La película Ellos viven nos presenta de protagonista a un desempleado que tras una recesión económica es obligado a vagar por todo Estados Unidos en busca de mejores condiciones. Optimista, anda a tientas de una nueva oportunidad.
Al llegar a California consigue entrar a una constructora y encuentra asilo en un descampado afuera de una iglesia, junto con otros vagabundos. Después de una redada, en la que detienen a muchos sinhogar junto con varios integrantes de la iglesia, sabe que algo anda mal. Intrigado, decide colarse al edificio abandonado y entre el desorden que dejó el asalto, en una puerta escondida, encuentra una caja llena de gafas de sol.
Al usarlos, mientras camina por las calles de la ciudad, lo ve. En anuncios que promocionan vacaciones en la playa, seguridad informática y productos de entretenimiento, está escrito algo diferente: “obedece”, “cásate y reprodúcete” y “no pienses”. El protagonista queda atónito, todavía más cuando observa el dinero y lee en el billete la frase “este es tu dios”. Entonces lo entiende; no es que viviera en una mentira y todo fuera una farsa, es incluso peor: no es capaz de reconocer la verdad, a menos que tuviera las gafas puestas. Su mundo cambió y nada volvería a ser como antes. El hechizo se rompió. El encantamiento ha terminado.
De hecho, Max Weber se refiere a algo parecido sobre el desencantamiento del mundo como acontecimiento que da paso a la modernidad. La racionalización, acompañado por el proceso de comprobación que tenían las ciencias naturales, le permitieron al hombre escapar de la duda y tener certeza sobre su entorno. El mundo que conocían, lleno de fenómenos que escapaban de su entendimiento sólo era habitable cuando se explicaba mediante el pensamiento mágico; era más fácil atribuir la lluvia a una deidad enfurecida que conocer el ciclo del agua que permite la precipitación. Así, toda la perspectiva sobre la realidad cambia porque la forma de entenderla es distinta. El conocimiento científico hizo que el mundo dejara de estar encantado.
Se podría suponer que tras el auge de los avances científicos la incertidumbre que vivía en la sociedad dejaría de existir. Pero ocurrió, irónicamente, lo contrario. Una característica notable de lo que era entendido como verdad es que lo comprobable también era observable: el conocimiento basado en nuestros sentidos no podía engañarnos. Sin embargo, la verdad como un proceso racional nos enseñó que nuestras capacidades sensoriales, incluso las apariencias obvias, también pueden ser falsas. Por eso le costó tanto a Galileo decir que la tierra no era el centro del universo y que no era el sol el que giraba alrededor de nuestro planeta, sino al contrario, por muy extraño que le pareciera a cualquiera que se volviera al cielo.
La desconfianza hacia la ciencia no sólo se debe a la complejidad de entenderla, también a los intereses de los individuos que la utilizan y a sus consecuencias impredecibles y muchas veces catastróficas. El problema empeora cuando en momentos de crisis las personas necesitan más que nunca sus avances y, simultáneamente, grandes sectores de la población permanecen con recelo.
Del mismo modo que en la película el protagonista necesita las gafas de sol para distinguir lo que es verdadero, parece que muchas personas, con miedo a equivocarse, prefieren reconocer todo como una mentira bien elaborada, especialmente en los tiempos de covid.