Iannis Xenakis fue un compositor rumano que nos aproximó al entendimiento sobre la desolación de la guerra mediante la música. En su juventud participó con la resistencia griega durante la Segunda Guerra Mundial y después en las primeras fases de la Guerra Civil en el mismo país. En una batalla recibió una grave herida que deformó la parte izquierda de su rostro, fue condenado a muerte y logró escapar a Francia con un pasaporte falso. Entre las vivencias de aquella época de masacres el compositor recuerda especialmente la detonación de las armas, el grito de las personas y el sonido de sus pasos mientras huían. Años después recogería esas impresiones para hacer Metástasis, su primera composición musical.
Se reconoce que los efectos artísticos buscan manifestar una expresión que se encuentra en la realidad; esto es, plasmar lo que subjetivamente se siente o lo que objetivamente se presenta. Milan Kundera se refiere a la obra de Xenakis como una ruptura con la herencia musical. El compositor rumano ya no se basaba en el hombre, en su naturaleza para representar lo que sentía e invocarlo; en realidad, intentaba emular el entorno del mundo, igualar el sonido de fuera. Por eso, su primera obra es difícil de entender y aún más extraño, acaso incómodo, de escuchar: no se basaba en el interior, sino en el exterior. Reconocía la miseria del mundo.
Byung-Chul Han cuenta una situación similar: durante un festival de música experimental un grupo de death metal estaba seriamente preocupado cómo terminaría su repertorio. Iniciar con ritmos desgarradores y desenvolverse estruendosamente sólo puede significar un final todavía más intenso. Sin embargo, y para alivio del grupo, poco antes de terminar el concierto los altavoces ardieron por la sobrecarga. El exceso sólo puede terminar en catástrofe.
Si tuviéramos que extrapolar una canción para ejemplificar nuestro presente tendríamos que elegir más allá de las tendencias musicales. Nuestro entorno se basa en lo digital. Estamos tan informados por los medios de comunicación y las redes sociales que en realidad podríamos decir que estamos sobreinformados. Apenas reconocemos el contenido real del falso. De hecho, podemos saber que una situación está ocurriendo y simultáneamente desconocer en qué consiste. Lo que sabemos muchas veces está fuera de contexto.
Así, el primer sencillo de Crystal Castles, un grupo canadiense de música electrónica y experimental, parece reflejar una medida de la realidad. Alice practice es una canción que puede parecer estar creada con una diversidad de ruidos repetitivos y desligados, pero en realidad estos sonidos tienen coherencia sólo cuando se conciben como una representación del desorden: un caos que mientras avanza evoluciona. Paralelamente, la letra de la canción no tiene un mensaje claro si se intenta entenderla linealmente; de hecho, acorde al ritmo se interceptan oraciones sin relación, frases lo suficientemente violentas para arremeter contra la congruencia: representan confusión.
Somos el espectador que no termina de entender la obra, pero no deja de verla. Sabemos que está pasando algo, pero no sabemos qué es. No estamos convencidos cómo inició, pero intuimos un final catastrófico. El signo de nuestros tiempos hace que la verdad descubra al creyente como incrédulo y la mentira torna al escéptico un paranoico.
Los castillos de cristal comienzan donde termina el razonamiento que permite entender lo cotidiano. Es una suerte de esfuerzo para ir más allá de las meras apariencias. Su significado suele ser fatalidad: a veces sólo están hechos para derrumbarse.