Lo vi tal y como lo recordaba a pesar de que la memoria ha hecho ya sus estragos. El recuerdo es nítido en las experiencias, pero no lo es tanto en los recuerdos que solo viven en fotografías de una cámara Polaroid que utilicé en aquel lejano enero de 2003 y que, por supuesto, no revelan la nitidez de alguien que anhela recordar lo que la juventud se ha llevado.
Sin embargo, tampoco es que todo haya cambiado. Quizá ahora la modernidad ha llegado y la comunicación es más rápida. Con ello ha llegado el internet y el moverse por esta zona es mucho más fácil que hace poco más de 20 años. Ahora puedes pedir un Uber que te recoge en el apartamento rentado por Airbnb que te lleva a cualquier lado. En aquel entonces había que pagar las cuotas de locura que siempre han cobrado los taxistas locales de cualquier parte del mundo cuando de turistas se trata.
Pienso que en aquella época la economía era distinta y que, a pesar de mi corta edad, lo notaba cuando comparaba los precios entre México y este hermoso lugar que parece estar a 20 horas en autobús de cualquier gran ciudad, como los casos de Buenos Aires o Sao Paulo, o a unas seis de Asunción, en Paraguay. De hecho, siendo un estudiante universitario tuve la fortuna de poder solventar mis gastos, aunque no me libré de haberme hospedado en un hostal donde compartí habitación con otros ocho viajeros, incluido Alí, quien ahora solo viaja a Europa y ya no de mochilero.
Recuerdo momentos platicando con gente que hablaba un pésimo inglés (casi como el mío), y portuñol (mezcla de portugués y español) para discutir sobre el mejor jugador de futbol del mundo y, sobre todo, de cervezas y política. La gente vivía y moría por Lula, recién electo por primera vez por el Partido dos Trabalhadores (PT) que tenía una agenda de gobierno completamente de izquierda en beneficio del pueblo brasileño. Todos en la calle, en el hostal, en el autobús, en el restaurante y hasta en las Cataratas de Iguazú del lado brasileño veían con buenos ojos que alguien como el presidente Lula tomara las riendas del gobierno.
Es más, hay que recordar que Brasil venía en plena recuperación de la peor crisis económica que hubiera vivido en aquel entonces y que se refería a la que se llamó “efecto samba” y que el gobierno de Lula había prometido resarcir una vez tomada la administración en aquel lejano 1 de enero de 2003.
Recuerdo a la gente emocionada y apasionada por el futuro que a Brasil le esperaba. Nosotros la pasamos bien esos días, por supuesto que conocimos las Cataratas y quizá bebimos un poco más de lo que comimos, pero en la mente nunca dejó de sonar aquel nombre que hasta la fecha sigue vigente: Luiz Inácio Lula da Silva.
Ahora, con un mundo diferente y más moderno, con mayor tecnología y dinamismo en el comercio global, las cosas en esta parte del mundo no son tan distintas. El autobús desde Sao Paulo sigue tardando mucho, ya no 20 horas, pero sí 16, claro, con asientos más cómodos, pero con un internet que no funciona a pesar de que lo anuncien como parte del costo del boleto; por su parte, la ciudad sigue siendo tranquila y noble a pesar de sus 250 mil habitantes porque luego de que cae la noche, la gran mayoría de los negocios cierra y no hay más lugares abiertos para encontrar una buena comida.
Incluso, me atrevería a decir que, si hubiera cerrado los ojos en aquel 2003 y los hubiera abierto en este 2024, solo por el acceso a internet, lo demás seguiría siendo igual pues al comparar la economía con México, en Foz de Iguazú sigue siendo más barato todo: la gasolina, la comida, el hospedaje y el taxi, ahora llamado Uber.
En esta pequeña ciudad que apenas representa el 0,11% de la población total brasileña el tiempo se ha estancado, como en todo Brasil. El presidente sigue siendo el mismo que cuando vine por primera vez y la enemistad con el gobierno argentino de aquel entonces y antes de la llegada de Néstor Kirchner es la misma. Lula sigue apoyando a Venezuela y al comandante Chávez en la figura de Maduro. Evo Morales ya era su amigo a pesar de no resultar electo en Bolivia sino hasta 2005 y en Cuba la figura de Fidel Castro era ejemplar, como hoy en día que el castrismo sobrevive a pesar del asedio del imperialismo Yankee.
El tiempo no ha pasado en Iguazú quizá porque se encuentra fuera del mapa a pesar del espectacular panorama turístico que representa o quizá porque es lo que más convenga en esta zona del mundo en la que la mayoría de los turistas e inversionistas no miran; sin embargo, a lo mejor el propio Lula y todos los aquellos que tengan que ver con el ahora tres veces electo presidente de Brasil voltearán a ver al sur cuando se comiencen a escasear los recursos del Amazonas y los grandes empresarios chinos y estadounidenses comiencen a presionar la llegada a Paraná.
Claro, primero tendrán que pasar por los Estados de Mato Grosso y Mato Grosso del Sur antes de llegar a un sitio que solo a los paraguayos parece importarles y no por su infraestructura, sino por la libertad que se tiene para vender todo tipo de productos a la zona norte de Argentina y a esta región del sur de Brasil desde la Ciudad del Este que, por si fuera poco, sirve de centro comercial para todos aquellos que se quejan de las malas prácticas económicas y políticas de Lula y anhelan el regreso de Bolsonaro mientras las Cataratas del Iguazú siguen ahí, rompiendo el viento y llevando agua sin un rumbo fijo.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor, investigador y analista en temas internacionales y educativos. Asociado COMEXI. Sígalo en x: @fabrecam