La clausura o fin de algo es sólo de ocasión, de oportunidad, porque lo clausurado es circunstancial en el sentido de que se atiene a la forma, a lo temporal. Es decir, la esencia de un evento, su razón de ser y trascender, es inclausurable y no tiene fin. Nuestro evento, el Congreso Internacional Virtual de Derecho Penal (del 3 al 14 de agosto del 2020), no tuvo fin porque perdurará, subsistirá, no únicamente en la memoria de los participantes y del auditorio -profesores y alumnos-, con un aforo virtual de más de veinte mil personas, sino en la historia y espíritu de la academia. En otros términos, hemos dejado una huella, una impronta, que ya es historia consagrada y relevante donde el personaje central ha sido, es y será la educación.
En efecto, nuestro Congreso ha demostrado en esta hora difícil, complicada y limitativa, que la pandemia no es obstáculo para que la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, y su Facultad de Derecho, difundan cultura con el entusiasmo compartido y común de todos. Y algo más, revelador y de suyo elocuente. Nuestro auditorio, especializado o no en el Derecho, ha recibido con palpable e inusitado júbilo y esperanza las aportaciones jurídicas y humanísticas que confirman el célebre pensamiento de Justo Sierra: México tiene sed de educación (pues el hambre y la sed de justicia no se alcanzan sin educación). Esto significa que estamos plenamente conscientes, al margen de la repercusión y resonancia internacional del Congreso, de que nada detiene la difusión cultural de la Universidad. Sed aquélla que distingue y enaltece lo mejor del hombre y resalta y destaca la razón de que la educación, y en concreto la universitaria pública, debe ser un derecho humano fundamental que proyecte la vida y libertad de los individuos hacia zonas superiores del espíritu.
Por ello en la clausura de que se trató, que en rigor no fue clausura, inauguramos el compromiso de no cejar en nuestro empeño, iluminados e inspirados por una potencia volitiva que en la Universidad hemos adquirido, de ser, como el titán Prometeo, transmisores del fuego que enciende e ilumina las ciudades en que habitamos, vivimos y convivimos, con la celeste luz que brilla y resplandece abriendo nuevas rutas en el camino por el que andamos. Es la luz de la cultura y de la educación. Quiero compartir ahora las siguientes y eternas palabras del Popol Vuh, joya de la literatura maya:
Ojalá que aquí veamos, al fin,
la salida del sol.
¿Acaso no merecemos este bien?
Si es así, nada nos debe separar ahora
frente al anuncio de la claridad.
La alegría se alza en el horizonte.
En la soledad de las tinieblas que nos cercan,
veremos los cielos abiertos y fortalecidos.
Profesor Emérito de la UNAM
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