El argentino Jacinto S. García arribó a la ciudad de México en 1909 como encargado de negocios del gobierno de su país. Aquí permaneció dos años y entabló amistad con Porfirio Díaz. Le tocó el inicio de la revolución maderista. Después redactó sus Memorias, donde narra un viaje en tren de México a Cuautla:
“Atardecía, y al hundirse el sol entre las montañas lejanas, las sombras de la noche empezaron a cubrir de luctuoso velo aquel horizonte poco antes tan luminoso y sonriente. Encendiéronse las lámparas de los carros pullman en que viajábamos y, después de un buen aperitivo, se sirvió a bordo del carro-comedor una espléndida comida, a la que asistimos catorce comensales.”
“El servicio fue tan elegante y correcto como si nos halláramos en el salón comedor del palacio de la plazoleta de Carlos IV, pues tanto el menú como la vajilla del servicio, los vinos, licores, etc., fueron del mejor gusto.”
“A las diez de la noche llegamos sin novedad a Cuautla de Morelos, histórica y bella población de la que se me había hablado con elogio.”
“Sentime gratamente impresionado por el aspecto de aquellas callecitas aseadas y pintorescas, aquellas plazuelas adornadas de florecientes jardines, los portales de estilo español y moradas sencillas y limpias, dejando ver, a través de las entreabiertas ventanas, el interior de las casas albeantes, con su mobiliario modesto, pero aseado y correcto, revelando la coquetería femenina de la ama de casa que quiere hacer lucir su menaje.”
“A mi juicio una población donde se advierte ese prurito de limpieza y cuidado, tanto en el interior del hogar como en la vía pública, acusa cualidades en sus habitantes y les recomienda como gente sencilla, sana y virtuosa en sus costumbres y en sus ideas.”
“Cuautla de Morelos no tiene el aspecto trágico que yo me esperaba después de enterarme, por la historia de México, de que fue teatro de los sanguinarios sucesos de la guerra de la Independencia, donde el indio caudillo que le legó su nombre (Morelos), realizó proezas admirables en el famoso sitio de Cuautla, que constituye la epopeya más gloriosa de aquel guerrero que hizo reclamar a Napoleón el Grande: ‘Con cien hombres como ese conquistaría el mundo.”
Sigamos con García:
“No; no es trágico el ambiente de aquel lugar: muy al contrario, su panorama de montañas tan azules como las suizas que encuadran un pueblo risueño, con la flora exuberante de la tierra cálida, con las exóticas plantas del trópico, con su variedad de frutas de rico sabor e incitante aroma, su límpido cielo…”
“Cerca de allí hay un manantial maravilloso que llaman El Agua Hedionda probablemente por el olor nada agradable que emanan sus aguas, cargadas de azufre y otras sustancias químicas que son altamente beneficiosas para ciertas enfermedades.”
“Rumbo a Agua Hedionda hay un hermoso puente de hierro y mampostería sobre el río de Cuautla; estando en ese lugar se disfruta de una bellísima perspectiva; el paisaje es encantador y poético; quien haya estado en este sitio a la caída de la tarde, cuando el crepúsculo vespertino tiñe suavemente el horizonte de nácar y de oro, debe haberse sentido transportado a regiones ideales.”
“En la ciudad existe un antiguo y grandioso convento que se llama de Santo Domingo; impresiona mal ver el anchuroso claustro convertido en bodegas de ferrocarril, profanando así un local que en un tiempo se dedicó al culto de la Divinidad y que, tanto por su origen como por el respeto que merece un monumento arquitectónico de esa naturaleza, debería conservarse decorosamente, o cuando menos dedicarse a otros usos, como por ejemplo: una biblioteca, un museo, una escuela, en fin, algo que no desdijera tanto con su abolengo.”
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