Andrea Navarro de la Rosa
Si la humanidad post COVID19 pudiera acceder a una sola cosa en el mundo que le permitiera obtener una buena calidad de vida (o la mejor posible), tranquilidad para sí mismo y sus familias, así como su libertad financiera… ¿cuál sería la respuesta inmediata?
Seguramente muchos contestarían con objetivos que tienen que ver con cuestiones importantes, sí, pero no esenciales de manera individual: un mejor trabajo, una mejor casa, mejores ingresos, una muy buena jubilación, un lugar más seguro para vivir… Sin embargo, hay un punto en el mapa global que nos interesa a todos y cada uno de nosotros para lograr un cambio integral, multidimensional y realista: lograr la cobertura universal en salud.
Pero ¿por qué debería interesarnos? Sucede que toda fuerza vital de cada nación recae en un factor común, la salud integral y el bienestar de sus ciudadanos. Una persona con falta de salud física y mental puede representar un déficit de inversión en cualquier tipo de programa de asistencia social, un gasto catastrófico en atención sanitaria, ausencia de productividad y optimización laboral; así como impulsa sistemas contaminantes, adictivos, bélicos innecesarios y de consumismo insostenible.
A nivel mundial, varios sistemas de salud pública han colapsado durante y después de la crisis sanitaria del 2020 debido a la clara falta de mantenimiento, auditoría, así como a las deficientes asignaciones presupuestarias para inversión en infraestructura, tecnología y recursos humanos (colegial médico y de profesionales de la salud en general). Pero también debido a la falta de voluntad política y de la población no científica para abordar el cómo obtener la cobertura universal en salud con el respeto y la seriedad que se merece.
En países como la India, Brasil, México e incluso Estados Unidos, diversos especialistas coinciden en la existencia de un "desastroso y averiado” sistema de salud que se ha mantenido por décadas, y que poco se ha avanzado en reformas sanitarias eficientes y factibles en comparación con naciones como Francia, Reino Unido, Canadá (aún con sus claroscuros), y mucho mejor lo han hecho Noruega, Suiza, Dinamarca, Australia, Nueva Zelanda y, el favorito, Singapur.
De acuerdo con especialistas como el Dr. Aaron E. Carroll de la Universidad de Indiana, el éxito o no de la cobertura universal de dichos países no siempre está relacionada con el presupuesto asignado al sector salud, sino más bien al tener una visión 360 de lo que cualquier sociedad sostenible y sustentable merece: vivienda digna y accesible, ingresos dingos, educación y salud integral, equitativa y accesible (pública y privada).
El ejemplo más claro de ello es que, aunque México destina el 2.80% del PIB nacional (que para 2024 se reducirá en un 55%), o Estados Unidos destina el 16.8% de su PIB anual, ambos sistemas son igualmente caóticos, desordenados, ineficientes y administrativamente insostenibles. El primero dependiente en su totalidad de la atención sanitaria pública (adicional a la poca inversión), con una clara tendencia al aumento en la atención privada (49% según el Instituto Nacional de Salud Pública, INSP) y, el segundo, incapaz de generar un equilibrio entre la atención privada y la pública, teniendo servicios sanitarios con sobrecostos (inaccesibles para la mayoría de su población).
En contrasentido, de acuerdo con The Commonwealth Fund lo que diferencia a los sistemas sanitarios caóticos de los sistemas sanitarios mejor calificados son 5 puntos principales: 1) proporcionan cobertura universal igualitaria y asequible, al igual que eliminan las barreras de costos en salud; 2) invierten en sistemas de atención primaria para garantizar que los servicios de alto valor estén disponibles equitativamente en todas las comunidades para todas las personas; 3) reducen las cargas administrativas que desvían tiempo, esfuerzos y gastos de los esfuerzos de mejora de la salud; 4) invierten en servicios sociales, especialmente para niños y adultos en edad de trabajar; y 5) han comprendido que los esfuerzos de sus políticas públicas y prioridades gubernamentales (federales o estatales) deben ir en función de la equidad y en otros determinantes de la salud más generales, como los ingresos, la educación y la vivienda.
Entonces, ¿existe o no la fórmula mágica para alcanzar la cobertura universal en salud? La realidad es que efectivamente el resultado depende de diversas variables, pero, tal como afirma el Dr. Carroll, centrarnos en las diferencias entre los sistemas de salud de ejemplo en este texto es infinitamente debatible y una vez más estaríamos cerrándonos a la posibilidad de ver el “cómo sí” se debe cambiar la dirección para el bienestar y la salud de todos y todas.
ANDREA NAVARRO DE LA ROSA es Maestra en Marketing Digital y Comercio Electrónico. Licenciada en Relaciones Internacionales por la UNAM-FES Aragón. Actualmente es asociada del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJ COMEXI) y miembro de la Fundación española Ciencias de la Documentación FD–Mujeres Líderes de las Américas. Sígala en Twitter como @andie_nr