No existe una receta universal para la democracia. Cada país deberá encontrar la forma en la que sus ciudadanos participen en el ejercicio del poder. Algunos países se han decantado por regímenes parlamentarios con o sin monarquía asociada, otros han establecido repúblicas centralistas o federales, otros más han sucumbido ante un líder carismático y se han transformado en autarquías. Pocos y por poco tiempo, afortunadamente, han sufrido el flagelo de la dictadura militar.
Lo que sí parece ser una práctica recurrente es que las democracias tienden a degradarse si no se les da mantenimiento. El Índice de la Democracia publicado por el grupo The Economist identifica que actualmente solo una de cada diez personas en el mundo vive todavía en un país democrático, tres más viven en democracias imperfectas y dos en regímenes híbridos. Los cuatro restantes viven bajo regímenes autoritarios o dictaduras.
México fue recientemente degradado de democracia imperfecta a régimen híbrido. Los países dentro de esta categoría suelen estar en proceso de desarrollo, con una transición incompleta de un régimen autoritario a uno democrático y contar con abundantes recursos naturales, como el petróleo.
En lo político, presentan al mismo tiempo episodios de represión política y elecciones regulares.
Esto se debe a que no desaparecen a las instituciones democráticas como es el organizador de las elecciones, sino que las cooptan para que el grupo en el poder no sea sustituido por la oposición, lo que genera descontento social que se controla mediante la represión.
Caer en un régimen híbrido es una situación muy compleja de remontar, sobre todo cuando las condiciones adversas se profundizan. En particular, preocupa a los analistas la penetración del crimen organizado y la violencia que genera en todo el territorio, ubicando a México como el tercer país más peligroso del mundo.
Ya tuvimos una primera prueba del poder del régimen durante las elecciones de este año, pero no será sino hasta las próximas semanas que se desplegará con toda su fuerza el ataque masivo a las instituciones democráticas. La desaparición del INE y de otros organismos autónomos, el sometimiento del Poder Judicial, la pérdida de espacios para la oposición y la imposición de un país de un solo partido.
Pero, para lograrlo, tendrán que superar una serie de obstáculos. El primero es la distribución de diputaciones federales. México tiene un esquema de representación proporcional que garantiza que las minorías estén correctamente representadas en la cámara. También evita que el partido mayoritario tenga mayoría calificada y con esto, obliga a que los cambios a la Constitución deban ser negociados entre todas las fuerzas.
El reto no es menor. Por un lado, el Consejo General del INE con su comisionada presidenta quien tiene fuertes lazos ideológicos y compromisos familiares con el gobierno, ha sido reiteradamente omiso antes las numerosas irregularidades del proceso electoral y es posible que dictamine a favor de la sobre representación. Quedaría entonces en manos del Tribunal Electoral del que es importante recordar que se encuentra debilitado por la irresponsable negativa del partido en el poder de nombrar dos titularidades vacantes. Si los jueces hacen una lectura integral de la Constitución tendrán que concluir que ningún partido puede gozar de mayoría calificada, no importa el porcentaje de votos recibidos.
El manoseo de las postulaciones, el nombramiento de personas incapaces o sin independencia, el ahorcamiento presupuestario de nuestras instituciones electorales, son solo el preámbulo de una debacle anunciada. Por eso es fundamenta concentrarnos en la pedagogía de la democracia, asegurarnos que todos estemos conscientes de lo que significaría perder los cauces democráticos y que estemos dispuestos a expresarlo abiertamente. Por lo pronto, nos vemos el próximo domingo 11 de agosto a las 11 horas en la explana frente al INE y en numerosas plazas públicas por todo el país.