Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.
Mc. 3,24
Ante los acontecimientos lamentables de Culiacán, la Iglesia se conduele por la psicosis social ocasionada por la violencia cobarde del narcotráfico que al verse rebasada por nuestras fuerzas armadas optaron por el deplorable terrorismo.
Se han vertido una serie de conjeturas y juicios, pero como Iglesia no podemos permitirnos desplazar el problema medular del fenómeno del narcotráfico. Provocar la enemistad de opinión pública sin un respeto a nuestras instituciones que están emprendiendo la pacificación nacional es auto mutilarnos.
Por sentido común, la violencia terrorista desleal e infausta fue claramente la estrategia desesperada del crimen organizado para la liberación de dos de sus máximos cabecillas; sería ilógico pensar que ante tal beligerancia de dicho cártel de Sinaloa hubiera una treta confabulada con el gobierno. Sin embargo, de nuestra parte hemos de exigir una mayor inteligencia militar en las capturas, pero esto no puede ser motivo para desvalorizar la honesta intención de realizar la captura de los capos más buscados.
Si damos fuerza a la polarización seremos más vulnerables, en estos precisos momentos la unidad nacional contra el narcotráfico debe alentarnos a enarbolar un frente común que ponga todos los medios necesarios y estar en una constante exigencia cívica positiva para que el gobierno realice acciones de inteligencia más eficaces. Dividirnos y entrar en los vericuetos de los juicios y descalificaciones tan sólo abonamos a empoderar el poder psicópata de los cárteles, debemos dar un mensaje de unidad en la lucha contra el narcotráfico en vez de polarizarnos en trivialidades con sesgo de interés político.
Estos relatos donde la violencia de los cárteles ha mostrado su poder sobre el estado de derecho ha sido una constante en varias décadas, el fenómeno del crimen tiene sus raíces en las injusticias sociales con las que se ha lacerado a una gran mayoría a vivir en condiciones de pobreza, exclusión y negación de oportunidades básicas de vida digna. Allí es dónde tendríamos que focalizar las fuerzas para vencer a un Leviatán que creció al amparo de gobiernos, políticos y empresarios corruptos. Su señorío con el que actúa esta metástasis del narco nos muestra que aún no se ha desmembrado su red de complicidad que se entretejió en años, es irresponsable dar un juicio sin la justa dimensión fenomenológica de un monstruo llamado narcopoder.
La Iglesia por su parte seguirá firme en realizar acciones de fondo a dicha problemática social, continuaremos acompañando y generando acciones pastorales que aporten reconciliación, inclusión, justicia y paz social. Insistimos en la necesidad de replantear el sistema educativo desde las coordenadas de la reconstrucción del tejido social, incluyendo la disciplina scout y talleres terapéuticos como materias base en educación básica y media superior, las cuales podrían consolidar un relevo generacional para una nueva ciudadanía en la restauración nacional.