La primera sensación experimentada por Rodrigo, un bombero forestal a quien conocí hace siete años, al combatir un incendio es la desesperación ante el crujido de los árboles por la acción del fuego y los chillidos de algunos animales en su carrera para encontrar refugio.
Luego, viene la tristeza al descubrir las causas del siniestro. De acuerdo con estimaciones oficiales hasta el 90 por ciento son quemas provocadas por la acción humana. Es decir, se podrían evitar.
Aunque no exista una intención de causar un incendio, hay prácticas detonadoras. Tirar cigarrillos encendidos sobre la vegetación, no apagar totalmente una fogata, dejar objetos de vidrio o la incineración de basura.
Hábitos negligentes en la agricultura, como las quemas para preparar el suelo de cultivos, también suelen ser una amenaza potencializada en temporada de sequía.
Esta semana, la Comisión Nacional Forestal informó de 61 incendios forestales registrados la última semana de marzo en Morelos. Las 338 hectáreas afectadas ubican a la entidad en el tercer sitio a nivel nacional, superada por Chiapas y Guerrero.
Impulsar una cultura cívica-ambiental es un aspecto central para prevenir hasta nueve de cada diez siniestro, como lo es fortalecer a las corporaciones especializadas en la atención.
Para los bomberos forestales, las brechas cortafuego son vitales para limitar los riesgos, como lo es un cuidado adecuado de los bosques por parte de los humanos.
El estado cuenta con 169 elementos para atender incendios, entre técnicos especializados, combatientes forestales y personal operativo, integrados en 11 equipos.
Hace unos días, en la Ciudad de México, con quien se comparten zonas boscosas limítrofes, el Jefe de Gobierno, Martí Batres, destacó una disminución en el promedio de duración de los siniestros. En 2019 tomaba 5 horas con 14 minutos sofocarlos, ahora son 2 horas con 24 minutos.
Hay una gran impotencia al ver cómo la naturaleza se consume, me decía Rodrigo, y más cuando el incendio pudo no haber ocurrido.
@guerrerochipres