Por Julio César Macés
Mi vuelo llega 30 minutos antes, una alegre novedad para los estándares modernos de eternos retrasos. San José, Costa Rica es una ciudad que de manera tardía descubre cómo la violencia escala. El tardío descubrimiento, a diferencia de mi vuelo, no es afortunado, es síntoma de un gobierno que prefiere la medicina antes que el diagnóstico.
Así como ignorar la ley no extingue sus consecuencias, no reconocer el crimen no hace que desaparezca o disminuya. Costa Rica fue durante mucho tiempo el pez en el agua. La “pura vida” se sostuvo gracias a ignorar y dejar pasar las variables que detonan la violencia. Durante el último par de años la criminalidad que vive el pueblo tico aumenta, escenas que hace años se pensaban inimaginables, ocurren diariamente. Recientemente la cifra de personas con lesiones o asesinadas como parte del daño colateral provocado por sicarios contratados incluye a niños y adolescentes. Lo cotidiano en estos días es contar asesinatos, cateos y detenciones. Según el Informe de Investigación Judicial los homicidios aumentaron un 38% el 2023 y la tendencia de los primeros meses del 2024 apunta a que será un año con mucho que lamentar.
El incremento de la violencia no es un fenómeno que ocurra espontáneamente, es un muro que se construye y que de ser ignorado será infranqueable. Los cimientos de este muro provienen de diferentes variables sociales y económicas. Es decir, el pueblo y sus necesidades son elementos que se deben seguir con mesura y atención.
Observo detenciones e incautaciones, pero no declaraciones. La tentadora sugerencia de implementar la mano dura, la súper mano dura o todo lo que conllevan esas ideas, ahora con renovado vigor, son casi inevitables. Ante la falta de cautela surge la premura. Analizo la legislatura, sus legisladores y sus ambigüedades. Las ideas para enfrentar la actual crisis de seguridad se aproximan a populismos legales y rutas de no retorno, para hacer más punible lo que siempre ha sido. Un debate circular para términos prácticos. No lograr identificar, clasificar e individualizar de manera adecuada el narcomenudeo y el narcotráfico podría tener consecuencias profundamente dolorosas para la sociedad.
Es importante recalcar que a diferencia de otros países con un alza en la criminalidad Costa Rica no pone nombre y apellido a sus detractores. Por ejemplo, en El Salvador o en México se puede distinguir pandillas o cárteles, pero en Costa Rica muchas de estas entidades criminales se encuentran en pleno desarrollo. El leitmotiv de la prensa y las autoridades locales es mencionar el sicariato. Todavía no es posible establecer un techo para su crecimiento, pero se encuentran en un ciclo de cooptación y evolución. Aunque es factible señalar la rivalidad entre los dos grupos criminales más grandes “Los Polacos” y “Los Diablos” no se puede limitar que el deterioro de la seguridad se deba a sus constantes pugnas y venganzas, ya que otros actores criminales tienen protagonismo en diferentes partes de esta ruta de violencia.
Por años Costa Rica funcionó como un puerto de embarque desde el sur hasta los compradores de narcóticos de Estados Unidos o de Europa. Derivado de estas transacciones surgió el ofrecimiento de mercancía como moneda de cambio por diversos servicios, lo que detonó un incremento en el consumo local. La evolución del negocio generó mayor interés en grupos criminales, que ya ejercían comportamientos violentos y agregó un modelo con mucho potencial económico. El mercado de las drogas es muy fragmentado y obliga a la adquisición y custodia territorial. Esta movilización se suma a las variables que producen violencia en la actualidad. Además, producto de los rendimientos del negocio local, se comenzó a movilizar mucho capital en dólares, moneda no oficial, pero muy común y altamente efectiva para lavar dinero en casinos, comprar armas y como circulante para prestamistas informales.
El problema de no reconocer que tienes un problema durante años siempre tiene un desenlace trágico, se observa en las calles de San José o de las Pavas. Esto obliga en muchos sentidos a tomar decisiones precipitadas e inexorablemente equivocadas. Las prácticas de las pandillas, barras y grupos criminales locales han cambiado y se podría estar observando la construcción de una gobernanza criminal compleja, ambiciosa y con la puerta abierta.
El taxista don Edgar prefiere ya no escuchar noticias, le resulta demasiado pesimista y difícil de asimilar tanta violencia que antes no sucedía. Antes no asesinaban a gente desde una moto o acribillaban a un joven frente a una escuela, narra con cierta tristeza. La conversación se torna, desafortunadamente más pesimista porque, así como la selección de futbol tiene días por recordar, la vida en Costa Rica también tiene días para añorar.
JULIO CÉSAR MACÉS es Licenciado en Comunicación con estudios en Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Es maestro en Gobernanza y Globalización por la Universidad Iberoamericana. Es host del podcast La Gazzetta de México. Sígalo en @JulioCesarMacs