/ sábado 19 de mayo de 2018

Benditos frutos

Era un día siete…

En la escuela primaria habían anticipado el festival de las madres y fue entonces cuando Manolo, el más pequeño de los hermanos, recitó su hermosa poesía.

Allá, cerca de Sumiya

se congregaban poetas

con un arma muy valiosa

que usaban en sus libretas

por las tardes de los jueves.


Con un cielo bien lluvioso

escapando de las gotas

una de éllas, llegó tarde

y una canasta, sin flores.


Antes que todo, poemaron,

siempre reducido el tiempo

sacando fuego a sus textos

todas muy bien concentradas

y después de sus lecturas

espontáneas curiosearon.


¿Qué es eso tan colorido?

desenvueltas preguntaron,

“les he traido caimitos

que les habia prometido”

respondió la halagüeña,

orgullosa y complaciente.


Otra de las escritoras

quien ya había escuchado el nombre

de esa fruta tan violácea

derepente en su memoria

los recuerdos se asomaron:


Cuenta la historia que un día

su madre ya muy enferma

se acordaba de tu tierra,

del faisán, de las jaranas

y los sabores de infancia.


¡Ay Madre!, pensó esta autora

y ahora que tú te has ido

me entero que en esta tierra

tan amada y tan sufrida

también se encuentran los frutos

aquellos que tanto amabas,

que tus labios saboreaban,

de los cuales yo ignoraba.


Se fue entonces, la escritora

con su valiosa presea

muy pensativa en el viaje

y al llegar a su morada

al probar justo el primero,

no pudo ocultar su llanto.

En la escuela primaria habían anticipado el festival de las madres y fue entonces cuando Manolo, el más pequeño de los hermanos, recitó su hermosa poesía.

Allá, cerca de Sumiya

se congregaban poetas

con un arma muy valiosa

que usaban en sus libretas

por las tardes de los jueves.


Con un cielo bien lluvioso

escapando de las gotas

una de éllas, llegó tarde

y una canasta, sin flores.


Antes que todo, poemaron,

siempre reducido el tiempo

sacando fuego a sus textos

todas muy bien concentradas

y después de sus lecturas

espontáneas curiosearon.


¿Qué es eso tan colorido?

desenvueltas preguntaron,

“les he traido caimitos

que les habia prometido”

respondió la halagüeña,

orgullosa y complaciente.


Otra de las escritoras

quien ya había escuchado el nombre

de esa fruta tan violácea

derepente en su memoria

los recuerdos se asomaron:


Cuenta la historia que un día

su madre ya muy enferma

se acordaba de tu tierra,

del faisán, de las jaranas

y los sabores de infancia.


¡Ay Madre!, pensó esta autora

y ahora que tú te has ido

me entero que en esta tierra

tan amada y tan sufrida

también se encuentran los frutos

aquellos que tanto amabas,

que tus labios saboreaban,

de los cuales yo ignoraba.


Se fue entonces, la escritora

con su valiosa presea

muy pensativa en el viaje

y al llegar a su morada

al probar justo el primero,

no pudo ocultar su llanto.

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