/ sábado 19 de octubre de 2024

La fotografía de nuestros pensamientos

Misael Pérez Morales


Hace tiempo —estoy hablando de muchos meses, más o menos tres años— conocí a alguien que tenía, o tiene, el hábito de escribir en un diario. Por supuesto, eso no es nada extraordinario, sin embargo, yo jamás había sabido de alguien que lo hiciera y, hasta la fecha, sigue siendo la única persona que yo conozco. Ella me exhortó a que lo intentara, recuerdo haberle dicho que la idea me parecía interesante y que lo pensaría, al final, nunca lo hice.

Estoy seguro de que si desde ese momento hubiera llevado a cabo un registro de mi vida día a día hoy podría presumir, claro, sin ensoberbecerme, de ser autor de más de un libro, aunque, ciertamente, a los diarios se les conoce por ser de carácter muy privado. Yo suscribo eso, así que no podría ni siquiera considerar la opción de compartirlo, a menos que aplique un filtro y seleccione los capítulos o los eventos que considere ameriten salir a la luz: los más relevantes y, en algunos casos, los menos reveladores.

Yo creo que lo que conlleva una mayor complejidad a la hora de escribir —yo hablo desde mi muy humilde experiencia— no es saber acerca de qué escribir, sino comenzar a escribir. Yo he postergado muchas veces el tiempo y espacio; puedo dejar pasar días y días sin escribir, y en cuanto tecleo las primeras palabras, las ideas comienzan a fluir, a veces en menor medida, cierto, y en otras ocasiones, se hace presente el temor de no abordar las tantas y tantas ideas y dejarlas en el tintero, corriendo el riesgo de que desaparezcan y, al final, haces lo posible por reunir todas es un solo trabajo. A veces ha sucedido que tengo la necesidad de terminar, no apresuradamente, sino de no dejar nada inconcluso, pues si dejo en suspenso la operación, entre más tiempo se deje pasar, más ideas desaparecen, se desvanecen; tratar de retomar la obra desde donde lo dejé es más complejo, algo así como lo que ocurrió con este texto.

En enero, fui testigo y a la vez parte de un hecho un tanto vergonzoso para mí. Estaba dando un paseo en bicicleta por un andador, que no está nada lejos de donde escribo esto, y alguien cayó justo enfrente de mí después de tropezar y… bueno, no creo que sea necesario agregar nada más. Unos días después le conté este hecho a una persona, pero antes, lo escribí. Fue casi una hoja completa en la de expuse detalladamente lo que había ocurrido en aquel lugar y rato: qué estaba yo haciendo ahí, cómo era el entorno del lugar, a qué olía el ambiente, la velocidad a la que yo iba, y también qué paso después, qué es lo que pasaba por mi mente en ese momento y lo que pensé después… en fin. Creo que este texto que escribí quedará como recuerdo de aquel instante durante muchos años, siempre y cuando la nube en donde lo almaceno siga existiendo.

No haber plasmado en hojas aquello, hubiera significado una condena para aquel recuerdo; el tiempo se encargaría de desvanecerlo poco a poco. Y aunque no fue un suceso grato, decidí mantenerlo porque me dejó una lección importante.

Todos nuestros recuerdos que viven en nuestra memoria o las reflexiones que pensamos en el día a día corren la misma suerte. Alguna vez hemos apartado de nuestra mente alguna ocasión especial que tuvo lugar en el pasado en nuestras vidas y, de inmediato, al ver una fotografía, volvemos a tener presente algunas de esas sensaciones que teníamos en esos instantes frente a la lente, y después de reunir diversas emociones solemos decir: “ya no recordaba eso”. Yo considero que la fotografía de nuestros pensamientos es el escrito; el artefacto para capturarla, apenas un lápiz.

A través de la escritura, es más que concebible dejar precedente de lo que somos y de lo que seremos para lo que, estoy convencido de que la mayoría, si no es que todo el mundo, desea: dejar huella de su existencia, influir en sus respectivas próximas generaciones familiares y también en aquellas que no lo son, compartiendo vivencias, experiencias, conocimientos, reflexiones y semblanzas; escribir preserva nuestros pensamientos del olvido, del tiempo y de la muerte.


Misael Pérez Morales

Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM)


Misael Pérez Morales


Hace tiempo —estoy hablando de muchos meses, más o menos tres años— conocí a alguien que tenía, o tiene, el hábito de escribir en un diario. Por supuesto, eso no es nada extraordinario, sin embargo, yo jamás había sabido de alguien que lo hiciera y, hasta la fecha, sigue siendo la única persona que yo conozco. Ella me exhortó a que lo intentara, recuerdo haberle dicho que la idea me parecía interesante y que lo pensaría, al final, nunca lo hice.

Estoy seguro de que si desde ese momento hubiera llevado a cabo un registro de mi vida día a día hoy podría presumir, claro, sin ensoberbecerme, de ser autor de más de un libro, aunque, ciertamente, a los diarios se les conoce por ser de carácter muy privado. Yo suscribo eso, así que no podría ni siquiera considerar la opción de compartirlo, a menos que aplique un filtro y seleccione los capítulos o los eventos que considere ameriten salir a la luz: los más relevantes y, en algunos casos, los menos reveladores.

Yo creo que lo que conlleva una mayor complejidad a la hora de escribir —yo hablo desde mi muy humilde experiencia— no es saber acerca de qué escribir, sino comenzar a escribir. Yo he postergado muchas veces el tiempo y espacio; puedo dejar pasar días y días sin escribir, y en cuanto tecleo las primeras palabras, las ideas comienzan a fluir, a veces en menor medida, cierto, y en otras ocasiones, se hace presente el temor de no abordar las tantas y tantas ideas y dejarlas en el tintero, corriendo el riesgo de que desaparezcan y, al final, haces lo posible por reunir todas es un solo trabajo. A veces ha sucedido que tengo la necesidad de terminar, no apresuradamente, sino de no dejar nada inconcluso, pues si dejo en suspenso la operación, entre más tiempo se deje pasar, más ideas desaparecen, se desvanecen; tratar de retomar la obra desde donde lo dejé es más complejo, algo así como lo que ocurrió con este texto.

En enero, fui testigo y a la vez parte de un hecho un tanto vergonzoso para mí. Estaba dando un paseo en bicicleta por un andador, que no está nada lejos de donde escribo esto, y alguien cayó justo enfrente de mí después de tropezar y… bueno, no creo que sea necesario agregar nada más. Unos días después le conté este hecho a una persona, pero antes, lo escribí. Fue casi una hoja completa en la de expuse detalladamente lo que había ocurrido en aquel lugar y rato: qué estaba yo haciendo ahí, cómo era el entorno del lugar, a qué olía el ambiente, la velocidad a la que yo iba, y también qué paso después, qué es lo que pasaba por mi mente en ese momento y lo que pensé después… en fin. Creo que este texto que escribí quedará como recuerdo de aquel instante durante muchos años, siempre y cuando la nube en donde lo almaceno siga existiendo.

No haber plasmado en hojas aquello, hubiera significado una condena para aquel recuerdo; el tiempo se encargaría de desvanecerlo poco a poco. Y aunque no fue un suceso grato, decidí mantenerlo porque me dejó una lección importante.

Todos nuestros recuerdos que viven en nuestra memoria o las reflexiones que pensamos en el día a día corren la misma suerte. Alguna vez hemos apartado de nuestra mente alguna ocasión especial que tuvo lugar en el pasado en nuestras vidas y, de inmediato, al ver una fotografía, volvemos a tener presente algunas de esas sensaciones que teníamos en esos instantes frente a la lente, y después de reunir diversas emociones solemos decir: “ya no recordaba eso”. Yo considero que la fotografía de nuestros pensamientos es el escrito; el artefacto para capturarla, apenas un lápiz.

A través de la escritura, es más que concebible dejar precedente de lo que somos y de lo que seremos para lo que, estoy convencido de que la mayoría, si no es que todo el mundo, desea: dejar huella de su existencia, influir en sus respectivas próximas generaciones familiares y también en aquellas que no lo son, compartiendo vivencias, experiencias, conocimientos, reflexiones y semblanzas; escribir preserva nuestros pensamientos del olvido, del tiempo y de la muerte.


Misael Pérez Morales

Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM)


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