/ lunes 11 de julio de 2022

[Extranjeros en Morelos] El vizconde francés que veía con desprecio a los mexicanos

Jean Alexis de Gabriac, embajador de Francia en México durante el periodo de 1854 a 1860, relató en misivas a su país natal una serie de acontecimientos terribles

El vizconde Jean Alexis de Gabriac fue embajador de Francia en México de 1854 a 1860. Como buen representante de Napoleón III veía con desprecio al mexicano. El 19 de diciembre de 1856, informaba a París:

“Esta mañana se recibió en la capital la horrible noticia de que ayer treinta asaltantes enmascarados asesinaron a cinco o seis españoles en el ingenio de San Vicente, cerca de Cuernavaca. Este es propiedad de un tal Pío Bermejillo, rico español. Trabajaban con él su hermano como administrador, un sobrino de quince años y varios compatriotas suyos. A las siete de la mañana, la banda se presenta en el ingenio y hace que uno de los obreros toque a la puerta. El portero se niega a abrir. El obrero insiste y le dice que lo fusilarán si no abre; los bandidos entran y le preguntan en dónde están los españoles propietarios y empleados de la fábrica. Bajo la amenaza de matarlo, el portero, que había contestado de una manera bastante vaga, se decide a confesar que están escondidos bajo el gran molino hidráulico de la máquina, a la que se había quitado el agua. Los bandoleros van a alzar la compuerta para ahogarlos. Pero los infelices salen y se entregan a sus enemigos pidiéndoles gracia y ofreciendo diez mil pesos por cabeza como recompensa. Bermejillo había salido esa mañana a las 4 para Cuernavaca. Su hermano, que había quedado solo con su sobrino, ofrece hasta cuarenta mil pesos por salvar su vida. El cabecilla le responde que tiene órdenes de fusilarlos y no de recibir dinero. Este cabecilla era un negro muy alto. Entonces se inicia una escena espantosa. Un joven de 15 años, que hacía un mes había llegado de España, se arrodilla y ruega que no lo maten. Un obrero francés que había ido a colocar una pieza a la máquina y que ya estaba atado para ser fusilado, jura que no es español, que es francés, y se le responde que ya que no es gachupín se le hará gracia; entonces arrastran a los cuatro desdichados, los atan y les dan hasta 17 tiros a cada uno. Ya para irse fusilan al obrero español que había tocado a la puerta, saquean la casa y se van. Estos horribles detalles han provocado una enorme consternación entre los habitantes de la capital, y el espanto en la población del distrito de Cuernavaca, a tal punto que los ingenios se encuentran abandonados, y más de 100 familias se han refugiado en México”.

En junio de 1858 continuaba: “No puedo anunciarle todavía la ejecución de los seis condenados a muerte por los crímenes de San Vicente. Pero se espera que la sentencia será ejecutada dentro de unos quince días. Desde su condena, la policía ha aprehendido a tres nuevos asesinos”.

En plena Guerra de Reforma, Gabriac escribía al canciller francés: “Las sublevaciones de los indios son mucho más alarmantes que las revoluciones políticas de los estados. En Cuautla una banda de 300 indios que se dan el nombre de ‘terroneros’ asaltó la casa del antiguo jefe de la policía, lo asesinó y saqueó algunas otras casas, al grito de ‘muerte a los propietarios y a sus partidarios’. Si este despertar de los indios se hiciera sentir en diversos puntos de la república a la vez, sería terrible, pues numéricamente están en proporción de siete u ocho contra uno, en relación con los blancos. Dios sabe si no asistiremos a una nueva San Bartolomé".

“Estos bandidos comienzan por negarse a trabajar, luego roban y asesinan a los capataces y finalmente se reparten las haciendas dejadas indefensas. Son apoyados por el general Juan Álvarez y sus hijos, que les han prometido el reparto de las tierras que los blancos o criollos les usurparon en tiempos de la Conquista. El gobierno está muy preocupado, pero más impotente que preocupado por este principio de guerra de castas".

La guerra de castas

El vizconde francés consideraba que el gobierno mexicano de ese entonces estaba muy preocupado, "pero más impotente que preocupado", por un principio de guerra de castas.

“Las sublevaciones de los indios son mucho más alarmantes que las revoluciones políticas de los estados. En Cuautla una banda de 300 indios que se dan el nombre de ‘terroneros’ asaltó la casa del antiguo jefe de la policía, lo asesinó y saqueó algunas otras casas”.



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El vizconde Jean Alexis de Gabriac fue embajador de Francia en México de 1854 a 1860. Como buen representante de Napoleón III veía con desprecio al mexicano. El 19 de diciembre de 1856, informaba a París:

“Esta mañana se recibió en la capital la horrible noticia de que ayer treinta asaltantes enmascarados asesinaron a cinco o seis españoles en el ingenio de San Vicente, cerca de Cuernavaca. Este es propiedad de un tal Pío Bermejillo, rico español. Trabajaban con él su hermano como administrador, un sobrino de quince años y varios compatriotas suyos. A las siete de la mañana, la banda se presenta en el ingenio y hace que uno de los obreros toque a la puerta. El portero se niega a abrir. El obrero insiste y le dice que lo fusilarán si no abre; los bandidos entran y le preguntan en dónde están los españoles propietarios y empleados de la fábrica. Bajo la amenaza de matarlo, el portero, que había contestado de una manera bastante vaga, se decide a confesar que están escondidos bajo el gran molino hidráulico de la máquina, a la que se había quitado el agua. Los bandoleros van a alzar la compuerta para ahogarlos. Pero los infelices salen y se entregan a sus enemigos pidiéndoles gracia y ofreciendo diez mil pesos por cabeza como recompensa. Bermejillo había salido esa mañana a las 4 para Cuernavaca. Su hermano, que había quedado solo con su sobrino, ofrece hasta cuarenta mil pesos por salvar su vida. El cabecilla le responde que tiene órdenes de fusilarlos y no de recibir dinero. Este cabecilla era un negro muy alto. Entonces se inicia una escena espantosa. Un joven de 15 años, que hacía un mes había llegado de España, se arrodilla y ruega que no lo maten. Un obrero francés que había ido a colocar una pieza a la máquina y que ya estaba atado para ser fusilado, jura que no es español, que es francés, y se le responde que ya que no es gachupín se le hará gracia; entonces arrastran a los cuatro desdichados, los atan y les dan hasta 17 tiros a cada uno. Ya para irse fusilan al obrero español que había tocado a la puerta, saquean la casa y se van. Estos horribles detalles han provocado una enorme consternación entre los habitantes de la capital, y el espanto en la población del distrito de Cuernavaca, a tal punto que los ingenios se encuentran abandonados, y más de 100 familias se han refugiado en México”.

En junio de 1858 continuaba: “No puedo anunciarle todavía la ejecución de los seis condenados a muerte por los crímenes de San Vicente. Pero se espera que la sentencia será ejecutada dentro de unos quince días. Desde su condena, la policía ha aprehendido a tres nuevos asesinos”.

En plena Guerra de Reforma, Gabriac escribía al canciller francés: “Las sublevaciones de los indios son mucho más alarmantes que las revoluciones políticas de los estados. En Cuautla una banda de 300 indios que se dan el nombre de ‘terroneros’ asaltó la casa del antiguo jefe de la policía, lo asesinó y saqueó algunas otras casas, al grito de ‘muerte a los propietarios y a sus partidarios’. Si este despertar de los indios se hiciera sentir en diversos puntos de la república a la vez, sería terrible, pues numéricamente están en proporción de siete u ocho contra uno, en relación con los blancos. Dios sabe si no asistiremos a una nueva San Bartolomé".

“Estos bandidos comienzan por negarse a trabajar, luego roban y asesinan a los capataces y finalmente se reparten las haciendas dejadas indefensas. Son apoyados por el general Juan Álvarez y sus hijos, que les han prometido el reparto de las tierras que los blancos o criollos les usurparon en tiempos de la Conquista. El gobierno está muy preocupado, pero más impotente que preocupado por este principio de guerra de castas".

La guerra de castas

El vizconde francés consideraba que el gobierno mexicano de ese entonces estaba muy preocupado, "pero más impotente que preocupado", por un principio de guerra de castas.

“Las sublevaciones de los indios son mucho más alarmantes que las revoluciones políticas de los estados. En Cuautla una banda de 300 indios que se dan el nombre de ‘terroneros’ asaltó la casa del antiguo jefe de la policía, lo asesinó y saqueó algunas otras casas”.



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