[Extranjeros en Morelos] El hotel de Rosa King que lució en Cuernavaca

El Bellavista abrió sus puertas en la Ciudad de la Eterna Primavera en 1910; ahí se hospedaron grandes personajes como Madero y Victoriano Huerta

José N. Iturriaga | Historiador

  · lunes 18 de julio de 2022

Rosa King compró el hotel Bellavista para renovarlo y convertirlo en el mejor de la ciudad. / Cortesía | Fondo de Colecciones Especiales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Hacia el año 1905, la ciudadana británica Rosa King vivía con su esposo en la ciudad de México y entonces conoció Cuernavaca; dos años después, ya viuda y con dos pequeños hijos, decidió establecer su residencia en esta ciudad.

Su primer negocio fue un salón de té, giro inédito aquí; compró el hotel Bellavista para renovarlo y convertirlo en el mejor de la ciudad, lo que efectivamente logró: fue inaugurado en junio de 1910, en el céntrico Jardín Juárez.

En 1914, Rosa tiene que huir de Cuernavaca, evacuada ante las fuerzas de Zapata. En 1916 regresó a Morelos y encontró su hotel deshecho y el mobiliario desaparecido. En 1928 vino a vivir para siempre a Cuernavaca.

En su libro, sorprende el texto tan amable y de buena fe proveniente de una persona que perdió casi todo su capital en la Revolución. Las circunstancias (su nacionalidad, sus amigos, su hotel) la colocaron del lado de los federales y la hicieron víctima de los zapatistas, pero no tiene críticas para estos últimos, sino comprensión y hasta simpatía. Valgan algunos ejemplos:

Para los hacendados, “la tierra no era más que un río de oro que desembocaba en sus bolsillos. Si hubieran pasado más tiempo en casa, en sus haciendas, habrían descubierto que el sudor y la sangre de sus peones enturbiaba el agua de ese río de oro, y quizás entonces habrían puesto su casa en orden. Habrían entendido el amor del indio hacia la milpa de sus mayores”.

“Se rumoraba que Zapata sería nombrado gobernador de Morelos, y por lo menos a mí la perspectiva me alegraba. Con todo y su rudeza y su falta de instrucción, mientras ocuparon el pueblo sus seguidores nos habían tratado con amabilidad y consideración impecables, y confiaba cada vez más en sus cualidades naturales. Tras su imponente catadura, los alzados zapatistas me habían parecido niños inofensivos y valientes antes que cualquier otra cosa, y veía en este súbito impulso destructivo una reacción infantil a cuenta de los agravios que habían padecido".

"Los zapatistas no eran un ejército, eran un pueblo en armas. La salvaje persecución emprendida por los federales convirtió a los zapatistas en belicosos demonios. Si yo me hubiera encontrado entre esa gente ignorante y perseguida, habría actuado de la misma forma. Zapata no quería nada para él, y para su gente únicamente la tierra y la libertad para trabajarla en paz. Había visto el pernicioso amor al dinero en que se habían formado las clases altas”.

Nuestra autora también conoció a otro tipo de revolucionarias: “Me acuerdo de una en particular, una guapa mujer, la coronela Carrasco. Decían que mandaba a su tropa de mujeres como un hombre, o una amazona, y ella misma se encargaba de ajustarle a tiros las cuentas, según el uso militar sancionado, a cualquiera que titubeara o desobedeciera en la batalla”.

Así lucía el emblemático Hotel Bellavista en los años 80. / Cortesía | Fondo de Colecciones Especiales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez


Huéspedes y anécdotas

Numerosas anécdotas sucedieron en el Hotel Bellavista de Cuernavaca. Cuando el presidente Madero allí se hospedó, se colgó la bandera británica afuera del hotel para darle esa protección al ilustre huésped (solicitada por su Estado Mayor) y asimismo “todo tendría que freírse en aceite o él no probaría bocado”.

Otros huéspedes del Bellavista se distinguían por diferentes motivos, como Victoriano Huerta, cuando fue jefe militar en Morelos: “Bebía sin mesura y casi cada noche tenían que llevarlo a cuestas a la cama, pero siempre se levantaba temprano y despabilado, como si jamás hubiera conocido el olor del alcohol. Huerta, al parecer, derrochaba sus formidables energías en el vicio. Era caprichoso y muy dado a súbitos y violentos arrebatos. No sé si desde entonces se drogaba, pero la luz de la tarde sobre su rostro descubría nuevas arrugas, así como la huella de la disipación y los vicios que más tarde deterioraron su salud.”


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