Pablo Neruda, quien obtendría el Premio Nobel de Literatura, llegó a México en 1941 como cónsul general de Chile. Compuso un “Corrido de Emiliano Zapata” que, en parte, dice: “No esperes, campesino polvoriento/ después de tu sudor la luz completa/ y el cielo parcelado en tus rodillas./ Levántate y galopa con Zapata”, y fue musicalizado por Tata Nacho.
Viajemos por nuestro país a través de la iluminada palabra de Neruda, reconociendo al estado de Morelos en muchas de sus expresiones:
“México, con su nopal y su serpiente, México florido y espinudo, seco y huracanado, violento de dibujo y de color, violento de erupción y creación, me cubrió con su sortilegio y su luz sorpresiva”.
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“Lo recorrí por años enteros de mercado a mercado. Porque México está en los mercados. No está en las guturales canciones de las películas, ni en la falsa charrería de bigote y pistola. México es una tierra de pañolones color carmín y turquesa fosforescente. México es una tierra de vasijas y cántaros y de frutas partidas bajo un enjambre de insectos. México es un campo infinito de magueyes de tinte azul acero y corona de espinas amarillas”.
“México, el último de los países mágicos; mágico de antigüedad y de historia, mágico de música y de geografía. Haciendo mi camino de vagabundo por esas piedras azotadas por la sangre perenne, entrecruzadas por un ancho hilo de sangre y de musgo, me sentí inmenso y antiguo, digno de andar entre tantas creaciones inmemoriales”.
“No hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus hombres. A través de sus aciertos luminosos, como a través de sus errores gigantescos, se ve la misma cadena de grandiosa generosidad, de vitalidad profunda, de inagotable historia, de germinación inacabable”.
“Por las rutas de donde surgen los conventos católicos espesos y espinosos como cactus colosales; por los mercados donde la legumbre es presentada como una flor y donde la riqueza de colores y sabores llega al paroxismo […]”.
“México vive en mi vida como una pequeña águila equivocada que circula en mis venas. Sólo la muerte le doblegará las alas sobre mi corazón de soldado dormido”.
Pablo Neruda conoció y trató a los tres grandes de la pintura mexicana, destacando entre ellos el autor de los murales del Palacio de Cortés en Cuernavaca:
“La vida intelectual en México estaba dominada por la pintura. Estos pintores de México cubrían [los muros] con historia y geografía, con incursiones civiles, con polémicas ferruginosas. Diego Rivera seguía siendo gran maestro de la pintura y de la fabulación. Aconsejaba comer carne humana como dieta higiénica y de grandes gourmets”.
El poeta chileno compara a Rivera con otro gran muralista, quien trabajara en Cuernavaca, en “La Tallera”: “No hay paralelo entre la pintura de Diego Rivera y la de David Alfaro Siqueiros. Diego es un clásico lineal; con esa línea infinitamente ondulante, especie de caligrafía histórica, fue atando la historia de México y dándole relieve a hechos, costumbres y tragedias. Siqueiros es la expresión de un temperamento volcánico que combina asombrosa técnica y largas investigaciones”.
Siqueiros estuvo en prisión más de una vez, siempre por motivos políticos: “Entre salidas clandestinas de la cárcel y conversaciones sobre cuanto existe, tramamos Siqueiros y yo su liberación definitiva. Provisto de una visa que yo mismo estampé en su pasaporte, se dirigió a Chile con su mujer Angélica Arenal”.
El periodista Mario Casasús informa de un negro episodio: el artero ataque sufrido por Neruda el 28 de diciembre de 1941 en el hotel Parque Amatlán, de Cuernavaca, lugar de reunión de nazis locales, en su mayoría descendientes de alemanes. El poeta comunista fue golpeado violentamente.
México vive en mi vida como una pequeña águila equivocada que circula en mis venas. Sólo la muerte le doblegará las alas sobre mi corazón de soldado dormido.
Pablo Neruda