La paz mundial está en decadencia. Sí, así de fuerte. Resulta que en los últimos días hubo debate en torno a quién debería de haber ganado el Premio Nobel de la Paz, sobre todo luego de los acontecimientos que se han dado en diferentes puntos del planeta, específicamente en Ucrania y Palestina.
Hay que recordar que recordar que este premio es otorgado para quienes hayan colaborado con temas que apoyen a la estabilidad social y política en cualquier rincón del planeta, sin embargo, el tema de la paz se ha ido complicando cada día más debido a que el Nuevo Orden Mundial ha provocado un incremento en las hostilidades de las naciones que, aunque se encuentren bajo el Derecho Internacional, simple y sencillamente hacen lo que quieren sin importar lo que los Organismos Multilaterales proponen, logrando así una crisis del multilateralismo sin precedentes.
De hecho, el propio Amitav Acharya, un distinguido académico de las relaciones internacionales, ha propuesto que el mundo ahora se rija por un mundo “multiplex” que reacciona a los intereses de los Organismos y las Asociaciones Internacionales y no solo a los Estados y las empresas privadas como lo era hace algunos años, sobre todo antes de la pandemia. Es decir, los avances y reacciones provocadas por quienes intentan dirigir el mundo desde una posición de los poderes de un país no siempre serán tomados en cuenta para salvaguardar los intereses de quienes son afectados por múltiples eventos, tales como los políticos, sociales o económicos.
Entonces, el dilema al que me quiero referir ahora es al que tiene que ver con la elección del premio Nobel de la Paz que, por cierto, fue otorgado la semana pasada a la organización japonesa Nihon Hidankyo por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares, así como por demostrar, a través de los testigos, que las armas nucleares no deberán ser usadas nunca más. Luego, la problemática tiene que ver con que la elección de los ganadores no siempre tuvo que ver con la realidad actual del planeta pues existen una infinidad de problemas en otras partes del globo que podrían haber demandado una persona u organización distinta que recibiera el premio.
Por su puesto que no pretendo hablar -escribir- mal de los ganadores pues este año se hará, como siempre, una exposición en el Museo del Premio Nobel de la Paz en Oslo donde se enaltecerá su importancia, sin embargo, el mundo esperaba algún premio relacionado con la lucha por la Paz en Medio Oriente y en el conflicto ruso-ucraniano. Lo cierto es que no fue así, pero eso no significa que no sea importante, sino que el problema político es mucho más fuerte que el aspecto filantrópico del propio premio, es decir, pesa más quiénes podrían juzgar el otorgamiento del premio, que quienes lo merecen realmente.
Me explico. Uno de los posibles candidatos a recibir el Premio Nobel de la Paz era el Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) por su apoyo a los ciudadanos palestinos, sirios y libaneses que sufren constantemente de los ataques de Israel; de hecho, otro de los nombres que se barajeaban era el del propio Secretario General de la ONU, António Gutérres, quien ya fuera también Alto Comisionado para los Refugiados y quien, incluso, ha sido declarado como persona non grata por Israel debido a su defensa, desde la ONU, del pueblo palestino.
Sin embargo, esto no ha podido ser por razones que se desconocen a ciencia cierta, pero que son obvias ante el envión político a nivel internacional que se vive por la relevancia que Israel tiene en el mundo y la defensa que los Estados Unidos hacen de él. Entonces, se complica que los esfuerzos por la paz sean premiados, no solo por el premio como tal, sino por la relevancia de atacar un problema que más que social se torna en político.
Eso sí, si a esas nos fuéramos, tendríamos que premiar cada año acciones a favor de la paz en Medio Oriente, Ucrania o África porque es donde mayores problemáticas existen, pero tampoco es que se pueda siempre pues en los últimos diez años se ha otorgado a Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi por la defensa del derecho a la educación en 2014; al Cuarteto para el Diálogo Nacional de Túnez por su contribución a la construcción de una democracia pluralista en Túnez en 2015; a Denis Mukwege y Nadia Murad por sus esfuerzos para acabar con el uso de la violencia sexual como arma de guerra en el Congo en 2018; o al primer ministro etíope, Abiy Ahmed , por sus esfuerzos de acercamiento con Eritrea en 2019.
De hecho, aunque suene obvio, este tipo de premios siempre serán controversiales pues no podrán ser otorgados en zonas donde casi no hay problemas políticos, religiosos y sociales que provoquen la guerra, porque como dice la máxima: para que haya paz, se necesita la guerra, sino no fuese necesario un Premio Nobel de la Paz.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor, investigador y analista en temas internacionales y educativos. Asociado COMEXI. Sígalo en x: @fabrecam