Por teléfono no alcanzo a mirar cómo es mi entrevistado, sólo escucho su voz que no ha perdido su acento morelense.
Al platicar con don Margarito Vergara Tablas, actualmente de 53 años de edad aunque llegó al norte, como le llama a E.U., a los 21 años, comienzo a escuchar su peregrinar desde la pobreza en la que vivía aquí en Morelos hasta alcanzar el sueño americano.
Ahí les va esta reciente entrevista, queridos lectores, plena de valores humanos, de genuina amistad, perseverancia en el trabajo, de ganas de salir adelante y de gratitud a la vida. “Mire usted, -dice a quien esto escribe-, vivíamos en la pobreza con mi madre y mis dos hermanos desde que nuestros tres padres desaparecieron de nuestras vidas cuando éramos niños aún. Acostumbrados a lidiar con las necesidades cotidianas, entre los tres chamacos le ayudábamos a cultivar maíz de temporal y a vender fruta diversa como pitayas, bonetes, guamúchiles, ciruela criolla, limones y carambolos dependiendo lo que hubiera en ese momento, aunque hacíamos una hora caminando rapidito hasta su puesto en Tepalcingo donde la vendía. Actualmente mi madre vive en la colonia Adolfo López Mateos (ALM), le donaron una tierrita en terrenos que eran de la Hacienda de Tenextepango, una de las que don Emiliano Zapata rescató para los pobres del campo. Actualmente quedan sólo 15 familias en el Ejido de Pitzotlán del que salí, cada vez son menos porque es un lugar que sigue sin agua potable, solo agua de pozo.
Últimamente les dieron luz solar pero no les alcanza para el uso del refrigerador y ahí en ese sitio viví siete años. Me paraba a diario a las cuatro y media de la mañana para ayudar un poco en casa y agarrar camino a Tepalcingo donde estaba mi escuela la Lázaro Cárdenas. Después, cuando nos mudamos a la ALM viví otros tres años donde cursé la secundaria y un año más en el que tenía que trasladarme de Tepalcingo a Jonacatepec. Cuando terminé mis estudios me fui a Yautepec, ahí me “arrimé” con mi hermano Rafael Vargas en una vecindad donde vivía con su familia. Duré un año pero no nos alcanzaba ni para lo elemental y me cambié a Jojutla donde uno de mis amigos, Pedro Benítez, ya vivía en el norte por lo que le escribí y le pedí que me echara la mano para irme al norte yo también y así fue.
Nos apercibió a un amigo y a mí cómo debíamos de cruzarnos. Allá nos esperaría. Ya cerca de la línea de San isidro nos echamos a correr una media hora, tenía yo 21 años de edad y estaba yo fuerte porque desde chamaco además de caminar mucho, jugaba futbol cada vez que podía y como la pobreza es canija, aguantamos. Ya cerca de la Free way, que comunica de Tijuana a San Isirdro, ahí nos levantaron, a mí me tocó viajar en la cajuela pero no fue sino hasta que la abrieron y me asomé, cuando pude ver la gran diferencia de un país con otro, eran lugares que ni en mis sueños había yo imaginado.
Todo arreglado, todo impecable. Comencé limpiando casas dos o tres días a la semana, me pagaban tres dólares 25 centavos por hora y trabajaba yo seis horas al día. Con mi primer sueldo compré alimento básico para no ser una carga donde vivía y una bicicleta cuando ya pude ganar más. Estaba encantado de vivir otra vida y ver que ahí sí tenía yo porvenir. Y mire doña Lya, ya llevo poco más de 30 años aquí, en San Diego. Mi hijo tiene prácticamente esa edad y la niña 22 años. Los dos nacieron aquí y ya todos somos ciudadanos. Pero le cuento, de mi limpieza en las casas pasé a restaurantes, ganaba un poquito más pero ya trabajaba cinco días. Estuve tres meses de “dishwasher” (lavaplatos). Y a medida que le agarraba yo el cómo, fui subiendo de categoría en mis trabajos. Pronto me encargué de la “happy hour”, y mi sueldo aumentaba. De ahí durante 25 años me volví experto en las cocinas de restaurantes.
Aprendí por ejemplo cuál era la temperatura para los distintos platillos con carne, los tamaños de las porciones y lo básico en los demás platillos. Me empeñé tanto en hacer bien mi trabajo, que mis dedos me comenzaron a doler por los cambios de frío-caliente y mis ojos se iban dañando por el calor que salía directo a mi rostro cuando abría yo las puertas de hornos por lo que ganando ya 15 dólares por hora, --unos 1,800 pesos por día--, cambié de trabajo y me fui a la construcción de carreteras donde comencé a ganar 10 dólares la hora, cinco menos que en un restaurante. Así estuve tres meses pensando que iba yo para atrás en lugar de mejorar mi sueldo, pero no me di por vencido y al poco tiempo me aumentaron dos dólares más por hora, ya iba en 12, a las dos semanas me aumentaron a 14 dólares por hora, pasó un mes y me dieron la oportunidad de ir a trabajar a “la yarda” –un espacio donde guardaban su maquinaria y equipo de trabajo los de la Compañía que me tenían empleado y hacía también limpieza en general y no le saqué al trabajo. Como al poco tiempo de llegar me casé con Inocente Benítez, la hermana de mi amigo Pedro, ya tenía una familia formada, así que le entré con entusiasmo al nuevo trabajo. En eso me ofrecen trabajar haciendo limpieza en las calles, era un trabajo de gobierno en el que me ofrecían 29 dólares la hora. ¿Se imagina? –pregunta a quien esto escribe y él mismo se responde--, después de los 3 dólares con 25 centavos con los que comencé a trabajar aquí”, lo dice con un dejo de genuino orgullo, “para mí fue todo un logro”.
Cuando le pregunto si nunca tuvo problemas con la migra, me responde: “A mí nunca me pudieron deportar porque apenas crucé la frontera y me instalé con el que sería mi cuñado, califiqué para tener una carta de trabajo en los E.U. en la pizca de la fresa y la naranja y con esa carta pude arreglar mis documentos. Mi esposa también trabajaba en la cocina, no fue fácil porque ella laboraba de día, yo de noche y nos turnábamos cuidando a los hijos y a Dios gracias no tenemos problemas con ellos. Mi hijo, ya casado, se fue a vivir a Las Vegas y ya nos hizo abuelos. Yo sigo trabajando en compañías de carreteras, pero eso sí, cada año viajo a Morelos a visitar a mi madre ya de 93 años de edad y lo digo con orgullo, desde que la dejé en Morelos, nunca la he desprotegido económicamente. La vimos trabajar tanto mis hermanos y yo para sacarnos adelante, que los tres la ayudamos por lo que vive tranquila en la misma colonia ALM, ejido de Tepalcingo y debo decirle que el inmenso amor que siento por ella ha sido siempre por su ejemplo de lucha y el apoyo que nos dio de niños pero lo que más le valoro, es que a sus hijos nos dio la oportunidad de volar. Y debo decirle doña Lya, que ahora que le platique mi vida se me humedieron los ojos nomás de recordar.” Y hasta el próximo lunes.