/ viernes 2 de agosto de 2024

[Extranjeros en Morelos] Cuernavaca, paraíso para celebridades retiradas del mundo

Esta es la segunda parte de la entrega que se publicó la semana pasada, en la cual leímos lo que la estadounidense Laura Claridge escribió sobre los paseos de la pintora Tamara de Lempicka en Cuernavaca

“A decir verdad -continúa Claridge-, la pintora eslava Tamara de Lempicka valoraba a todos aquellos que incorpora­an la creatividad a la vida diaria y siempre buscaba nuevas maneras de hacer extensiva la belleza al medio que la rodeaba. Como ya no po­día coser vestidos para sus nietas, en Cuernavaca empezó a diseñarse sus propios vestidos. Sus conjuntos se completaban invariablemente con un desmesurado sombrero a juego. Las costureras mexicanas locales le cosieron docenas de lentejuelas y espejitos en un vestido de dos piezas que Tamara diseñó, confeccionado con una tela estampa­da con motivos de animales de vivos colores, como verde esmeralda y violeta intenso. La entusiasmaba que una cosa tan bonita sólo costa­ra diez dólares”.

“Pese a los placeres que le proporcionaban las visitas de tres meses a Cuernavaca, Tamara seguía haciendo frecuentes viajes a París, en gran parte porque estimaba que su fama estaba en sintonía con la sensibilidad europea”.

“En Cuernavaca no estaban de­masiado enterados de la talla de Tamara como artista o tal vez fuera que se trataba de una ciudad que, por haber dado cobijo al pintor Rufino Tamayo y haber sido lugar de trabajo del escultor Isamu Noguchi, ya no le quedaba sitio para valorar a una artista de sus características”.

“Con todo, el arte de los cocteles, modalidad de fiesta que Tamara dominaba gracias a sus años de Hollywood, le fue de gran ayuda en Cuernavaca, donde solía invitar a grupos reducidos de americanos y celebrar reuniones más modestas, que ahora prefería”.

“La excentricidad de la artista demostró ser muy adecuada para Cuernavaca, paraíso para celebridades retiradas del mundo. Al igual que en Hollywood, Tamara había ido a aterrizar a un lugar donde encontró a las figuras más conocidas de la escena contemporánea. Muriel Wolgin recuerda que tal vez no exista ningún otro lugar que atrai­ga como Cuernavaca a tal diversidad de personajes famosos: ‘A mí me encantaban especialmente las visitas de María Callas, que vivía conmigo cuando venía en verano. Estaba furiosa con Onassis... se la­mentaba de que la había obligado a abortar. Era un ejemplo típico de los visitantes interesantes que frecuentaban la ciudad en la época en que teníamos también a Tamara’”.

El 16 de marzo de 1980, Tamara murió en Cuernavaca. “El 27 de marzo, el escultor Víctor Contreras [amigo muy cercano de la pintora] mandó celebrar una misa en la catedral de Cuernavaca, donde él mismo cantó el Ave María como despedida a Tamara. Inmediatamente despuésde la ceremonia, a eso de las once de la mañana, Contreras, con la bolsa que contenía las cenizas de Tamara, subió con su hija Kizette al helicóptero que ya les estaba esperando. Estaba plenamente decidido a cumplirlos deseos de la difunta y a esparcir sus cenizas sobre la cumbre del Popocatépetl, pese a que los fuertes vientos reinantes en la cima hacían muy peligrosa la aproximación aérea. Kizette había intentadohacerlo desistir de sus planes: ‘¡Seguro que te lo diría en broma, Víctor!’ Hubo de admitir, sin embargo, que en muchas noches de insomnio Tamara había hablado de su deseo de formar parte integrante deaquella grandeza que El Popo prestaba a Cuernavaca, donde el pico coronado de nieve descuella sobre el paisaje tropical. Kizette recuerda: ‘Teníamos una verja de hierro en el balcón del dormitorio. Mimadre observaba el resplandor a través de las cruces que formaba laverja de hierro y decía que señalaban un camino que subía hasta El Popo. Lo contemplábamos a través de la ventana. Decía que le habría gustado que la enterraran allá arriba. Pero yo me figuraba que hablaba por hablar’”.

“A decir verdad -continúa Claridge-, la pintora eslava Tamara de Lempicka valoraba a todos aquellos que incorpora­an la creatividad a la vida diaria y siempre buscaba nuevas maneras de hacer extensiva la belleza al medio que la rodeaba. Como ya no po­día coser vestidos para sus nietas, en Cuernavaca empezó a diseñarse sus propios vestidos. Sus conjuntos se completaban invariablemente con un desmesurado sombrero a juego. Las costureras mexicanas locales le cosieron docenas de lentejuelas y espejitos en un vestido de dos piezas que Tamara diseñó, confeccionado con una tela estampa­da con motivos de animales de vivos colores, como verde esmeralda y violeta intenso. La entusiasmaba que una cosa tan bonita sólo costa­ra diez dólares”.

“Pese a los placeres que le proporcionaban las visitas de tres meses a Cuernavaca, Tamara seguía haciendo frecuentes viajes a París, en gran parte porque estimaba que su fama estaba en sintonía con la sensibilidad europea”.

“En Cuernavaca no estaban de­masiado enterados de la talla de Tamara como artista o tal vez fuera que se trataba de una ciudad que, por haber dado cobijo al pintor Rufino Tamayo y haber sido lugar de trabajo del escultor Isamu Noguchi, ya no le quedaba sitio para valorar a una artista de sus características”.

“Con todo, el arte de los cocteles, modalidad de fiesta que Tamara dominaba gracias a sus años de Hollywood, le fue de gran ayuda en Cuernavaca, donde solía invitar a grupos reducidos de americanos y celebrar reuniones más modestas, que ahora prefería”.

“La excentricidad de la artista demostró ser muy adecuada para Cuernavaca, paraíso para celebridades retiradas del mundo. Al igual que en Hollywood, Tamara había ido a aterrizar a un lugar donde encontró a las figuras más conocidas de la escena contemporánea. Muriel Wolgin recuerda que tal vez no exista ningún otro lugar que atrai­ga como Cuernavaca a tal diversidad de personajes famosos: ‘A mí me encantaban especialmente las visitas de María Callas, que vivía conmigo cuando venía en verano. Estaba furiosa con Onassis... se la­mentaba de que la había obligado a abortar. Era un ejemplo típico de los visitantes interesantes que frecuentaban la ciudad en la época en que teníamos también a Tamara’”.

El 16 de marzo de 1980, Tamara murió en Cuernavaca. “El 27 de marzo, el escultor Víctor Contreras [amigo muy cercano de la pintora] mandó celebrar una misa en la catedral de Cuernavaca, donde él mismo cantó el Ave María como despedida a Tamara. Inmediatamente despuésde la ceremonia, a eso de las once de la mañana, Contreras, con la bolsa que contenía las cenizas de Tamara, subió con su hija Kizette al helicóptero que ya les estaba esperando. Estaba plenamente decidido a cumplirlos deseos de la difunta y a esparcir sus cenizas sobre la cumbre del Popocatépetl, pese a que los fuertes vientos reinantes en la cima hacían muy peligrosa la aproximación aérea. Kizette había intentadohacerlo desistir de sus planes: ‘¡Seguro que te lo diría en broma, Víctor!’ Hubo de admitir, sin embargo, que en muchas noches de insomnio Tamara había hablado de su deseo de formar parte integrante deaquella grandeza que El Popo prestaba a Cuernavaca, donde el pico coronado de nieve descuella sobre el paisaje tropical. Kizette recuerda: ‘Teníamos una verja de hierro en el balcón del dormitorio. Mimadre observaba el resplandor a través de las cruces que formaba laverja de hierro y decía que señalaban un camino que subía hasta El Popo. Lo contemplábamos a través de la ventana. Decía que le habría gustado que la enterraran allá arriba. Pero yo me figuraba que hablaba por hablar’”.

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