 por lesiones dolosas y 357 mártires de secuestro.
Se sumaron 10 casos de mujeres víctimas de tráfico de menores; mil 248 por corrupción de mujeres menores; 326 de trata de mujeres; 4 mil 543 llamadas de emergencia relacionadas con mujeres víctimas de abuso sexual y 6 mil 362 llamadas de emergencia por acoso y hostigamiento sexual; 3 mil 272 llamadas de emergencia relacionadas con incidentes de violación.
Las cifras son aterradoras, y por supuesto preocupantes, no sólo por lo que supone una inacción de las autoridades, pero también por un problema de carácter social, donde los hombres, de manera particular, deben tomar conciencia del respeto que deben de darle a las mujeres; asumir un compromiso con la lucha por el respeto de sus derechos y favorecer la igualdad sustantiva de este género y de justicia.
La Ley de Acceso a una Vida Libre de Violencia se publicó el 1 de febrero de 2007, y su reforma más reciente en el Diario Oficial de la Federación es del 13 de abril de 2018. Sin embargo este ordenamiento requiere de nuevas reformas, adaptarlo a los nuevos tiempos y a los recientes tipos de violencia que están viviendo las mujeres, ha señalado la senadora de Morena, Martha Lucía Micher.
La presidenta de la Comisión Para la Igualdad de Género ha afirmado, y con atino, que esta ley debe ser adaptada a los nuevos tiempos, a la realidad que lamentablemente estamos viviendo las mujeres, por lo que es necesario llevar a cabo reformas que permitan nuevas medidas de protección.
Cabe preguntarse: ¿qué tan efectivas pueden ser medidas punitivas para desalentar la violencia contra las mujeres? Seguramente la ley es un instrumento importante, que desaliente las acciones de agresividad contra las mujeres, pero es necesario también fortalecer programas de capacitación y profesionalización en género, pero sobre todo sembrar en la sociedad, toda, mujeres y hombres el significado, la trascendencia de lo que representa la violencia de género.
Como sociedad debemos apuntar de manera destacada hacia la concientización del género masculino y que éstos asuman una verdadera actitud de respeto hacia el sexo femenino, pues en la medida que desde pequeños, en el seno familiar se inculque una cultura de respeto y valor a las mujeres, vamos a avanzar por mejores derroteros.
Mientras que los padres no enseñen a sus hijos a respetar, valorar y entender que debe haber igualdad entre ambos géneros, la violencia de género va a ser una práctica común, y las leyes solo servirán como medidas de castigo que sólo para eso nos auxiliarán, para meter varones a la cárcel, y mientras tanto seguiremos lamentando acciones de violencia física, sicológica, sexual, acoso y hasta el feminicidio.
Por ello, debemos de acabar con los roles de género que dictan: “las mujeres sólo deben trabajar en casa, y los hombres deben ser los proveedores, los que mandan, y las mujeres quienes acatan órdenes, las que se deben quedar en su casa, a cuidar a los hijos y estar lista cuando el marido llegue y servirle de cenar”.
La “guía metodológica para la sensibilización en género: Una herramienta didáctica para la capacitación en la administración pública” considera que “la violencia (hacia las mujeres) es un comportamiento aprendido que tiene sus raíces en la cultura y en la forma como ésta se estructura socialmente. La violencia contra las mujeres se origina en la existencia de desequilibrios de poder en determinados contextos, formas de control interpersonales, posiciones de desventaja social frente a los hombres, y por pautas de construcción y orientación de la identidad”.
En tal sentido, el núcleo familiar debe ser el punto de partida que signifique un cambio de fondo, que revolucione el pensamiento social en una relación distinta de los hombres hacia las mujeres; que permita una actitud proactiva a la aplicación de la perspectiva de género, es decir, inculcar en nuestros hijos el respeto a los seres humanos y, desde luego, a las mujeres, desaprender lo mal aprendido y aprender el respeto a las mujeres como axioma primordial.