Coeficiente de factibilidad de sustentabilidad

Dr. Óscar Dorado

  · jueves 11 de junio de 2020

Hoy en día, diversos autores defienden la hipótesis de que muy probablemente solo conocemos científicamente alrededor del 18% de los 10 millones de especies calculadas (de manera conservadora) que existen en el planeta. Aún más, a pesar de que pudiera parecer exagerado, algunos colegas investigadores consideran que quizás hay hasta 30, o incluso 100 millones de especies posibles que pudieran habitar en la tierra.

En México, por ejemplo, se han estructurado programas muy ambiciosos de conservación de la biodiversidad, principalmente a través del conocimiento y manejo de áreas naturales protegidas (ANP´s). Todo esto como consecuencia de la propia riqueza biológica anteriormente comentada. Sin embargo, este crisol de formas no se toma frecuentemente en cuenta en el diseño de programas y en la toma de decisiones en aspectos relacionados con los recursos naturales de México. Es decir, de pronto, toda esa megadiversidad tan alabada que presenta México queda olvidada y se homogeniza de manera general la política de manejo de ANP´s.

¿Pero cuál es el conflicto que pudiera originar esta errónea simplificación? Para tratar de responder a esta pregunta es útil hacer una comparación entre dos tipos de ecosistemas extremos: los del trópico húmedo y los del trópico seco de México. Entre la Selva Alta Perennifolia (SAP) (o selva tropical húmeda) común en Chiapas, Tabasco, Veracruz y parte de Oaxaca) y la Selva Baja Caducifolia (SBC), por ejemplo de Morelos, Guerrero, Puebla). Entre estos dos tipos de vegetación existen grandes diferencias. Por un lado, la SBC presenta una estacionalidad bien marcada, con dos épocas: la húmeda (de junio a octubre) y la seca (octubre a mayo); además de esto, en la SBC los árboles no sobrepasan los 12-14 m de alto. En contraste, la SAP no presenta una marcada estacionalidad, siendo esta siempre verde, y la altura de los árboles es mucho mayor (40-60 m).

En este contexto, es un hecho que la biomasa (follaje, troncos, tejidos animales) producida en la SBC es varias veces menor (quizás seis a ocho) que la de la SAP; todo esto aunado a la gran riqueza de especies presentes en la última. Por lo tanto, uno esperaría que los recursos naturales disponibles relacionados con las especies presentes en la SAP son mucho más extensos y con un mayor potencial de uso para el ser humano. En contraste, los recursos disponibles en la SBC son relativamente limitados y sería conveniente considerar que estas condiciones particulares deberían influir en las decisiones diferenciales acerca de su manejo. En este sentido, un individuo (Homo sapiens) en teoría tendría mucha mayor biomasa per capita disponible en la SAP que en la SBC. Un dato que es importante mencionar es que, a pesar de esta tendencia, el nivel de endemismo para México (especies animales y vegetales restringidas a un lugar determinado) es mucho mayor en la SBC (alrededor de 40%, y sólo 5% para la SAP) y por lo tanto la relevancia de la SBC para México como reservorio genético es de fundamental relevancia.

Por todo lo anterior una pregunta válida sería, ¿Las políticas públicas, académicas o privadas de conservación, deberían tomar en cuenta esta marcada diferencia entre ambos tipos de vegetación? Sin embargo, no, no es así; los presupuestos otorgados para ambas realidades básicamente son los mismos, o al menos no son factores a considerar en las decisiones programáticas. Por lo tanto, el controvertido traído y llevado término de “Desarrollo Sustentable” (DS) no necesariamente es igualmente factible, ya que deberíamos tener un cierto criterio para delimitar –valga la expresión- un Coeficiente de Factibilidad de Sustentabilidad (CFS). Es decir, no todos los tipos de vegetación pueden ser igualmente sustentables; por lo tanto, tipos de vegetación como la SBC deberían tener una inyección de recursos adicionales para garantizar su conservación. Mientras no se cambie esa falsa idea de que el DS (en su sentido tradicional) va a resolver la perpetuidad de la biodiversidad en todo tipo de vegetación, entonces se estará solamente hablando con base en un alfabeto de discurso político, y por lo tanto sin sustento alguno. El CFS debería delimitarse para todos los tipos de vegetación, basado en diversos parámetros, tales como: i) diversidad biológica, ii) endemismo, iii) rareza del tipo de vegetación, iv) productividad de biomasa, v) nivel socioeconómico de la población humana, vi) conocimiento biológico disponible, y vii) eficacia de los programas locales de conservación disponibles, entre otros. El CFS -en este contexto- se convertiría en una herramienta científica, justa, realista y pragmática para la adecuada programación de acciones y presupuestos asignados a cada tipo de vegetación de México y a cada región particular bajo interés.

¡No a la discriminación biológica y de tipos de vegetación!


odorado@uaem.mx

TEMAS