/ lunes 25 de diciembre de 2023

Una Navidad muy especial

Norma A. Aragón | Publicación especial

Carlo amaba la Navidad: envolver los regalos, hacer la masa para las galletas, decorar el árbol, romper la piñata, jugar con sus primos, y encender luces de bengala. Pero siempre era lo mismo. Ahora quería algo diferente, pero no solo diferente, sino algo especial. Tal vez un regalo que pudiera llevarlo al cielo, a viajar por el universo y recorrer todas las galaxias, como una nave espacial. Tal vez un buen amigo con súper poderes, con el que pudiera jugar fútbol sin cansancio, vivir muchas aventuras y que sus papás le permitieran ir a su casa. O tal vez una mascota exótica, como una iguana, así como la de su primo Iván, que ya es tan gorda y grande que parece un cocodrilo: temible y feroz. O si la suerte lo quería, algo como un hurón, color blanco, algo que parezca un dragón o que vaya a escupir fuego, o uno que pueda volar, algo así como un perico gigante, color verde esmeralda, como el de su tía Leticia, para que pueda hablar. Sí, ¡un animal fuera de este mundo! ¡Fuera de serie!

Pero aquello era solo un sueño. Nada podía hacer de la Navidad algo especial o diferente. La Navidad sería igual y a ello debía resignarse: comer, jugar, abrir los regalos y nada más.

Así que se bañó, se peinó, se puso el suéter rojo de Rodolfo que le había puesto su mamá, cuya nariz roja encendía de verdad, y se subió al carro con destino a casa de los abuelos.

¿Listos? – preguntó papá.

¡Listos! – dijo mamá.

Bueno… vámonos. No queremos llegar tarde a casa de los Estrada.

Así era como los apodaban.

¿Los Estrada? – preguntó Carlo – ¿Acaso no vamos a casa de los abuelos?

Sí, pero… iremos primero a casa de unos amigos nuevos en el trabajo que nos han invitado a ir a su casa un rato.

Comeremos unas galletitas y nos iremos con tus primos. No nos tomará mucho.

Carlo asintió con la cabeza: como a quien ni le va ni le viene.

La casa de los Estrada era menos ostentosa que la suya. No era moderna ni estaba llena de luces. Era vieja y azul. De dos pisos. Con grandes ventanas y un ficus frente a la puerta. Y los muebles, no eran la excepción: eran anticuados pero eso sí, muy bien cuidados y pulcros.

Bienvenidos, nos alegra que hayan podido venir.

El señor Estrada, cuya hija abrazaba sus piernas como un perezoso el tronco de un árbol, los recibió abriendo bien los brazos de par en par para abrazar al papá de Carlo, quien fue el primero que se atrevió a cruzar la puerta que estaba abierta. Mientras tanto, saliendo detrás de su esposo, la señora Estrada se ocupó en abrazar a la mamá.

Él es nuestro hijo Carlo.

Dijo papá una vez que se hubieron terminado de saludar entre los adultos.

¡Ah, el famoso Carlo, eh! Bienvenido Carlo.

Gracias.

Respondió Carlo, cuyas mejillas, no acostumbradas a la atención y el afecto de extraños, se tornaron rojas.

Y ella es Tania. Mi pequeña.

¡Feliz Navidad, Tania!

¡Feliz Navidad!

Bueno, adelante.

Siguieron, entonces, a los Estrada hasta la sala que estaba justo detrás de ellos. Esta, al igual que la cocina, era amarillo pastel. Sus sillones, su librero repleto de libros de pastas gruesas; azules y rojas. De apariencia medieval. Y sus muebles de palisandro rojo, de estilo vintage y un toque de barroco, daban a la estancia elegancia y la hacían parecer un palacio. Al menos en el interior.

Antes de que se hubieran puesto cómodos, un hombre que estaba sentado en aquella sala, vestido con un suéter de hombre de nieve y un pantalón de vestir negro, cuya nariz también prendía, se presentó.

Buenas noches, ¡Feliz Navidad!

Él es mi papá, Roberto.

Un placer, señor Roberto.

El gusto es todo mío.

Mucho gusto, Señor Roberto. ¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad, Señor! – dijo entonces Carlo.

¡Feliz Navidad! Tomen asiento.

Tomaron asiento. Y entonces los ojos de Carlo pudieron pasearse un poco más a su antojo por aquella sala y por aquellos sillones, para observar cada objeto con detenimiento y lo que no había visto más que a medias. Lo primero fueron los libros, a los cuales, claro, no les vio ningún chiste. No había entre todos ellos ningún cuento. Notó entonces las violetas moradas que había aquí y allá. Luego pudo ver al fin la pared de enfrente, donde había una foto de bodas en blanco y negro. Debía ser, no hay duda, el Señor Roberto y su esposa el día de su boda, concluyó Carlo. Entonces su mirada fue hacia la izquierda, hacia el árbol de Navidad, que no tenía más que luces blancas que se prendían y apagaban junto con la música, y una estrella dorada en la punta. La más hermosa que Carlo había visto en su vida. El árbol ya no le pareció entonces tan simplón, sino mágico.

Arrobado como estaba, su vista fue hacia abajo, para encontrarse con tres hombres, uno montado sobre un elefante, otro sobre un camello y otro sobre un caballo blanco. Sobre sus manos, cada uno sostenía un regalo. A Carlo le parecieron perfumes caros, como los que se compraba mamá, pero eran algo más, algo más grande. Siguiendo la dirección a la que se dirigían, se encontró con una gallina con sus polluelos, también unos patos, blancos como cisnes. Luego, un toro, una vaca y un becerrito. Llegó entonces a la casita, que estaba hecha de papel Kraft, aserrín y musgo. Ahí adentro vio más animales: unos caballos, un burrito, un cerdito, unos borreguitos. Pasó entonces a ver a un hombre, una mujer y... finalmente, a un niño, a un bebé, que habían acostado en donde se ponía el alimento a aquellos animales. Carlo no lo podía creer. ¡Un bebé durmiendo en donde se pone el alimento a los animales! Era inhumano. Mil preguntas le cruzaron por la cabeza, pero solo sacó una.

¿Quién es ese bebé?

Los adultos, que habían estado charlando mientras tanto bastante animados, guardaron silencio, como si hubiera entrado de pronto la policía a la casa para llevarse a uno de ellos por el peor de los crímenes.

Él es un héroe. ¿Te gustan los héroes?

Aquel que había roto primero el silencio era el señor Roberto.

Sí. Me gusta Spider-Man.

Bueno, ese bebé, que nació en Navidad, es el héroe más poderoso, más valiente, quien derrotó al villano más grande de la historia, el más terrible, el más malo, el más sanguinario, el más loco, el más despiadado.

¿Cómo lo venció?

Es una larga historia. Una historia que aún no termina, en la cual continuamos aún todos nosotros. ¿Quieres conocerla?

¡Sí, sí, sí! – dijo Carlo con emoción.

Entonces, traeré tu regalo.

¿Tienes un regalo para mí?

¡Claro que sí!

Aquello no había duda, debía ser lo que Carlo tanto soñaba, tanto imaginaba, lo que tanto ansiaba. ¡Ese superhéroe fuera de serie!

¡Mamá, papá, el señor me va a dar un regalo! ¡El superhéroe!

¡Sí, hijo!

Llegó entonces el señor Roberto con el presente, que venía en una bolsa de regalo, donde estaba estampado aquel superhéroe, en su cama: un humilde pesebre.

¡Mira, es el superhéroe!

¡Así es, campeón!

¿Por qué no lo abres ahora? – propuso mamá.

Sí, yo tengo curiosidad de saber qué es – repuso la señora Estrada, quien para entonces ya cargaba a la pequeña Tania, que comía una galleta en forma de regalo.

Sí, que lo abra – secundó también el señor Estrada.

Carlo entonces abrió el regalo. Y del interior de la bolsa sacó un libro, el libro más hermoso que había visto, de colores brillantes e ilustraciones impactantes. Y que sus padres desde entonces le comenzaron a leer todos los días. Pero lo mejor… fue que aquel superhéroe, nacido en una Navidad y sin encanto alguno, se convirtió en su mejor amigo y en el mejor regalo que ha recibido en una Navidad, en la Navidad más especial.

¡Feliz Navidad!

Norma A. Aragón | Publicación especial

Carlo amaba la Navidad: envolver los regalos, hacer la masa para las galletas, decorar el árbol, romper la piñata, jugar con sus primos, y encender luces de bengala. Pero siempre era lo mismo. Ahora quería algo diferente, pero no solo diferente, sino algo especial. Tal vez un regalo que pudiera llevarlo al cielo, a viajar por el universo y recorrer todas las galaxias, como una nave espacial. Tal vez un buen amigo con súper poderes, con el que pudiera jugar fútbol sin cansancio, vivir muchas aventuras y que sus papás le permitieran ir a su casa. O tal vez una mascota exótica, como una iguana, así como la de su primo Iván, que ya es tan gorda y grande que parece un cocodrilo: temible y feroz. O si la suerte lo quería, algo como un hurón, color blanco, algo que parezca un dragón o que vaya a escupir fuego, o uno que pueda volar, algo así como un perico gigante, color verde esmeralda, como el de su tía Leticia, para que pueda hablar. Sí, ¡un animal fuera de este mundo! ¡Fuera de serie!

Pero aquello era solo un sueño. Nada podía hacer de la Navidad algo especial o diferente. La Navidad sería igual y a ello debía resignarse: comer, jugar, abrir los regalos y nada más.

Así que se bañó, se peinó, se puso el suéter rojo de Rodolfo que le había puesto su mamá, cuya nariz roja encendía de verdad, y se subió al carro con destino a casa de los abuelos.

¿Listos? – preguntó papá.

¡Listos! – dijo mamá.

Bueno… vámonos. No queremos llegar tarde a casa de los Estrada.

Así era como los apodaban.

¿Los Estrada? – preguntó Carlo – ¿Acaso no vamos a casa de los abuelos?

Sí, pero… iremos primero a casa de unos amigos nuevos en el trabajo que nos han invitado a ir a su casa un rato.

Comeremos unas galletitas y nos iremos con tus primos. No nos tomará mucho.

Carlo asintió con la cabeza: como a quien ni le va ni le viene.

La casa de los Estrada era menos ostentosa que la suya. No era moderna ni estaba llena de luces. Era vieja y azul. De dos pisos. Con grandes ventanas y un ficus frente a la puerta. Y los muebles, no eran la excepción: eran anticuados pero eso sí, muy bien cuidados y pulcros.

Bienvenidos, nos alegra que hayan podido venir.

El señor Estrada, cuya hija abrazaba sus piernas como un perezoso el tronco de un árbol, los recibió abriendo bien los brazos de par en par para abrazar al papá de Carlo, quien fue el primero que se atrevió a cruzar la puerta que estaba abierta. Mientras tanto, saliendo detrás de su esposo, la señora Estrada se ocupó en abrazar a la mamá.

Él es nuestro hijo Carlo.

Dijo papá una vez que se hubieron terminado de saludar entre los adultos.

¡Ah, el famoso Carlo, eh! Bienvenido Carlo.

Gracias.

Respondió Carlo, cuyas mejillas, no acostumbradas a la atención y el afecto de extraños, se tornaron rojas.

Y ella es Tania. Mi pequeña.

¡Feliz Navidad, Tania!

¡Feliz Navidad!

Bueno, adelante.

Siguieron, entonces, a los Estrada hasta la sala que estaba justo detrás de ellos. Esta, al igual que la cocina, era amarillo pastel. Sus sillones, su librero repleto de libros de pastas gruesas; azules y rojas. De apariencia medieval. Y sus muebles de palisandro rojo, de estilo vintage y un toque de barroco, daban a la estancia elegancia y la hacían parecer un palacio. Al menos en el interior.

Antes de que se hubieran puesto cómodos, un hombre que estaba sentado en aquella sala, vestido con un suéter de hombre de nieve y un pantalón de vestir negro, cuya nariz también prendía, se presentó.

Buenas noches, ¡Feliz Navidad!

Él es mi papá, Roberto.

Un placer, señor Roberto.

El gusto es todo mío.

Mucho gusto, Señor Roberto. ¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad, Señor! – dijo entonces Carlo.

¡Feliz Navidad! Tomen asiento.

Tomaron asiento. Y entonces los ojos de Carlo pudieron pasearse un poco más a su antojo por aquella sala y por aquellos sillones, para observar cada objeto con detenimiento y lo que no había visto más que a medias. Lo primero fueron los libros, a los cuales, claro, no les vio ningún chiste. No había entre todos ellos ningún cuento. Notó entonces las violetas moradas que había aquí y allá. Luego pudo ver al fin la pared de enfrente, donde había una foto de bodas en blanco y negro. Debía ser, no hay duda, el Señor Roberto y su esposa el día de su boda, concluyó Carlo. Entonces su mirada fue hacia la izquierda, hacia el árbol de Navidad, que no tenía más que luces blancas que se prendían y apagaban junto con la música, y una estrella dorada en la punta. La más hermosa que Carlo había visto en su vida. El árbol ya no le pareció entonces tan simplón, sino mágico.

Arrobado como estaba, su vista fue hacia abajo, para encontrarse con tres hombres, uno montado sobre un elefante, otro sobre un camello y otro sobre un caballo blanco. Sobre sus manos, cada uno sostenía un regalo. A Carlo le parecieron perfumes caros, como los que se compraba mamá, pero eran algo más, algo más grande. Siguiendo la dirección a la que se dirigían, se encontró con una gallina con sus polluelos, también unos patos, blancos como cisnes. Luego, un toro, una vaca y un becerrito. Llegó entonces a la casita, que estaba hecha de papel Kraft, aserrín y musgo. Ahí adentro vio más animales: unos caballos, un burrito, un cerdito, unos borreguitos. Pasó entonces a ver a un hombre, una mujer y... finalmente, a un niño, a un bebé, que habían acostado en donde se ponía el alimento a aquellos animales. Carlo no lo podía creer. ¡Un bebé durmiendo en donde se pone el alimento a los animales! Era inhumano. Mil preguntas le cruzaron por la cabeza, pero solo sacó una.

¿Quién es ese bebé?

Los adultos, que habían estado charlando mientras tanto bastante animados, guardaron silencio, como si hubiera entrado de pronto la policía a la casa para llevarse a uno de ellos por el peor de los crímenes.

Él es un héroe. ¿Te gustan los héroes?

Aquel que había roto primero el silencio era el señor Roberto.

Sí. Me gusta Spider-Man.

Bueno, ese bebé, que nació en Navidad, es el héroe más poderoso, más valiente, quien derrotó al villano más grande de la historia, el más terrible, el más malo, el más sanguinario, el más loco, el más despiadado.

¿Cómo lo venció?

Es una larga historia. Una historia que aún no termina, en la cual continuamos aún todos nosotros. ¿Quieres conocerla?

¡Sí, sí, sí! – dijo Carlo con emoción.

Entonces, traeré tu regalo.

¿Tienes un regalo para mí?

¡Claro que sí!

Aquello no había duda, debía ser lo que Carlo tanto soñaba, tanto imaginaba, lo que tanto ansiaba. ¡Ese superhéroe fuera de serie!

¡Mamá, papá, el señor me va a dar un regalo! ¡El superhéroe!

¡Sí, hijo!

Llegó entonces el señor Roberto con el presente, que venía en una bolsa de regalo, donde estaba estampado aquel superhéroe, en su cama: un humilde pesebre.

¡Mira, es el superhéroe!

¡Así es, campeón!

¿Por qué no lo abres ahora? – propuso mamá.

Sí, yo tengo curiosidad de saber qué es – repuso la señora Estrada, quien para entonces ya cargaba a la pequeña Tania, que comía una galleta en forma de regalo.

Sí, que lo abra – secundó también el señor Estrada.

Carlo entonces abrió el regalo. Y del interior de la bolsa sacó un libro, el libro más hermoso que había visto, de colores brillantes e ilustraciones impactantes. Y que sus padres desde entonces le comenzaron a leer todos los días. Pero lo mejor… fue que aquel superhéroe, nacido en una Navidad y sin encanto alguno, se convirtió en su mejor amigo y en el mejor regalo que ha recibido en una Navidad, en la Navidad más especial.

¡Feliz Navidad!

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