La estadunidense Elsa Larralde (¿1901-1994?) escribió este libro en inglés, The land and people of Mexico, publicado hacia 1952. Una década después se editaría en castellano como México. Pueblo y costumbres. Autora de otros títulos, como Malinche, de seguro que Larralde tenía orígenes hispanoamericanos. Leamos estas referencias suyas a nuestro tema:
“No muy lejos de México se encuentran las irresistibles poblaciones de Cuernavaca y Taxco, llenas de tiendas de curiosidades, en las que se exhiben exquisitos ornamentos de plata. Las dos están llenas de buganvilias. Cuernavaca y Taxco acaso sean los principales centros turísticos del país. Tienen la ventaja de encontrarse cerca de la ciudad de México, y algunos residentes en la capital poseen allí hermosas casas de campo. Dado su clima, los que viven en Cuernavaca pueden pasarse la vida en hamacas y en torno a las piscinas durante todo el año".
"Cuernavaca es el centro de esa planta —la poinsettia [nochebuena]— tan popular en Estados Unidos cuando llega la Navidad. Esta dádiva de México a Estados Unidos se remonta a cuando Joel Robert Poinsett (que murió en 1851) era embajador norteamericano en México. Le encantaban las brillantes y curiosas hojas que rodean las diminutas flores de aquella planta y que crecían en una abundancia grande en su casa de campo de Cuernavaca. Observó que los naturales del país colocaban las flores en los altares durante la Navidad. Cuando volvió a su casa de Carolina del Sur, introdujo la planta para la horticultura de los Estados Unidos y pocos años después, en 1836, los botánicos la llamaron, en su honor, poinsettia, pero los mexicanos la llaman Flor de Nochebuena”.
La Fiesta del Brinco en Tepoztlán
“Tepoztlán, cerca de Cuernavaca, ejecuta otra pintoresca diversión durante la Semana Santa y la llama ‘La Fiesta del Brinco’. Entusiastas bailarines masculinos de las poblaciones próximas se unen en Semana Santa a los de Tepoztlán. Las muchedumbres se congregan en la plaza para ver efectuar a los ejecutantes una danza de tres días sin interrupción. Hay relevos de bailarines y así el ejercicio nunca se suspende. En las calles se venden comida, juguetes, helados, tacos y todas las cosas que imaginablemente pueden venderse para que las gentes no se vayan a sus casas o de la población. Los danzarines del brinco llevan largas ropas de seda de varios colores y se adornan la cabeza con imponentes penachos de plumas. Brillantes banderas ondean al sol. Los hombres se cubren con máscaras de barba rubia o rojiza, con las que pretenden representar a los conquistadores, y las ropas adicionales de todos colores indican su confección indígena de lo que los soldados españoles llevaban".
“Acaso la más prominente y colorida atracción de esas fiestas de aldea sean los matachines, grupo de bailarines primitivos que tienen la licencia del Gobierno y a quienes se alquila para animar las diversiones”.
“El clero acepta estas prácticas y nunca se opone a su celebración si coincide con las fiestas de la Iglesia. Esta comprensión por parte de los sacerdotes tiene su origen en el sistema que los frailes españoles siguieron para evangelizar: aprovechar lo que de las prácticas idolátricas no afectara a la doctrina, para facilitar la conversión de los paganos. No era poca tarea la de los primeros misioneros que tenían que inculcar la religión en las mentes de personas que durante siglos antes de la conquista habían sido ardientes adoradores del sol y tenían ídolos venerados, ante los que habían de danzar”.