/ martes 20 de agosto de 2019

Rojo oriental

Mirar hacia adentro

La cultura popular del oriente de Morelos es rica y, en general, poco conocida. Tiene un sabor y color propios de su paisaje: caluroso, amplio, productivo, cercano a cerros majestuosos y salpicado de colinas, muy de la selva baja caducifolia, pero beneficiado por los ríos que lo atraviesan.

Una de las tradiciones alfareras menos reconocidas del estado es la de Telixtac, en Axochiapan, producida a partir de moldes y cocida en hornos a cielo abierto, construidos por las mismas alfareras. Las piezas de allí tienen una rugosidad y un color rojo característicos.

Entre la alfarería que producen están comales, anafres pequeños, ollas, apaxtles y, particularmente, molcajetes, lavaderos y tinajas enormes para guardar y mantener fresca el agua. Los lavaderos y molcajetes tienen la superficie estriada y decorada, generalmente con la figura de un gallo, para facilitar la labor que en ellos se realiza; las tinajas pueden tener hasta 1.60m de alzada y un diámetro de casi 1m en su parte más ancha; se les decora con sencillos y pequeños mosaicos florales hechos con fragmentos de loza. Estas tinajas son enterradas hasta la mitad, y así el agua se mantiene fresca, “mejor que en el refri”, y adquiere ese característico y agradable sabor a barro fresco. Todas estas piezas, en su superficie exterior, presentan un color rojo obtenido a partir de un colorante sacado de la tierra. Curiosamente, es el mismo que usan los mecos en la alucinante fiesta del 15 de septiembre en Ixtlico el Grande, de la que les hablaré más cercana la fecha.

El barro que usan tiene añadida arena de río, lo que da a estas piezas su textura rugosa y las vuelve toscas y resistentes. Sus precios están muy por debajo de los de las demás localidades alfareras del estado y a veces se antojan ridículos. A menudo reciben enormes pedidos del interior de la república, que resuelven aliándose entre las familias productoras para cumplirlos. Actualmente, trabajan con algunos dulceros de Huazulco, Temoac, para proporcionarles cajetes con boca y decorado interior de flor, en los que venden sus productos.

La obstinada permanencia de expresiones como ésta, son ejemplo de ese México que nos empecinamos en ignorar, pero que todavía está allí dando frutos y conservando parte de lo que nos identifica y aun nos define.

La cultura popular del oriente de Morelos es rica y, en general, poco conocida. Tiene un sabor y color propios de su paisaje: caluroso, amplio, productivo, cercano a cerros majestuosos y salpicado de colinas, muy de la selva baja caducifolia, pero beneficiado por los ríos que lo atraviesan.

Una de las tradiciones alfareras menos reconocidas del estado es la de Telixtac, en Axochiapan, producida a partir de moldes y cocida en hornos a cielo abierto, construidos por las mismas alfareras. Las piezas de allí tienen una rugosidad y un color rojo característicos.

Entre la alfarería que producen están comales, anafres pequeños, ollas, apaxtles y, particularmente, molcajetes, lavaderos y tinajas enormes para guardar y mantener fresca el agua. Los lavaderos y molcajetes tienen la superficie estriada y decorada, generalmente con la figura de un gallo, para facilitar la labor que en ellos se realiza; las tinajas pueden tener hasta 1.60m de alzada y un diámetro de casi 1m en su parte más ancha; se les decora con sencillos y pequeños mosaicos florales hechos con fragmentos de loza. Estas tinajas son enterradas hasta la mitad, y así el agua se mantiene fresca, “mejor que en el refri”, y adquiere ese característico y agradable sabor a barro fresco. Todas estas piezas, en su superficie exterior, presentan un color rojo obtenido a partir de un colorante sacado de la tierra. Curiosamente, es el mismo que usan los mecos en la alucinante fiesta del 15 de septiembre en Ixtlico el Grande, de la que les hablaré más cercana la fecha.

El barro que usan tiene añadida arena de río, lo que da a estas piezas su textura rugosa y las vuelve toscas y resistentes. Sus precios están muy por debajo de los de las demás localidades alfareras del estado y a veces se antojan ridículos. A menudo reciben enormes pedidos del interior de la república, que resuelven aliándose entre las familias productoras para cumplirlos. Actualmente, trabajan con algunos dulceros de Huazulco, Temoac, para proporcionarles cajetes con boca y decorado interior de flor, en los que venden sus productos.

La obstinada permanencia de expresiones como ésta, son ejemplo de ese México que nos empecinamos en ignorar, pero que todavía está allí dando frutos y conservando parte de lo que nos identifica y aun nos define.

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