Fíjense, queridos lectores, que el sábado pasado, invitados por el primer gobernador indígena y pluricultural de Morelos, Manuel Gómez Vázquez, un grupo de amigos fuimos a un paseo cuyo destino final era el poblado de Coatetelco, a la orilla del lago que lleva el mismo nombre.
Este es un Municipio indígena autónomo que, pese a haber sido creado a principios del año 2019, cuando inició la pandemia, es uno de los más antiguos de Morelos; su origen se remonta a antes de nuestra actual era. Su nombre en lengua náhuatl significa “Montículo de serpientes” y es un lugar muy interesante, entre otros motivos, porque es una de las pocas comunidades pesqueras que quedan en el centro del país.
Aunado a lo anterior, existen vestigios arqueológicos que se encontraron en ese lugar ya con su museo de sitio que atestigua su antigüedad. Por si nada faltara, esa comunidad pesquera surte de: mojarras, carpas de Israel, lobinas y bagres a las numerosas palapas gastronómicas que rodean el gran espacio acuífero que cuenta con ocho pozos para riego y nueve para consumo humano.
Cuenta la leyenda que el lago fue formado por la princesa Cuauhtitzin, nombre que se deriva de Cuauhtzin que significa “águila respetada”, desde que la región fue atacada por tribus enemigas. Cuando ella imploró ayuda a los dioses, enviaron relámpagos para matar al enemigo y lluvia para inundar los campos para que no pudieran ser robados. Aunque ella sobrevivió, cuando supo que su gente se ahogó, lloró amargamente, arrojó una guirnalda de flores al agua y suplicó que al morir ella la enterraran allí. Así se consolidó el lago que sobrevive hasta nuestros días.
Los sobrevivientes tallaron la escultura de Cuauhtitzin que se encuentra en el museo local y es honrada durante las fiestas de Teopixqui, nombre que se le da al sacerdote y religioso que guarda todo lo que corresponde a su deidad, festejos que se celebran en junio y noviembre de cada año. A Cuauhtitzin se le llama con cariño “Tlanchana” (que significa sirena o novia de los pescadores).
Se cree que si se la llevan del lugar, el lago se secará por lo que la población la cuida celosamente. Esto lo hacen para que no vuelva a ocurrir lo que sucedió en el siglo XIX cuando debido a que la escultura de la princesa fue llevada de Coatetelco de visita a la laguna de Tequesquitengo porque los trabajadores de las haciendas sufrían mucho, Coatetelco se secó. El lago volvió a secarse en 1985, pero esto ocurrió por el movimiento telúrico ocurrido en Morelos y parte de México, pero ya se repuso.
En sus orillas, familias de los mismos pescadores han instalado palapas donde reciben a los visitantes con los más ricos guisos de la región. En ese paseo dominical llegamos a una de ellas, a la palapa Los Manguitos, donde Margarita Cárdenas Nava, cocinera tradicional certificada con experiencia familiar de cerca de 60 años dedicados a la gastronomía en su misma palapa nos recibió mostrándonos cómo se hacen las tablillas de chocolate y otros guisos. Pero antes, hicimos una parada en la zona arqueológica.
En este pueblo se han encontrado fósiles de animales que datan de hace más de 10 mil años que ya hoy ni se conocen y que lo marcan como uno de los asentamientos humanos más antiguos de Morelos. Imagínense que su esplendor como poblado ocurrió entre 500 años a.C. a 150 años, igual, antes de nuestra era. Se cuenta que por este lugar pasaron las tribus nahuas en su histórico recorrido desde el mítico Aztlán rumbo a su encuentro con la señal que les diera su máxima deidad Huitzilopóchtli, indicación que la encontrarían hasta llegar al lago de Texcoco. Indudablemente el sitio arqueológico de Coatetelco es la atracción principal del lugar, aunque la atracción por conocer la gastronomía local también lo es.
Se dice que los tlahuicas, uno de los grupos que durante más de 200 años marcharon rumbo a su destino, decidieron instalarse y descansar junto al lago que encontraron debido a que su sacerdote estaba enfermo. Empeoró, pero antes de morir pidió ser enterrado junto a las aguas. Su tumba de piedra fue tallada con la figura de una serpiente con la boca abierta y se cree que el nombre de Coatetelco, proviene de este glifo. Así esos primeros pobladores se volvieron sedentarios pero productivos y cosa curiosa, rara vez se casaban fuera de la comunidad, preservando así sus raíces y costumbres.
En su gran plaza, se hacían sacrificios al dios del viento Ehécatl, todavía existe la gran piedra donde arrojaban los corazones palpitantes. Con el crecimiento de la comunidad la vasija de piedra quedó a un lado de la calle principal pero cuidado y alguien trate de robar ese vestigio que además es muy pesado. Actualmente, pese a que ya existe un museo, la piedra llamada Copal o Copilli, sigue ahí. Y además es inamovible.
Y hasta pronto.