Quizá sea alguna fijación de la infancia, la inquebrantable atracción de las papilas gustativas que reaccionan siempre a sus vapores escandalosos, o la afición convertida en vicio de muchos años pero, en diciembre, los tacos al pastor se me antojan más.
Sí -por supuesto-, me apasiona la idea de probar la pierna en adobo, el lomo relleno, el pavo, la pasta, los romeritos, el bacalao y las ensaladas, pero francamente, al otro día de las fiestas, sobre todo el 25 y el 1, busco por todos lados hasta encontrar un trompo reluciente, para cerrar en iniciar el año con broche de oro.
También quizás sea la edad, el cambio de las generaciones y la nostalgia, las que me hacen pensar que tiene un rato, salvo sus honrosas excepciones, que no encuentro un taco de pastor que me enamore.
En La Gringa por ejemplo, me parece que gradualmente cambiaron su buen sabor, por el atractivo comercial de ofrecer un taco con mayor cantidad de carne, aunque la presentan seca, gruesa y sin mucho sazón. Están mejor los de Avenida Universidad y la Barona, que los de Ávila Camacho, sin duda.
En La Cubana dejaron hace mucho de hacer un pastor rico y como siguen limitados por la pandemia, no se me antoja pedirlos para llevar, porque pierden lo poco que les queda. Además la neta están muy caros para lo que ofrecen.
Acepto opiniones pero en mi apreciación personal, en El Chiringuito nunca han podido presumir el trompo. Incluso me han dicho que pedidos a la plancha toman un concepto distinto pero no, para mí no son opción.
En Los Chaparritos tampoco es bueno el pastor. A la plancha y picado, son dos conceptos que para mí no cuadran en la idea de un taco que por su naturaleza va fileteado y sin tocar la lámina. No se diga nada de los de suadero, los de tripa, y otras especialidades… mejor que se dediquen a esos.
En La Habana aunque están muy cerquita de ser buenos, los siento condimentados, muy pintados y cortados muy grueso. Claro que si vas medio persa, ya tarde y con la fiesta encima, pues si saben chingones, más con las salsas que están bien bien picosas.
Lo bueno es que sigue existiendo La Erendira, que conserva un pastor tradicional bien rifado, con una tortilla sabrosa, que no escatiman en ponerle un buen trozo de piña y que se sirve bien retacado aunque no desborda. Sus salsas están a la altura: la verde de aceite no está tan picosa y la verde cruda es una joya. No me pregunten por la roja, nunca la he probado.
Si los pides con queso también son un manjar, mientras que con un agua de horchata -diria Gourmand-, establecen una complicidad mágica y un maridaje perfecto… ¡ay güey!
Ya si vives por Jiuteyork no hay pastor más rico por esos rumbos, que el de la taquería La Nochebuena, que está ahí bien cerquita del crucero de Tejalpa.
Si ubicas el punto solo debes avanzar unos 50 metros desde el crucero con dirección al zócalo de Tejalpa. Los vas a ubicar porque siempre está lleno. Trabajan desde la tarde y antes de la pandemia cerraban como a la 1.
Ahí todo les queda perfecto. La carne tiene todo el sabor, pero no pinta tus fluidos. Su consistencia es suave pero tiene cuerpo, y están jugosos y bien laminados. Sus tortillas son delgadas y bien resistentes, tanto que aguantan las dos o tres cucharadas de salsa de aceite con las que inundó mis tacos, por que esa salsa -verdad de dios- que es de las más deliciosas del mundo mundial. Además te los dan enrolladitos, con su papelito de estraza y bien gordos.
Si los combinas con una orden de cebollitas, los rábanos que te ponen en la mesa y el pico de gallo que tampoco tiene mauser, solo te faltaría un agua de horchata o de jamaica para morir en paz.
El único rollo que tienen es que Tejalpa se ha convertido en un sitio peligroso. Yo solo llego cuando las chelas me hacen olvidar los riesgos, o más temprano para no andarle jugando al vivo.
Ahí nos vemos, voy por cinco de pastor...