Queridos amigos, a finales de los años setenta, la ciudad de Cuernavaca todavía era considerado como un centro de descanso para millonarios, miembros de la realeza, artistas mundialmente famosos, en fin,
Personajes de todo tipo que aquí en esta preciosa ciudad con un clima y una vegetación únicos, podían caminar tranquilos sin que nadie los reconociera o molestara.
Todavía recuerdo como en algunas muy selectas casas se acostumbraba realizar un concierto por los meses de fin de año de música de cámara, eventos cerrados para quien no perteneciera al círculo de amistades de los dueños del lugar y uno de esos personajes que llegó a Cuernavaca a vivir fue el depuesto Sha de Irán, que entre sus títulos tenía el de Rey de Reyes, ya habíamos tenido en el pasado la visita de otro Rey de Reyes, en aquella ocasión, la del Emperador de Etiopía Haile Selassie descendiente directo del rey Salomón, León y Conquistador de la Tribu de Judá y llamado también Señor de los guepardos ya que le encantaba tenerlos en su palacio cerca de él, claro bajo resguardo de sus cuidadores. Pues bien, el entonces emperador desde su país arribó en 1954 a bordo de su avión “Estrella de Etiopía” de la Transworld Airlines, acompañado de su hijo, el príncipe Sahle Selassie y de su nieta la princesa Seble Desta y demás séquito real y ministros que los acompañaron.
Venía a inaugurar un pedacito de África en la CDMX pero a la vez como quedó asentado en un documento, en realidad llegó a mostrar al mundo que la cualidad más grande en una nación, es la gratitud ya que durante la invasión italiana a su país, nuestro México fue el primero en alzar la voz en su defensa ante el Consejo de las Naciones, -el antecesor de la ONU cuya sede diplomática estaba en Suiza y con su decidido apoyo logró el respaldo de las naciones que obligaron a Italia a salir de Etiopía y como todo hombre bien nacido, Selassie no olvidó de quien fue la iniciativa de apoyar a Etiopía por lo que para que ese recuerdo perdurara en las siguientes generaciones, en Adis-Abeba, la capital de su patria, hay una gran plaza llamada México y aquí llegó a poner nombre a la línea y estación Etiopía del metro en la CDMX, en el cruce de la Av. Cuauhtémoc y Eje 4 Sur Xola-Etiopía.
El mensaje que dejó a México vale la pena reproducirlo y es el siguiente: “El espíritu de los grandes hombres forma la unidad de las naciones y sostiene el anhelo libertario de los pueblos y por ello es necesario rendirles culto y recordar sus hazañas para gloria de la humanidad”. Con estas palabras expresó su gratitud al pueblo de México, sin embargo pudo haberse regresado de inmediato una vez cumplida su misión y su apretada agenda de trabajo que llevó a cabo con nuestras más altas autoridades de entonces, pero antes de volver a su país y a sus hermosos guepardos, quiso conocer algo para él -hombre de clima desértico y de vegetación más bien compuesta por matorrales- le era desconocido y quiso visitar Cuernavaca; quería conocer que se sentía dormir y despertar en un lugar arrullado por el trino de pájaros, pericos, guacamayas y demás aves en medio del gran clima y vegetación de mi ciudad. Y bueno, cambiando de personaje, hasta aquí llegó también pero en junio de 1979, triste y enfermo, pero inmensamente rico, el depuesto sha de Irán Mohammad Reza Pahlavi gracias a la intervención de empresarios, como David Rockefeller, presidente del Chase Manhattan Bank de Nueva York y el gobierno estadounidense a través de Henry Kissinger que no querían tener problemas con Irán, así que gestionaron ante el presidente José López Portillo la aceptación de incómodo huésped real. Con él venía su esposa Farah Diba y su hijo Reza de 18 años.
El visado de entrada a México desafió a Irán que había indicado que abrir las puertas al ex monarca sería considerado por el ayatollá khomeini, líder de la Revolución Islámica, como un acto de hostilidad. Aquí en Cuernavaca era impresionante contemplar la seguridad -se dice que eran unos 80 bien entrenados guardaespaldas impecablemente vestidos-, que blindaron la mansión que le ofreció al sha un importante banquero mexicano, ubicada en una exclusiva cerrada de la Avenida Palmira con vista al exclusivo fraccionamiento Tabachines. A pesar de los pocos meses que vivió en Cuernavaca, se dio tiempo para acudir al restaurante Las Mañanitas y a una recepción que le fue ofrecida en Casa Morelos y hasta el próximo lunes.