Las colecciones de objetos muebles que son efecto del saqueo de yacimientos arqueológicos rescatan una parcialidad formal del fenómeno arqueológico, que de haber sido atendido con método y técnicas que nos brinda la ciencia arqueológica, habríamos podido describir, interpretar y explicar procesos sociales pretéritos con mayor grado de complejidad. La destrucción del contexto arqueológico en busca del objeto unitario relevante, no sustituye la magnitud de una pérdida irreparable de información arqueológica.
El objeto antiguo es un fenómeno que mueve las pasiones de la humanidad quizá desde los procesos primigenios de hominización, el desarrollo privilegiado en nuestra especie de los lóbulos temporales del cerebro donde reside el proceso de la memoria, nos permiten considerar lo relevante de este proceso en el desarrollo del homo sapiens. (Rosales et al. 2018:257)
Con la memoria, se tiene acceso a la perspectiva de la comparación temporal y la diacronía, y surge así, la noción de la historia. El vínculo sígnico con el pasado, la posesión del objeto que representa momentos pasados afianza al sujeto o grupo de ellos, como los poseedores de fragmentos que los enlaza con el hecho acaecido, o incluso, con el hecho imaginado del pasado.
Para producir una colección se requiere de la identificación de una serie de objetos muebles y su posterior acopio. La existencia de la colección tiene en parte, la pretensión del ordenamiento de porciones de la realidad ante la astucia de la razón y las emociones, se ponderan recurrencias de rasgos entre los objetos colectados, se proyectan posibles patrones en futuros objetos aún no encontrados, pero, sobre todo, se logra conservar prueba material con que se evoca el pasado.
El coleccionismo como acopio de objetos que comparten algún rasgo, resulta parte de la condición humana y se trata de una de sus estrategias para escudriñar el mundo de los objetos muebles en su alcance perceptual. Para los anticuarios de los siglos XVIII y XIX, precedentes de la ciencia arqueológica moderna, resultaba necesaria la consolidación de los llamados gabinetes de antigüedades, espacios donde se ordenaban y acumulaban objetos antiguos. En estos espacios no solamente se afianzaba el prestigio del propietario de las piezas, también se demostraba, con la prueba material de los objetos colocados en vitrinas que bien cuidaban de mostrar los objetos, pero también de impedir la cercanía al tacto inmediato, piezas que eran prueba del avance en el conocimiento de ciertos temas históricos.
Los estados nacionales consolidados en el capitalismo se han arrogado la propiedad particular de los objetos arqueológicos en nombre de la nación y en ocasiones han argumentado hacerlo incluso, en nombre de la humanidad. Los estados nacionales son sin lugar a dudas, los principales coleccionistas arqueológicos. Son, además, los encargados de promover una buena parte de la ciencia moderna como labor formal, en torno a la cual, se construyen aparatos institucionales que trabajan sobre las áreas de interés propias de los grupos nacionales fundamentalmente, aunque no de manera exclusiva. Por lo que las colecciones arqueológicas se ordenan en torno a instituciones con intereses nacionales en gran medida.
En el mundo, la circunstancia del coleccionismo arqueológico varía dependiendo de sus propias legislaciones. En el caso de México, la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos considera en los artículos 27 y 28, que los monumentos arqueológicos muebles e inmuebles son propiedad inalienable e imprescriptible de la nación, y son definidos como aquellos que fueron producto de culturas anteriores a la hispánica.
El contexto arqueológico es aquel que surge de la desvinculación orgánica de una sociedad determinada con el conjunto de artefactos y elementos que se produjeron mientras se encontraba vigente. Es decir, como ejemplo, la sociedad feudal virreinal en el caso de Nueva España, al encontrarse actualmente orgánicamente desvinculada de lo que durante ese período se produjo por haber desaparecido, todo ello es ahora, de carácter arqueológico, así lo son sus conventos, capillas, puentes, acueductos, y todos sus artefactos asociados, incluyendo por enumerar algo, un cáliz aún en funciones dentro de una sacristía.
Cada estado-nacional, pese a las convenciones y tratados internacionales, muestra matices diferentes sobre lo que considera arqueológico. Todo ello debería ser irrelevante si nos ceñimos a una definición como la anteriormente planteada acerca del contexto arqueológico. Es decir, no importaría lo que los estados-nacionales consideren al respecto, en caso de que en sus naciones existan sujetos o instituciones que coleccionen objetos de sociedades orgánicamente desaparecidas, entonces lo que hacen es coleccionismo arqueológico.
La ciencia arqueológica y sus practicantes al interior de los estados nacionales, además, se encuentran íntimamente vinculados al tipo de ejercicio político de cada grupo nacional determinado. La realización de colecciones arqueológicas, ejecución de museos, proyectos científicos de exploración arqueológica de yacimientos altamente relevantes para las historias nacionales y para la humanidad toda, y la forma de resolverlos en los análisis y en la difusión de las informaciones que de ello ha derivado, ha dependido en mucho de las academias en particular, pero también del filtro político de los estados nacionales donde se efectúan estos procesos.
Que sea la nación quien se apropie de los bienes muebles arqueológicos como sucede en nuestro país, tiene un sentido positivo, pues los protege jurídicamente de la propiedad privada, porque no en todos los estados nacionales se ha logrado este avance, y se permiten las colecciones privadas de objetos arqueológicos muebles sin sanción colegiada alguna de cuerpos académicos científicos arqueológicos.
La mejor forma de enfrentar la investigación y conservación de objetos arqueológicos muebles es a través de la dilucidación y ejecución de técnicas y métodos efecto de la investigación científica que nos permita establecer los procedimientos más idóneos para asegurar la pervivencia de estos objetos. En un Estado-nación democrático plural y permanentemente crítico, con pretensión de simetría participativa, donde los grupos hegemónicos, pero también los subalternos participen en la discusión sobre la historia y la heredad arqueológica, la gestión estatal debería organizar la riqueza socialmente producida para destinarla a instituciones que diseñen estrategias para la investigación crítica de estos objetos, y, además, se coleccionen, es decir, se sometan a procesos de curaduría, se les destinen embalajes, y se almacenen para mantener la posibilidad futura de continuar con los procesos de descubrimiento en nuevos análisis, así como para su inclusión en procesos de difusión científica simétrica. Si esto se lograra, entonces el coleccionismo de piezas arqueológicas por parte de particulares sin sanción institucional, no solo de manera positiva se vuelve ilegal cuando está asociado al saqueo y al tráfico, sino también sería claramente ilegítimo, porque existirían instancias democráticas críticas e incluyentes que resolverían eso por toda la sociedad democráticamente representada.
Como se sabe, no todas las colecciones de piezas arqueológicas las realizan las instituciones preparadas por aquellos estados nacionales que cuentan con éstas instancias, existe un amplio espectro de colecciones producidas al margen de las instituciones estatales. Están los particulares que las coleccionan, algunos para el goce, prestigio y disfrute personal, para poseer estos objetos con los matices sígnicos que ya antes hemos mencionado. Pero también están aquellos que los incluyen en el mundo de las mercancías y derivan en tráfico. El tráfico de piezas arqueológicas es moneda común en todo el mundo, y es un fenómeno que va desde la venta de piezas entre particulares de pequeñas localidades, hasta las grandes tiendas de subasta de arte del mundo, incluidos además y tristemente, muchos museos tanto particulares, como universitarios en todo el planeta, con mayor incidencia en los países hegemónicos que juegan discursos contradictorios al condenar la destrucción del patrimonio, mientras compran bienes arqueológicos de países en guerra donde los objetos arqueológicos financian en parte procesos bélicos locales.
El coleccionismo arqueológico presenta una condición paradójica, porque al recuperar objetos y resguardarlos los conserva, pero al extraerlos del contexto arqueológico, éste se desarticula de manera irreversible. El contexto arqueológico depende para su existencia, de que sus componentes mantengan un orden relacional. Cada capa de tierra, cada muro o piso habitacional, cada disposición de cada artefacto, de los entierros, ofrendas, áreas de actividad, etc., y la relación entre ellos componen al contexto arqueológico. Solamente si durante el proceso de excavación es descrito como un sistema, es que se pueden construir discursos científicos sobre los procesos sociales del pasado inferidos desde la complejidad de los descubrimientos en el orden en que fueron excavados y posteriormente analizados. Las colecciones de artefactos arqueológicos que cuentan con el registro del contexto arqueológico del que fueron extraídas, permiten acercarnos con mayor precisión a la complejidad social a la que pertenecieron. En la ciencia arqueológica tenemos permanentemente presente que al excavar un yacimiento arqueológico vamos a alterar el estado en el que se encuentra tras muchos años de un proceso de transformación y degradación, pero sabemos que conserva en determinadas medidas, información relevante que es necesario que sea registrada técnicamente bajo estrategias arqueológicas para poder avanzar en inferencias sobre funcionalidades de los espacios y de los mismos objetos que se extraen de manera unitaria. Para la ciencia arqueológica el contexto del que derivan los objetos muebles es fundamental para describir, interpretar y explicar procesos sociales pretéritos asociados a los objetos muebles extraídos, y en ausencia del registro arqueológico y de las técnicas de obtención de la información adecuadas, se abaten considerablemente, e incluso en muchos casos, se cierran para siempre las posibilidades de lograrlo.
Por ello, cuando las colecciones arqueológicas que derivan de procesos de saqueo intencional o no, al carecer de técnica arqueológica de registro del contexto en que se localizaban y del que fueron extraídas, pierden una porción altamente relevante de su calidad como elemento de análisis para la ciencia arqueológica y para el conocimiento humano. Queda claro que las características implícitas de la pieza pueden arrojar una cantidad considerable de información, pero nunca suplirá la información del contexto que se perdió al ser fruto del saqueo.
Al intentar opinar sobre un fenómeno paradójico, se suele cursar la balanza e inclinarse a definirlo como un acto con pretensión de bondad o de maldad dependiendo de las circunstancias del sujeto que emite su opinión. Sin embargo, lo que resulta del saqueo, más allá de las intenciones y emociones particulares del coleccionista, es la destrucción irremediable del contexto arqueológico, del cual depende cualquier artefacto para ser comprendido hasta donde la conservación del contexto nos lo hubiera permitido.
La herencia arqueológica es una y depende del contexto. Las calidades completas de lo que guardan los yacimientos arqueológicos no se puede entender ni reducir a unas cuantas piezas completas que el saqueador arrebata del lugar y que décadas después alabamos en una sala de mueso. Tras cada pieza de museo que ha derivado del saqueo, se encuentra una magnitud inconmensurable de destrucción y pérdida total de posibilidades de acceder a procesos sociales pretéritos, es tanto como quemar una biblioteca y solo rescatar algunas páginas de un libro llamativo.
Por otro lado, además, sabemos que no es factible realizar suficientes colecciones arqueológicas que abarquen la totalidad de lo arqueológico, siempre estaremos enfrentándonos a unas cuantas muestras en cada cado determinado, pues no existe la posibilidad de abarcar la totalidad del universo arqueológico. Sin embargo, esta condición no puede apartarnos de la pretensión permanente de analizar estos materiales desde la perspectiva científica y en comunidad de comunicación para la difusión y discusión de los aprendizajes que la investigación arroja. Así que, de por sí es limitada nuestra capacidad para atender científicamente la gran magnitud de contextos arqueológicos hasta ahora acumulados, para agregar a esto, la cantidad de contextos que se pierden por efecto de los ímpetus del coleccionismo.
La colección arqueológica, de cualquier forma, para todos los casos, nunca estará completa, su existencia genera una constante ansiedad en el sujeto o grupo de coleccionistas vinculados al saqueo, mientras que para las colecciones científicas siempre es un reto atender con precisión las mismas para asegurar su conservación. En la mente del coleccionista y el saqueador siempre es factible que exista la posibilidad de buscar un objeto más, un quimérico artefacto que tienda siempre al orden superlativo en la obsesión, pensado como el más extraño, el más antiguo, el más colorido, el más pequeño, el más grande, el coleccionista ansía y permanece en incertidumbre por ajustar sus actos en una meta que se aleja al ritmo que se avanza hacia ella.
La colección sobrepasa en múltiples ocasiones a las capacidades del propio coleccionista, ya sea éste un sujeto o una institución, la colección le exige acciones sistemáticas de curaduría, de orden, mantenimiento, embalaje, almacenaje. Ante la mirada vehemente del coleccionista, las piezas se deterioran ante la incapacidad de dotar de lo suficiente a la colección para su mantenimiento y perduración. La preocupación incluye por supuesto, la manutención de la posesión, y aterra el miedo a que las autoridades se presenten, a que el vecino o el familiar denuncie. Una buena cantidad de casos de localización de piezas arqueológicas efecto de saqueo y tráfico son localizadas por denuncias de sujetos que lo que pretendían era dañar o vengarse del coleccionista por temas personales, y no por la preocupación de la conservación de las piezas que nos fueron heredadas por sociedades pretéritas.
Como muchas heredades temporales, en las vidas de los coleccionistas de piezas arqueológicas procedentes de saqueos, los objetos arqueológicos pasan de ser posesión, a convertirse en un problema, existen múltiples ejemplos de grandes coleccionistas que cercanos al final de su vida entregan a las instituciones sus colecciones porque las capacidades del sujeto están superadas por las necesidades de conservación de la colección, han existido incluso casos de suicidio y destrucción de las colecciones.
Es paradójico que un acto tan primario del humano como es la proclividad por averiguar sobre el mundo de los objetos que le rodean, de acopiar objetos para entenderlos, se transforme en obsesión y destrucción cuando de saqueo, tráfico y acopio de artefactos arqueológicos se trata. El reto para una práctica arqueológica crítica sería el de avanzar en la cobertura lo más simétricamente posible de espacios y temas arqueológicos para que en comunidad de vida el sujeto no especializado en estos temas pudiera involucrarse con su herencia arqueológica al grado de entender la importancia de los contextos arqueológicos, convertirse en vigilante de lo suyo y no en destructor de los mismos.
Bibliografía
- Rosales Reynoso, M. A.; Juárez Vázquez, C.I. y Barros Núñez, P.2018
- Evolución y genómica del cerebro humano. Neurología. Vol. 33, No. 4:254-265