Seguimos en confinamiento. Lunes, martes...¡jueves otra vez!, –¡Cómo pasa el tiempo! –decimos sin pensar con una especie de nostalgia por el futuro. –Pero, ¿qué es el tiempo? –nos preguntamos en la sobremesa queriendo adentrarnos en lo más trascendental de nuestra existencia. ¿Es el tiempo, acaso, la diaria metamorfosis moldeada por las manos de un artista como lo es Renato Leduc hablándonos del tiempo que nos quede libre, o serán los relojes blandos de Dalí que se escurren sin poder detenerlos? ¿Estará basado en la tecnología que avanza estrepitosamente y al parecer sin remedio? ¿Será la indeleble huella de un performance feminista o la música ilusionada que se crea diariamente en una habitación de mi casa?
Cuando se busca a la maestra esta aparece de inmediato: Platicando con mi querida, Gabriela Videla, me entero que existe un laboratorio artístico con sede en Cuernavaca fundado en 2003 llamado DRAGÓN DE JADE, un importante centro para la difusión y la cultura a través de grupos de teatro, artes marciales, grupos de coros, danza, poesía y otras disciplinas relacionadas con la salud. A raíz de la pandemia en este atribulado 2020, el centro cultural, formado por el matrimonio Érika Aguirre y Jesús Héctor, decidió continuar con cursos en línea a través de una serie de tertulias humanistas. Se obtiene información completa en Facebook.
Con enorme curiosidad entré a la página de la maestra Lila Villarreal en la que, para mi sorpresa, habla justamente acerca del tiempo a través de las enseñanzas de Heráclito, uno de los filósofos más complejos de la historia y, como preámbulo de esta tertulia, leyó el poema de Gabriela, mismo que comparto con ustedes por su belleza, imperdible para los amantes de la poesía y las grandes reflexiones.
https://www.youtube.com/watch?v=zakAudmzZsg&feature=youtu.be&fbclid=IwAR15ciHHY6CRrVWXpLy-sKEN3yQTYcGw9IMFQb47VuXDoWs3Ngunw2PdS7g
I.
Tiempo.
Soy del tiempo. Viajo en el tiempo.
A él lo invento y él me inventa.
Lo retengo.
Nace cuando abro los ojos. Se detiene cuando duermo y lo engullo en el sueño.
El tiempo me traga
como Cronos a sus hijos
para seguir siendo rey
en la constelación de los dioses: teme que lo llene
de historia,
de adversidades,
de sueños imposibles,
le imponga mis leyes
y lo llene de mis caprichos.
El tiempo y yo
estamos confrontados: él transcurre sin sentido y pasa sobre mis anhelos.
¡Lo quiero retener!
Lo quiero prisionero
en esta casa corporal;
y hacer que en el tiempo quepan la aventura,
el pensamiento,
la nostalgia,
la caricia
y la carcajada.
Lo divido en horas y en instante;
en espacios
y en distancias.
Mientras lo mido
para llenar todos los huecos de ajetreo incansable
el tiempo se ha ido... Después... todo es vacío.
Nada me contiene: ¿estaré muerta?
II.
Sólo puedo salvarme de la nada si entiendo esa otra dimensión: la eternidad.
Ella también es tiempo: –todos los tiempos; antes de la prehistoria– y más allá de la historia.
Ese tiempo
que es dueño de todas las existencias y todos los paisajes:
los que yo conocí
y los que vieron los primeros habitantes de la tierra.
En el paso de las horas y los siglos, asiste al desgaste de las piedras
y las vuelve sombras.
Cubre paisajes desolados, contando la historia de otras razas, de otras pisadas,
que se pierden y se vuelven eco de tambores y lamentos
en la alborada de la humanidad.
El tiempo dejó mudos testigos erguidos sobre el horizonte: pirámides, estatuas, estelas, de las primeras tribus.
Rostros esculpidos
de dioses sempiternos que exigían sacrificios para volverse inmortales.
En todas las ciudades,
las esferas o las agujas de los templos resisten con su plegaria
las miserias humanas
... y el paso del tiempo.
Los árboles centenarios hunden profundas sus raíces en la tierra inquieta,
mientras elevan al cielo follajes rojos, verdes y negros, con los frutos de la vida.
III.
Le pregunto a mis ancestros
¿de dónde saqué estas ansias desatadas de quererlo todo
y de lanzarme cada día
a recorrer muchos caminos?
Escucho los llamados vibrantes de todas las sirenas: el reclamo del amor,
el grito de la pasión por un mundo nuevo,
el cosquilleo de los versos escondidos en la piel,
la apelación del anacoreta a la penitencia,
el ruego del samaritano para que cure heridas,
el llamamiento del sabio a que me despoje de lo superfluo, el clamor de los hijos para estar con ellos.
Y todo eso...
No cabe en el tiempo...
Pido a los sabios
y rezo a los dioses
que me señalen un solo destino
en el valle de la esperanza;
que me ayuden a empezar otra vida, más dulce, más florida;
que tallen para mí un rostro nuevo, que pueda mirar lejos
con el alma anclada a los que quiero, y unas manos pacientes y hacedoras del tejido de las cosas y del tiempo.
IV.
Si no lo impiden los dioses,
estoy cierta que elegiré
empezar todo de nuevo:
empezar otra vez el tiempo de mi historia, buscar un molde diferente para mi cuerpo, hacerme un corazón que sea adicto a la alegría y unas claves nuevas
para comprender el universo.
No existen los tiempos plurales ni las miradas comunes.
No hay dos tiempos iguales:
El tiempo se mide... se busca... se vive... desde cada quien...
Está sujeto a pensamientos diversos: acoge, usa, planea, goza, pierde, maldice o se hace parte de ese tiempo
que, cuando lo pensamos... ya pasó...
y no alcanzó a ser nuestro.
Las sociedad entera evalúa lo que produce por horas, días, meses...
mientras seguimos siendo infelices sin encontrarnos a nosotros mismos en el retazo de tiempo
que nos regaló el creador.
¿Por qué lo hizo?
¿Para mofarse...
de nuestra incompetencia?
¿de nuestros inútiles propósitos? ¿de nuestras ambiciones absurdas? ¿de nuestras promesas estériles?
Busco mi tiempo
más allá de las horas y los días consumiéndose en su propio fuego. Necesito que se haga uno conmigo.
V.
¿Será verdad o piadosa mentira
que las tragedias se borran con el tiempo?
¡No queremos el olvido!... gritan los pueblos.
Guardan con temor en la memoria
las furias desatadas
de la tierra y el cielo.
Se acuerdan de la conquista con sangre y fuego de la raza primera.
Y aún le duele
la esperanza ametrallada en medio de la plaza:
la que tiñó de rojo
el cielo de la tarde
y la memoria.
Las tragedias
se graban en la piel de la historia con filoso cuchillo:
esa cicatriz no se borra.
El viento del recuerdo
acumula sobre ella arenas suaves que juegan con el velo del tiempo.
¡Yo sí quiero olvido!
Pido que pasen los siglos,
que mude el paisaje de mi sino
y pueda abrazar de nuevo
al hijo que se llevó el tiempo,
el que está fundido con la eternidad que aún no entiendo.
EPÍLOGO
Quisiera medir los círculos del tiempo: jalar el hilo original
y el último minuto acontecido.
El primer tejido de esta hebra tensa
está perdido en los circulares procesos del ser donde el principio puede ser el final
y el último tramo de la existencia,
el inicio de un nuevo ciclo
(quizá infinito)
camino a la perfección;
o sólo un fatídico instante
que arroja a la ignominia.
Mido el tiempo en generaciones
y me acerco a ser parte de una era, que es mi espejo.
Todos en loca carrera,
tratamos de abarcar más allá
del límite del horizonte
para que se multiplique
la riqueza, el éxito, el descubrimiento.
Me asombra, me enoja,
esa cualidad efímera del tiempo: como el agua
se escurre entre las piedras.
A su paso sólo deja como huellas heridas abiertas y cicatrices;
inasibles, las horas se han marchado montadas en brisa incolora.
Si al final de muchos días
llegamos al sueño con las manos vacías, salgamos a buscar la brújula
para reencontrar el norte de la vida.
En las fibras del descontento
se ha filtrado una luz
y una voz sabia se abre paso
en los pliegues del cerebro:
ya no te arrastres por el polvo
ya no lleves las horas a remolque, encadenadas al deber ser.
Ríe con las campanas de la dicha.
Haz del trabajo un arte fino y apasionado. En las multitudes encuentra al que amas.
¡Si eres libre el tiempo es tuyo! Inténtalo.