Cuando Diego de Landa vino a la Nueva España en 1573 como obispo de Yucatán trajo a un grupo de franciscanos españoles y entre ellos venía Antonio de Ciudad Real como corista. En 1584 llegó a México el comisario general Alonso Ponce de León, visitador de las provincias franciscanas. Durante los cinco años que aquí estuvo, su secretario fue Ciudad Real y juntos viajaron desde Nayarit hasta Nicaragua. En su meticuloso libro de los viajes que hicieron, hace esta crónica (en tercera persona):
“Llegó temprano al pueblo y convento de Cuernavaca, donde los indios le recibieron con mucha solemnidad y se holgaron en extremo con su llegada. Hay muchas milpas y heredades de cañas dulces de que se hace mucha azúcar, especialmente en un ingenio que allí tiene el marqués del Valle, [descendiente de Hernán Cortés] cuyo es aquel pueblo y otros muchos de la Nueva España, el cual es muy grande y principal, que renta al marqués gran suma de dinero; hay así mismo en aquella comarca algunos ríos en que se pescan muchas y muy buenas truchas y muy grandes bagres.”
“Llegó al pueblo y convento de Jiutepec, donde se le hizo muy gran recibimiento como en los demás. La advocación de aquel convento es de Santiago; estuvo acabado, hecho todo de bóveda, que no le faltaba más que la iglesia, y con un temblor grande de la tierra se cayó la mayor parte de él, lo demás quedó abierto como una granada; tiene una buena huerta y agua con que se riega, y danse en ella todas las frutas que en la de Cuernavaca, y más una llamada piña de la tierra que tiene la forma de las piñas de los pinos; son de aquel tipo, pero no tienen piñones sino mucha carne amarilla muy sabrosa y dulce, con una punta de agro y un olor muy precioso.”
“No muy lejos de aquel pueblo, en aquel valle de Cuernavaca, hay otro bueno y grande llamado Tlalquiltenango, de los mismos indios y arzobispado, en el cual está edificado un conventico.”
“Salió de Jiutepec como a las dos y media, y pasados allí junto a unos arroyuelos de muy buena agua, y una fuente muy linda y vistosa de agua maravillosa, y poco después un trecho de malpaís, por entre unas ciénegas y pantanos y subida y bajada una mala cuesta [el Cañón de Lobos], y andadas finalmente unas tres leguas, llegó antes de que el sol se pusiese a un pueblo bueno de indios mexicanos llamado Yautepec, donde hay un convento de Santo Domingo; pasó de largo, y pasado por una puente de piedra un río que corre por junto a las mismas casas, y andada una legua de buen camino y llano, llegó al anochecer a otro bonito pueblo y muy fresco, llamado Amatitlán, por el cual corren muchos arroyos que sacan del río sobre dicho, con que los indios riegan sus maizales y platanales. Hacía buena luna y buen tiempo, y el camino era a propósito, y así pasó el padre comisario adelante, y andada otra legua, en que se pasa por el vado el río y algunos arroyuelos, llegó a las ocho de la noche al pueblo de Oaxtepec.”
“Posó en el convento de Santo Domingo, el cual está acabado, hecho de bóveda de buen edificio, donde descansó aquella noche, aunque no toda, y se le hizo mucha caridad y regalo; en aquel pueblo hay un afamado hospital en que se curan españoles de toda suerte, porque, aunque es tierra muy cálida, alcanza muy buenas aguas y aires muy saludables.”
“Llegó temprano al pueblo y convento de Cuernavaca, donde los indios le recibieron con mucha solemnidad y se holgaron en extremo con su llegada. Hay muchas milpas y heredades de cañas dulces de que se hace mucha azúcar, especialmente en un ingenio que allí tiene el marqués del Valle”.
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