/ viernes 15 de noviembre de 2024

Cuando caen los muros se abren los caminos

Hace treinta y cinco años, el Muro de Berlín, coloso de concreto y símbolo de división, se derrumbó. Aquella noche del 9 de noviembre de 1989 marcó la reunificación de Alemania, y se convirtió en un evento global de la victoria sobre la opresión y la segregación ideológica. Por 28 años, los alemanes estuvieron encerrados en su propio país. En un mundo fraccionado, familias divididas, vidas suspendidas en el tiempo y el espacio. Encarnó la represión política y el sufrimiento humano, como escenario de numerosas tragedias.

En nuestro México de hoy, los ecos de aquella caída resuenan con un timbre particular, invocando la esperanza con severa introspección. Aunque bajo un sol diferente, con el mismo espíritu en tierras distintas pero no desconectadas. En toda nuestra historia, desde Tlatelolco en 1968 hasta Ayotzinapa en 2014, hemos advertido eventos que han puesto a prueba los límites y la resistencia de las instituciones democráticas.

No obstante, la reflexión es ineludible: ¿hemos entendido realmente la lección? ¿estamos dispuestos a aprender de ese pasado no tan distante? En nuestro país, los muros son menos visibles pero igualmente restrictivos. El problema radica en identificarlos y desmantelarlos con el mismo fervor que un día unificó a Alemania.

Se demuestra que ninguna estructura es demasiado alta ni demasiado sólida cuando la voluntad colectiva se conjura para derribarla. Este evento dejó claro que los derechos humanos no reconocen fronteras ni barreras. De igual manera, constantemente vemos la persistencia de las madres de los desaparecidos, la valentía de los periodistas y la resiliencia de las comunidades indígenas frente a la adversidad son pruebas vivientes de que la lucha por la dignidad y la libertad es universal y atemporal.

En este sentido, nos enfrentamos a nuestra propia versión de esta lucha: transformar un sistema donde los Derechos Humanos a menudo se ven relegados, ignorados o violados; en uno donde sean la piedra angular de toda política pública.

Mirar hacia Berlín es, por lo tanto, un ejercicio de memoria y de imaginación. Memoria, para no olvidar que los cambios sí son posibles; e imaginación, para concebir un México donde los derechos de todos sean respetados y garantizados. Sólo así, en el eco de esos martillazos liberadores, encontraremos el verdadero sentido de la libertad, y sobre todo, de la justicia.

No fue el resultado de políticas reformistas o del agotamiento de un modelo económico insostenible. Fue, sobre todo, una victoria arrancada por la tenacidad de un pueblo que nunca dejó de creer en el poder de la voz y la acción de todos. Cuando las autoridades, en ese lejano 9 de noviembre anunciaron que los ciudadanos podrían cruzar el muro, no preveían que estaban abriendo las puertas de la historia.

A todo esto, se suma un evento que resuena con temas de libertad y control gubernamental. El Senado reeligió a Rosario Piedra Ibarra como Presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), a pesar de las críticas y controversias sobre su desempeño y la independencia del organismo bajo su dirección. La votación se llevó a cabo en un contexto de tensiones políticas, donde los senadores de Morena, el partido en el Gobierno, aseguraron la mayoría necesaria para la reelección de Piedra Ibarra.

El contraste entre la celebración de la caída de un muro físico y simbólico; y la percepción de barreras a la transparencia e independencia, invitan a una comparación reflexiva. Mientras que una era tangible y fue derribada por la demanda popular de libertad y reunificación; otras menos visibles pero igualmente significativas, pudieran manifestarse en prácticas que obstaculizan la plena realización de la democracia y los Derechos Humanos.

Para terminar con este paralelismo entre el pasado y el presente, se enfatiza la necesidad de vigilancia y acción continua. Ningún muro, sea de concreto, de miedo o de silencio, es eterno. Sin embargo, ¿estamos listos para derribarlos si es que nos dividen?

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México

Hace treinta y cinco años, el Muro de Berlín, coloso de concreto y símbolo de división, se derrumbó. Aquella noche del 9 de noviembre de 1989 marcó la reunificación de Alemania, y se convirtió en un evento global de la victoria sobre la opresión y la segregación ideológica. Por 28 años, los alemanes estuvieron encerrados en su propio país. En un mundo fraccionado, familias divididas, vidas suspendidas en el tiempo y el espacio. Encarnó la represión política y el sufrimiento humano, como escenario de numerosas tragedias.

En nuestro México de hoy, los ecos de aquella caída resuenan con un timbre particular, invocando la esperanza con severa introspección. Aunque bajo un sol diferente, con el mismo espíritu en tierras distintas pero no desconectadas. En toda nuestra historia, desde Tlatelolco en 1968 hasta Ayotzinapa en 2014, hemos advertido eventos que han puesto a prueba los límites y la resistencia de las instituciones democráticas.

No obstante, la reflexión es ineludible: ¿hemos entendido realmente la lección? ¿estamos dispuestos a aprender de ese pasado no tan distante? En nuestro país, los muros son menos visibles pero igualmente restrictivos. El problema radica en identificarlos y desmantelarlos con el mismo fervor que un día unificó a Alemania.

Se demuestra que ninguna estructura es demasiado alta ni demasiado sólida cuando la voluntad colectiva se conjura para derribarla. Este evento dejó claro que los derechos humanos no reconocen fronteras ni barreras. De igual manera, constantemente vemos la persistencia de las madres de los desaparecidos, la valentía de los periodistas y la resiliencia de las comunidades indígenas frente a la adversidad son pruebas vivientes de que la lucha por la dignidad y la libertad es universal y atemporal.

En este sentido, nos enfrentamos a nuestra propia versión de esta lucha: transformar un sistema donde los Derechos Humanos a menudo se ven relegados, ignorados o violados; en uno donde sean la piedra angular de toda política pública.

Mirar hacia Berlín es, por lo tanto, un ejercicio de memoria y de imaginación. Memoria, para no olvidar que los cambios sí son posibles; e imaginación, para concebir un México donde los derechos de todos sean respetados y garantizados. Sólo así, en el eco de esos martillazos liberadores, encontraremos el verdadero sentido de la libertad, y sobre todo, de la justicia.

No fue el resultado de políticas reformistas o del agotamiento de un modelo económico insostenible. Fue, sobre todo, una victoria arrancada por la tenacidad de un pueblo que nunca dejó de creer en el poder de la voz y la acción de todos. Cuando las autoridades, en ese lejano 9 de noviembre anunciaron que los ciudadanos podrían cruzar el muro, no preveían que estaban abriendo las puertas de la historia.

A todo esto, se suma un evento que resuena con temas de libertad y control gubernamental. El Senado reeligió a Rosario Piedra Ibarra como Presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), a pesar de las críticas y controversias sobre su desempeño y la independencia del organismo bajo su dirección. La votación se llevó a cabo en un contexto de tensiones políticas, donde los senadores de Morena, el partido en el Gobierno, aseguraron la mayoría necesaria para la reelección de Piedra Ibarra.

El contraste entre la celebración de la caída de un muro físico y simbólico; y la percepción de barreras a la transparencia e independencia, invitan a una comparación reflexiva. Mientras que una era tangible y fue derribada por la demanda popular de libertad y reunificación; otras menos visibles pero igualmente significativas, pudieran manifestarse en prácticas que obstaculizan la plena realización de la democracia y los Derechos Humanos.

Para terminar con este paralelismo entre el pasado y el presente, se enfatiza la necesidad de vigilancia y acción continua. Ningún muro, sea de concreto, de miedo o de silencio, es eterno. Sin embargo, ¿estamos listos para derribarlos si es que nos dividen?

Profesor de Derecho Civil y Derecho Familiar de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México