La iglesia en sus orígenes tiene una riqueza espiritual invaluable respecto al compromiso social cristiano. Desde sus fundamentos bíblicos e históricos contamos con una respetable experiencia de numerosos testimonios emblemáticos de caridad cristiana.
Hemos librado batallas sociales inimaginables donde el espíritu de Dios ha sido la inspiración de notables movimientos y proyectos de grandes beneficios a la humanidad, y aún esos cimientos siguen sosteniendo e inspirando a las nuevas generaciones comprometidas con la construcción del Reino de Dios en la tierra. La iglesia por lo tanto, no deja de velar por la justicia social, en ella ve un signo indeleble de la fraternidad cristiana, no podemos ser cristianos y dejarnos sucumbir por la corrupción social, somos hijos de la luz no de las tinieblas. Todo aquel que revisa nuestra historia desde sus orígenes hasta la fecha podrá comprobar esta convicción social, aún con nuestros claros-oscuros, la iglesia en sus fundamentos, en su doctrina, en sus santos y en sus obras de caridad, dan testimonio de esta opción preferencial por los más vulnerables de la tierra.
Siendo autocríticos, comprendemos que quizá la estructura institucionalidad con sus vicios de clericalismo y poder terrenal, ha enmohecido el dinamismo esencial de la doctrina social cristiana, pero no por ello deja de existir ni mucho menos de ser una fuente de inspiración para el pueblo de Dios. Ahora las circunstancias en las cuales nos encontramos nos exigen la urgencia de rehabilitar nuevamente con mayor difusión nuestra doctrina social cristiana. Estamos conscientes de la necesidad de proveer en nuestra Diócesis la formación permanente de esta valiosa herramienta evangélica ante los tiempos turbulentos, debemos avivar este llamado cristiano de velar y promover los valores sociales para contribuir a la reconstrucción de nuestro tejido social. No es sólo tarea del estado, sino de todas las iglesias el deber ético social, de sumar esfuerzos concretos de colaboración y acción social a favor del bien común de nuestra nación.
Estamos convencidos como ha sucedido en otros momentos de nuestra historia, que la intervención de lo mejor de nosotros puede hacer la diferencia, creemos firmemente en nuestras posibilidades de incidencia social que podemos impulsar, por lo tanto, haremos lo que esté en nuestras manos para reiniciar procesos de formación desde la base para hacer de la doctrina social cristiana un referente de acción social respecto a la emergencia nacional que vivimos. No dudamos encontrar en la sabiduría de tantos siglos la respuesta a acciones concretas para ir dando solución al cataclismo al que nos enfrentamos, no estamos solos, Dios esta de nuestra parte y suscitará las condiciones necesarias para la restauración y liberación de nuestro pueblo mexicano de tantas calamidades sociales que nos han ido acechando como plagas destructoras durante largo tiempo.
Para ello pedimos su disposición como cristianos de pasar de ser pasivos espectadores de la tragedia a agentes decididos a colaborar desde nuestras propias trincheras. Debemos dejar de vernos fragmentados en ideologías de partidos y hacer puentes de conciliación. La iglesia busca la paz y la justicia, no tenemos que perder de vista estos valores sociales, sino más bien, arraigarnos a ellos para unir convicciones para el bien de nuestro país. Como bien lo señalo la exhortación del arzobispado de Monterrey en 1987 en su cap. VII “No identificar ningún programa, proyecto o partido político con la fe cristiana, ni con la iglesia, ni siquiera en los casos en que se afirma que están inspirados por la doctrina social de la Iglesia. Tampoco debemos crear falsas oposiciones entre la fe cristiana y los partidos políticos que actualmente actúan en nuestra patria” Dejemos de ser oposición reacia, y seamos oposición consiente y propositiva para sumar esfuerzos. Los retos de nuestro país están más allá de cualquier ideologización partidista, es un tiempo de diálogo maduro, que nos exige crecer a todos a pesar de nuestras diferencias; dividirnos y enemistarnos no favorece a ninguna de las partes, encontrar acuerdos para vernos hermanados como nación es abrir paso a la reconciliación nacional.