En el poblado de Cohuecan, en Puebla, año con año, en el mes de agosto, celebran la fiesta en honor a su santo patrono, San Bartolo, a quien con banda, flores, cohetes, rezos y comida agradecen los favores recibidos a lo largo del año. Sin embargo, no es el único que vela por la comunidad, pues “el Diablito” también lo hace.
En los límites del oriente de Morelos y el oeste poblano se localiza el poblado de Cohuecan o “San Bartolo”, como comúnmente le conocen en la región. Se trata de una comunidad de tradición nahua que mantiene una extraordinaria organización comunitaria basada en el reconocimiento de su gente, con quien forjan relaciones de respeto, reciprocidad y con quienes comparten los principios y valores propios de su cultura.
Se trata de una comunidad de tradición nahua que mantiene una extraordinaria organización comunitaria basada en el reconocimiento de su gente, con quien forjan relaciones de respeto, reciprocidad y con quienes comparten los principios y valores propios de su cultura.
San Bartolo es conocido por su producción alfarera, pues un gran número de las familias se dedican a la producción de cazuelas, jarros, ollas y otras figuras de barro. Algunas de éstas son comercializadas en las ferias regionales como la de Tepalcingo y la de Totolapan, en Morelos, y en algunos destinos turísticos del estado de Morelos y Puebla.
Sin embargo, en el oriente de Morelos, San Bartolo no sólo es famosos por su producción alfarera, también lo es por su feria anual dedicada a su santo patrón San Bartolo. Durante los días de celebración, en el mes de agosto, es común observar que los locales y foráneos llegan en familia y en peregrinaciones, con danzas, con ofrendas florales, con mariachis, con atole y tamales para compartir, únicamente con el fin de mostrar su agradecimiento por algún favor recibido.
En el pueblo se sabe que las muestras de agradecimiento por los favores recibidos no solo son para San Bartolo, pues “el Diablito” también es milagroso. San Bartolo es uno de los doce apóstoles de Jesús y en Cohuecan está representado por una imagen de bulto, con un semblante sonriente, en cuya mano derecha sostiene un libro y en la izquierda una daga. También se caracteriza porque en uno de sus costados se encuentra la figura de un diablito o una diablita, que San Bartolo resguarda encadenado.
De acuerdo con la narrativa de la señora Manuela, a la feria asisten ganaderos, comerciantes, campesinos, migrantes, narcos, así como “coyotes”, que son los encargados de “ayudar a los migrantes a cruzar la frontera”, por lo que es frecuente que se aproximen a la imagen de San Bartolo y “al Diablito” para dejarle alguna ofrenda.
Otros traen listones y se los amarran al Diablito, pero con esos listones ya limpiaron lo que quieren o con eso le vienen a dar las gracias de lo que ya les dio. (Entrevista con la señora Manuela, realizada en junio 2019).
También, entre las ofrendas, es común encontrar pan elaborado en la misma comunidad, pues tanto a San Bartolo como a las diversas imágenes peregrinas se les recibe con collares de flores y de panes. Aunque algunos de estos son ofrendados con un propósito en particular.
Muchos compran sus paquetes de pan y llevan que se los limpien y esos son los ganaderos, pero luego se ve a los señores que se llevan sus paquetes de pan. Los de Tenango y Tepexco vienen a caballo y le decía a mi papá, que lo secaban, lo molían y lo guardaban. Entonces, cuando quieren que sus animales engorden o se curen les da pan molido con el alimento y sus animales se ponen bien bonitos (Entrevista con don Bartolo, realizada en agosto 2019).
Doña Manuela, oriunda de Cohuecan, recuerda que cuando su papá desempeñó el cargo de mayordomo de la imagen, en una ocasión llegó un señor de fuera con la intención de dejar una limosna “grande” para el santo que le había hecho el milagro:
“ […] mi papá le preguntó que de dónde era y así, ya le dijo que era de Cuautla y que era coyote y que le había pedido a San Bartolo, que de ese trabajo iba a salir de pobre y ayúdame, échame la mano, yo quiero que pasen, yo te voy a dar algo, te voy a agradecer. Entonces le vino a pedir y ya luego a agradecer. Entonces le contó a mi papá: 'mira amigo y cuando los pasé, todo se oscureció, los pasé fácil'. Entonces por eso vino para darles las gracias y para llevarse a San Bartolito pal otro lado. Al otro año ahí está el señor, yo me lo llevo y haya le hago su fiesta en grande, yo le pido algo y me ayuda, es bien milagroso (Entrevista con la señora Manuela, realizada en junio 2019)."
De manera que, tanto los oriundos de Cohuecan, como de los pueblos circunvecinos confían en San Bartolo y en su “Diablito”, por lo que le piden por sus cosechas, por las lluvias, por su salud, por los negocios y por los animales. Esta devoción por ambas imágenes no es reciente, pues en la iglesia del pueblo cuentan con un retablo que se refiere a los años de la Revolución Mexicana y al papel que jugaron estas dos imágenes en la protección del pueblo.
“[…] el pueblo se llama Cohuecan pero lo conocemos por el nombre del santo, San Bartolo. Cohuecan, quiere decir “lugar peligroso y sin salida”, porque antes de la Revolución el pueblito no tenía salida, por la parte norte le llamaban la tranca, porque cerraban la entrada con una tranca de madera y a cierta hora la cerraban, entonces la gente del pueblo ya estaba segura. Por el lado de San Marcos, nada más quitaban las vigas del puente y ya no se podía pasar. Ahora, lo mismo por Popotlán, tiraban las vigas y ya nadie podía entrar al pueblo.
En la Revolución, le contaba mi abuelito a mi papá, que las mujeres se iban a las barrancas y se escondían en las cuevas porque sabían dónde estaban. Entonces mientras las mujeres se escondían los hombres quitaban las vigas. Pero si llegaban a entrar al pueblo, aquí se morían porque aquí había muchos revolucionarios, mucha gente, muchos calzonudos, como les decía mi papá, pero no eran reales, solo era el santo o el diablo que cuidaban el pueblo, porque le hacían ver a los de fuera que el pueblo estaba lleno de hombres armados. Entonces en el retablo está a un lado San Bartolo porque si cuidaba el pueblo. Entonces San Bartolo si es de cuidado, o de devoción porque si cumple.
A través de la historia oral, se ha mantenido en la memoria de los habitantes de Cohuecan que, durante la Revolución, tanto San Bartolo como el “Diablito” los cuidaron, pues también narran que en aquellos años y ante la desesperación de que les invadieran, se encomendaron a ambos y al “Diablito” lo soltaron de la cadena con la que San Bartolo lo resguarda. Es por ello que, incluso en la actualidad, cuando se enfrentan a alguna dificultad, la gente del pueblo no duda en volver a soltar al “Diablito”, pues saben que está ahí para unir fuerzas con San Bartolo y cuidarles.
Otra de las experiencias narradas corresponde a la época en la que se construyó la autopista que conecta al estado de Morelos con la capital poblana. Por esos años el ingeniero responsable de la obra se acercó al poblado de Cohuecan, pues este se encuentra a un costado de la autopista Siglo XXI y fue en busca del hombre que se le apareció para darle un mensaje:
Ahora que hicieron la autopista, mi papá todavía vivía y él nos contó que trajo un ingeniero porque le dijo: “vengo a ver a una persona, un árabe, aquí vive un árabe, barbón y me dijo que venga yo. Yo nada más lo vi en la barranca, sólo allá en la barranca lo vi”. Entonces mi papá se puso a pensar y le dijo “yo te llevo” y lo trajo a la iglesia y el ingeniero le dijo que sí, que sí era ese.
Entonces dice el ingeniero que le dijo ese señor barbón: “mucho cuidado, cuidado con que agarres gente de aquí, agarra gente de donde quieras, pero menos de aquí”; porque ve que se cuentan historias de que agarran personas para los puentes, para que los sostengan y no se caigan. Entonces así le dijo el ingeniero a mi papá, que se le apareció ese señor en la barranca, que era un barbón, ojos azules y llevaba huaraches.
Los habitantes de Cohuecan reconocen y agradecen la labor de sus dos protectores, pues saben que ellos velan constantemente por su pueblo. De manera que, los oriundos del pueblo e incluso los de localidades vecinas, buscan agradar a las imágenes por medio de presentes a lo largo del año, pero de manera particular durante la feria.
La antropóloga Alicia Barabas (2006: 139-140), aborda este fenómeno a partir de “la ética del don”, la cual entiende como “un conjunto de concepciones, valores y estipulaciones que regulan las relaciones de reciprocidad entre personas, familiares, vecinos, comunidades y también entre los humanos y lo sagrado”. De manera que este principio se sustenta en la reciprocidad equilibrada, en el respeto, el honor, el no agravio y el servicio a los demás.
Esto permite comprender que “la familia”, como ellos le llaman, no sólo está integrada por los abuelos, los padres, los hijos, los hermanos, los compadres y los amigos, sino que, dentro de esta concepción también se encuentran los santos. Es decir, tanto San Bartolo como “el Diablito” forman parte de esa red social de apoyo con la que cuentan para enfrentar las situaciones adversas.
Sin embargo, al reconocer tanto a San Bartolo como “al Diablito” como parte de “la familia”, se adquieren derechos y obligaciones recíprocas entre la comunidad y la deidad. En este caso, los habitantes de Cohuecan, adquieren el compromiso de cuidar de las imágenes, de hacerles su fiesta, de llevarles presentes materializados en flores, música, cohetes e incluso con las visitas a través de las peregrinaciones, así como por las ofrendas económicas y desde luego a través del cumplimiento del cargo de la mayordomía. Mientras que, los santos tienen el deber de velar por su gente y su territorio. Pues la gente también espera que les ayude con las lluvias, con las buenas cosechas, con la salud y desde luego con las ganancias en sus comercios.
El señor Bartolo, productor de bases de barro para fuentes y lámparas, tiene un comprador de fuera que constantemente lo visita para adquirir mercancía, pero en una ocasión llegó al poblado buscando flores:
Este señor llega con su carro grande, de carga y en una ocasión vino y me dijo “oye se me apareció el santo y me dijo “quiero que me lleves flores”, y me dijo “vas a San Bartolo y yo quiero que me lleves flores”. Entonces llegó al pueblo y que me platicó y entonces como aquí no venden arreglos grandes, tuvo que ir a Amayuca para comprarlas. “Y él me pidió flores”, eso fue lo que nos dijo y ya le llevó sus flores. Y es que a él le ha de ir bien porque aquí compra lo que producimos y lo lleva a revender.
De manera que saben que “el santo es milagroso y que sí cumple, si uno le pide con devoción y respeto". Finalmente es importante resaltar que estas dos imágenes, San Bartolo y “el Diablito” no sólo son considerados como los protectores y abogados locales, también son el centro de convergencia de las relaciones sociales, pues unen a un grupo de comunidades y además son un elemento clave para configuración de la identidad (Giménez, 1978), dentro del mismo poblado de Cohuecan.
Bibliografía
- Barabas Alicia M. (2006), Dones, sueños y santos. Ensayo sobre religiones en Oaxaca, CONACULTA-INAH, México.
- Giménez Gilberto (1978), Cultura Popular y Religión en Anáhuac, Centro de estudios Ecuménicos, México.